La estética negativa platónica

Actualizado
  • 29/02/2020 06:00
Creado
  • 29/02/2020 06:00
El Hipias mayor y el Lisis son textos refutativos, que si bien se disponen a reflexionar y examinar categorías estéticas de la tradición occidental, su auténtico fin consiste en desmantelar las tesis preexistentes sobre lo bello, las cuales la sociedad griega hereda de personajes como Hesíodo o Homero

Tanto el Hipias mayor como el Lisis -diálogos platónicos- pueden considerarse como dos obras que forman parte de la denominada “estética negativa” de Platón -noción elaborada por Raymond Bayer en su 'Historia de la Estética'-; en concreto, estos textos son importantes dada su naturaleza refutativa ya que permiten conocer al lector atento las tesis y concepciones sobre lo bello, el amor y la amistad de la tradición preplatónica: Hesíodo, Homero, Heráclito, Pitágoras y otros se citan en ambos diálogos, con el objetivo de ser criticados, examinados, analizados, o en palabras de Hipias, estos son objeto de una “obra despedazadora” (301b); así se torna evidente la naturaleza “negativa” de dichos diálogos, la cual sin embargo será el terreno fértil de una futura estética positiva que tendrá lugar en el Fedro.

La estética negativa platónica

Antes de proseguir es necesario empezar apuntando dos observaciones: a) la estética como un campo de estudio autónomo e independiente dentro de la filosofía no alcanzó tal grado hasta mediados del siglo XVIII (fue Alexander G. Baumgarten quien dio el nombre de estética a este campo de estudio, entendiendo por ella la doctrina del conocimiento sensible). Sin embargo, como apunta Giovanni Lombardo, esta carencia de autonomía no implica que debamos ignorar las valiosas e importantes contribuciones que hizo el pensamiento griego y el romano a la historia de la estética occidental, siendo Platón una figura clave dentro de dicho proceso; b) en segundo lugar, Platón no escribió una obra estética propiamente, sin embargo, en su metafísica hay elementos y temáticas asociadas al campo de la estética. Así que al final, en lo que respecta a la reflexión estética -como indica Hans-Georg Gadamer-, mantenemos una gran deuda con Platón.

Con esto aclarado podríamos pasar directamente al examen de la estética platónica, sin embargo, como ya se adelantó en el primer párrafo es necesario indagar la cualidad anatréptica del Hipias y del Lisis, puesto que representan un vistazo panorámico de cómo la tradición preplatónica definió a la belleza, o la reflexión que se suscitó respecto a otros problemas como el amor o la amistad. Por ende, no es posible pasar al Fedro y posteriormente al Banquete -la antítesis y la síntesis de la estética platónica, respectivamente- sin valorar porqué los interlocutores de ambos diálogos ofrecen las respuestas que ofrecen en temas como lo bello o la amistad.

Podemos iniciar preguntando por qué a la pregunta de “qué es lo bello” (287d) efectuada por Sócrates en el Hipias mayor, el sofista Hipias contesta con la “doncella bella” (287e). Es seguro que hoy casi cualquiera entendería la diferencia entre “qué es lo bello” y “qué es bello”; y sin embargo Hipias no parece comprender la discrepancia entre ambas interrogantes. Tan grave falta de raciocinio que Platón atribuye a Hipias podría tener alguna razón personal o de otra índole, sin embargo, lo cierto es que de esta respuesta entrevemos a la doncella hermosa de Hesíodo.

Para Hesíodo la belleza estaba directamente vinculada a la mujer, la veía como un kalón kakón (un mal hermoso). El aedo griego habla “exclusivamente de la belleza externa: los rasgos y los colores” (Bayer, 22); por ende, lo bello es aquello que asombra la vista y la belleza femenina -cuya encarnación es la diosa Afrodita-, es la abstracción del atractivo sexual. Contrariamente a la conclusión del Hipias mayor, en la que Sócrates se decanta por admitir que lo “Lo bello es difícil” (304e), Hesíodo hace de lo bello algo menos complicado de alcanzar. Esto último se revela cuando el poeta establece una diferencia entre lo bueno y lo bello; y es que en el primero está involucrado el esfuerzo, sin embargo, “para gustar o para gozar, no hace falta esfuerzo alguno” (Bayer, 23).

Las atribuciones de belleza a una lira, una yegua o al oro, también son respuestas configuradas por la tradición preplatónica. El problema de estas definiciones ofrecidas por Hipias el sofista, es que representan cualidades accidentales de los objetos, que como sugiere Sócrates, pueden ser bellas o feas dependiendo de las circunstancias. Homero obra en cierta medida bajo este patrón, a diferencia de Hesíodo que relaciona lo bello con lo femenino, este lo vincula a la naturaleza, así pues: “lo bello es ante todo hermosura líquida, el mar, las fuentes, las flores; enseguida, las crines de los caballos, el vellón de la oveja, las partes del cuerpo humano seleccionadas según su valor cosmético (mejillas, cabello, barba, tobillos)” (Bayer, 23); incluso lo masculino puede ser bello si el hombre en cuestión es fuerte, valeroso e intrépido. Está, por ende, hablando de cosas bellas, pero no lo bello en sí.

