“El Comercio enriquece, los caminos civilizan”

Actualizado
  • 02/03/2021 00:00
Creado
  • 02/03/2021 00:00
Corría el año 1853 y ya se aprecia el valor del retrato en las primeras campañas publicitarias de colonización organizadas por los Gobiernos de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. Esos afiches contribuyeron a ponerle rostro a un sueño

Caras sonrientes señalaban con las manos el sol naciente en la lontananza, rodeados de una ubérrima vegetación y de toda clase de animales tropicales y occidentales, los niños aferrados a las manos de sus madres muestran en sus pequeños dedos libros de texto. Los padres sostienen, a su vez, aperos de labranza o máquinas de moderna manufactura. Completaba la composición del afiche la frase “El Comercio enriquece, los caminos civilizan” que en grandes y multicolores caracteres se mostraba en los pasquines de los diarios de Londres, París y Berlín invitando a la gente a emigrar a Centroamérica y al Perú. Corría el año 1853 y ya se aprecia el valor del retrato en las primeras campañas publicitarias de colonización organizadas por los Gobiernos de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. Esos afiches contribuyeron a ponerle rostro a un sueño.

Un sueño que, en el espíritu épico y romántico de la época, llevó el perdurable nombre de “América Latina” gracias al poema “Las dos Américas” de José María Torres Caicedo (1856). Sin embargo, el retrato propagandístico no es un descubrimiento del s.XIX sino una contribución de influjo italiano que llegó a la América española en el s.XVI. Así, “[…] en 1584 vio la luz el primer libro en América Meridional 'La Doctrina Cristiana', salido de la imprenta del italiano Antonio Ricardo, llegado a Lima en 1581 […]” después de una estancia de diez años en México (Estrabridis, 2002). En 1596, el mismo Ricardo imprime 'El Arauco Domado' con retratos del autor Pedro de Oña, pero habrá que esperar a 1666 para los primeros retratos alegóricos firmados por P.A. Delhom y otros atribuidos a Juan de Benavides que introducen figuras alusivas a la Paz, la Justicia, la Victoria, la Historia, entre otras. El s.XVIII acentúa esta preferencia por el retrato destacándose Miguel Adame, fraile dominico limeño, José Vásquez quien decoraba el retrato con instrumentos bélicos, banderas, palmas y olivos, y Julián Dávila que ilustró el libro de Terralla y Landa sobre una Lima virreinal mundana (1790), veinte de cuyas láminas terminaron en el libro 'The Present State of Peru' del viajero inglés Joseph Skinner editado en Londres en 1805 (Estabridis, 1997) y que servirían de inspiración para los carteles de 1853. En esos años la alegoría utilizada para Europa era la de una mujer sentada sobre un toro con marcadas reminiscencias mitológicas.

Marcelo Cabello con su importante producción de estampas de personalidades religiosas y civiles –iniciada en 1796 y concluida en 1827- representa el epílogo virreinal. Impuso el Neoclasicismo en los retratos limeños y el abandono progresivo de la plancha de impresión de cobre por las hechas con otras aleaciones. Dato anecdótico es que la penúltima obra de Cabello fue la 'Alegoría de Simón Bolívar' que muestra al Libertador a caballo después de cruzar los Andes con el mar a sus pies mientras que unos angelillos le ofrecen un gran trofeo y otros portan filacteria, palma y olivo. Estampa iconográfica que junto con los retratos del pintor peruano Pablo de Rojas se convirtieron en fuente para futuras composiciones artísticas relacionadas con Bolívar en las décadas siguientes. Su último trabajo fue una caricatura política lo que lo constituye en el primero en incursionar en ese campo en el Perú en 1826. La lámina era alusiva al Sitio del Fuerte del Real Felipe en el Callao donde satiriza al jefe de la plaza, Rodil, y a otros 'patriotas claudicantes' –que no querían rendirse a pesar de conocer que las fuerzas del Rey habían sido batidas en Junín y Ayacucho- vistiéndolos con trazas quijotescas (Porras, 1963).

Con el advenimiento de la República, luego de las guerras de independencia, el modelo retratista italiano fue abandonado y reemplazado por el francés que, como pasó en la gastronomía foránea, sufrió transformaciones y adaptaciones para ajustarse a la idiosincrasia latinoamericana. Así nacen los carteles donde se combinan gráficos y mensajes, creaciones en las que se atisba no solo un adagio propio del siglo siguiente - “una imagen vale más que mil palabras” (Ibsen)- sino lo que más tarde se denominaría “cartelismo político” (Leete, 1914; Flagg, 1916; Cheremnykh, 1919) que en la convulsionada Latinoamérica de la segunda mitad del s.XX adquirió impronta propia.

Embajador de Perú en Panamá
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