El barrio de Chualluma en Bolivia, es único en la ciudad de La Paz ya que todas sus paredes están pintadas de colores que resaltan los rostros de las cholas,...
- 22/11/2015 01:00
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El cantinero Nen y yo nos miramos sin decirnos nada. Me sirve la cerveza que sabe que siempre bebo y yo le pregunto por sus nietos. Me responde con esa cortante amabilidad usual en él que me gusta, que me parece real y justa.
Yo no bebo de inmediato. Me quedo un momento contemplando la botella ceniza y coronada de pedacitos de hielo, adornada de gotas congeladas. Por eso siempre vengo a esta cantina y no a otra, pienso, porque la cerveza está como debe estarlo en estos lares de la tierra, solo helada vale la pena tomarse una cerveza en este calor infernal.
Una vez un imbécil me dijo que la cerveza en realidad se toma a temperatura ambiente. Lo miré con desprecio y casi lo escupo. No lo hice, pero ganas me dieron de decirle: Eso será en Alemania, so pedazo de imbécil, en donde la temperatura ambiente en verano puede ser de 20 o 25 grados, pero no aquí, en donde siempre estamos a 35 y con una humedad que puedes beber agua solo abriendo la boca en el aire. En fin.
El tema es que el cantinero Nen y yo nos quedamos en silencio. Siempre pasa que nos quedamos en silencio cuando nos duele algo. No es que hablemos mucho cuando estamos sin dolor, pero especialmente cuando algo duele es que sabemos (de antemano) que no nos diremos ni buenos días. Por eso creo que ha sido una imprudencia obligarlo a decirme que sus nietos están bien. El mundo, quién lo diría de un cantinero viejo de cantina vieja, le duele a Nen. Y a mí también me duele. Se incendia el mundo. Se acaba el mundo.
Este mundo polarizado e hipócrita, en el que algunas vidas valen más que otras, en el que unas muertes se lloran y otras no. Nen y yo sabemos que si ahorita nos cayera una bomba y nos borrara de la faz de la tierra nadie nos lloraría. ¿Sus nietos? No, están muy pequeñitos. ¿A mí? Unos cuantos amigos, creo (supongo, espero). Nen me ha pasado un papel que dejó David anoche en el mostrador. Estuvimos hablando él y yo sobre guerras e injusticias y al final de la noche él escribió un texto que yo no quise leer. Ahora es el momento. Dice así: ‘El mar será una fuerza que todo lo destruirá al mínimo movimiento de una ceja de los dioses, con cuya paciencia hemos acabado. Enojados están con toda razón, pues no supimos manejar los artilugios que nos proporcionaron a través de lo años. Y hay quienes todavía se atreven a exigirles más. No sé cómo es que no se dan cuenta de la furia que nos espera. Deberíamos encerrarnos en nuestras casas, meternos debajo de la cama e intentar que nuestras oraciones los alcancen; o probablemente ya sea hora de aceptar la demolición, esperar resignados esos pies gigantes que habrán de pisotear nuestras ciudades, las manotas de los creadores que nos harán polvo, que nos harán nada, que por fin tomarán venganza y beberán nuestra sangre en copas de oro, mientras piensan en qué cosa nueva podrían inventar para enmendar el error que fuimos'.
Brindo por lo lúcido que es David a veces. Solo espero que los dioses no se tarden tanto en enmendar el error. Ya viene siendo hora.
COLUMNISTA