En el Lisis acontece un proceso similar, al intentar buscar una definición de phília (amistad), Sócrates cita un fragmento de la Odisea de Homero: “Siempre hay un dios que lleva al semejante junto al semejante” (214b). De dicho fragmento, se ofrece la posibilidad de que solo se puede ser amigo de aquel que es semejante, básicamente, solo se puede amar, querer, apreciar a personas con las que mantenemos algún nivel de semejanza, pues nos hacemos bien el uno al otro. No obstante, esta posición es rechazada posteriormente pues quien es bueno, excelente, autosuficiente y digno de la fórmula Kalòs kaì agathós (bello y bueno), pregunta Sócrates, ¿qué necesidad tiene de un amigo o amiga que no puede ofrecerle nada que le haga mejor de lo que ya es? Si tuviese gente que le rodease, se parecerían más a unos aduladores que quieren sacar provecho de su excelencia.

Seguidamente Sócrates ofrece la posibilidad de que quizá no es lo semejante lo que atrae, sino que más bien los contrarios u opuestos se atraen el uno al otro; una tesis que hace pensar en diversos fragmentos de Heráclito, por ejemplo: “lo mismo es vida y muerte, velar y dormir, juventud y vejez; aquellas cosas se cambian en estas y estas en aquellas” (Fr. 202). Este y otros fragmentos aluden a la unidad esencial de los opuestos. Dicha tesis sirve a Sócrates para establecer que posiblemente queremos o amamos a alguien porque vemos en él o ella una cualidad que nos resulta beneficiosa, en tanto que nuestros males -producto de la ignorancia- pueden ser resueltos gracias a las bondades de un individuo que posee una excelencia o conocimiento que nos es útil. Usando la analogía de la medicina, Sócrates establece que es como el enfermo que va en busca del médico. Esta idea incluso mantiene en la actualidad, que hay canciones románticas que aluden a la atracción de los opuestos. Aún así, esta tesis también es rechazada por Sócrates, pues como ya se dijo tanto el Hipias como el Lisis son diálogos refutativos y antisofísticos.

En el Hipias se entrevé algo más, concretamente vemos alusiones a la estética pitagórica, la cual servirá de importante sustento en el desarrollo de la obra platónica e incluso como la base de la teoría estética occidental (Lombardo, 39). Aunque la necesidad griega de descubrir un orden seguro fuera del flujo incesante del devenir precede a Pitágoras, son los pitagóricos quienes establecen dicho orden bajo el amparo de la medida, de los números, del logos; contrariamente a los tiempos de los aedos cuya palabra era verdadera gracias a la bendición de las Musas (hijas de Zeus y Mnemosyne), por consiguiente, el orden de los poetas tiene un fundamento religioso, no científico.

Para los pitagóricos todos los fenómenos sensibles son afectados por este orden natural, por ende los números no eran objetos ajenos a la realidad, por el contrario, eran asociados con unidades geométricas con existencia en el espacio (el uno al punto, el dos a la línea, el tres con lo plano y el cuatro con lo sólido) y a su vez, con armonías de la escala musical. Y esta aseveración no se trataba de una necedad, más bien respondía a los últimos avances científicos de su época; por ejemplo, Laso de Hermione había completado el primer tratado de teoría musical, cuya tesis “promovía la concepción pitagórica del universo (kósmos) como un sistema armónico fundado sobre el número (arithmós)” (Lombardo, 37).

Bajo este esquema, la belleza es descrita en términos de equilibrio y simetría, con lo cual puede ser medida y por tanto captada por el intelecto. Siendo Platón un hombre instruido, no es extraño que no pase por alto la reflexión pitagórica y que la misma ya se vislumbre tempranamente en el Hipias mayor. Esto se revela cuando Hipias el sofista y Sócrates relacionan lo bello con lo adecuado (290d); implícitamente aluden a los pitagóricos como queriendo señalar que debe existir una manera de establecer -medir- de forma fidedigna la belleza. Otros diálogos platónicos demuestran con mayor fuerza su influencia pitagórica, entre ellos están: Teeteto, Fedón, Timeo y otros.

Solo después de estar amparados bajo estas observaciones es posible proceder al examen del Fedro, el cual representa la antítesis de la estética negativa de Platón y la irrupción de su estética positiva, por lo cual se abandona aquella situación inconclusa con la que acaban tanto el Hipias como el Lisis. Pero como se observó, la intención de ambos diálogos no era encontrar una solución a los problemas tratados allí, más bien encarnan un esfuerzo dirigido a refutar las tesis sofistas y preplatónicas.

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