La explosión del anime en Occidente

Actualizado
  • 02/04/2017 03:04
Creado
  • 02/04/2017 03:04
 En Panamá al igual que en otros países las copias piratas no se hicieron esperar y pasaron de mano en mano.

Por libros como 26 años de anime en Panamá se sabe que la importación de animaciones niponas inició en nuestro país en la década de los setenta, y que los niños de esa época fueron bombardeados por una gran cantidad de series que se alejaban del estereotipo infantil y se concentraban en promocionar valores como la fuerza del grupo, los deseos de superación o la lucha abnegada para vencer los obstáculos, pero sin dejar de lado lo más importante, la diversión.

Las animaciones adquiridas por diferentes canales de televisión para lo que otrora se conocía como la franja infantil venían traducidas de países como Puerto Rico, Argentina y México, entre otros. Por desconocimiento, eran apodados ‘cómicas', ‘dibujitos chinos' o ‘cómicas chinas' como inferencia de los kanji que aparecían en las entradas o créditos de la serie. Poco interesaba su origen a los televidentes en aquel momento, lo importante era que los niños estuviesen entretenidos en casa.

Estas series transitaron un camino arduo hasta llegar a nuestras pantallas. Mientras que en su natal Japón, estaban destinadas a diferentes segmentos de edad, en occidente se tenía la noción —aún mantenida por muchas personas— que los dibujos animados eran un producto para la niñez. Por ello, al llegar a Estados Unidos sufrirían de la mano de la censura, que añadía secuencias ya fuera para eliminar la muerte de personajes, como fue el caso de la serie Meteoro (Match go go go, 1967), o para vestir representaciones femeninas desnudas o directamente eliminar otras, cambiar el sexo o las relaciones sentimentales de los personajes e incluso alterar el diálogo. Debido a que en ese momento era más fácil hacer las traducciones del inglés que del japonés, en Latinoamérica se recibían muchas de estas re-ediciones y se persistía en el error.

La ventaja del anime sobre productos de otros países era su precio, al utilizar la animación limitada, que reduce la cantidad de movimientos y por ende la proporción de materia prima utilizada, disminuía su precio y resultaba más accesible para las estaciones de televisión. Este factor permitió a los japoneses jugar con ventaja y hacerse de un mercado global, en que sus éxitos terminaban siendo traducidos a decenas de idiomas y vistos en una cantidad ingente de países.

El resultado fue una gran base de fanáticos que encontraban en sus historias algo más de sustento, con personajes con los que podían identificarse e incluso como ruta de escape a las fantasía que muchas de las series presentaban.

Cuando se habla del detonante de los movimientos de fanáticos en nuestra época, debemos remitirnos a un título en exclusivo; Akira (1988), del manga homónimo de Katsuhiro Otomo. A Panamá llegó a principios de la década de los noventa en formato VHS de la mano de Manga Video y MGM/UA.

Estaba disponible en el Videoclub Internacional en Vía Argentina, su portada llamaba la atención por la sobriedad de la ilustración, una vez alquilada, Akira nos mostraba una distopía en toda regla: en el año 2019 bandas de motociclistas pelean por la supremacía en un Neo-Tokyo surgido después de la tercera guerra mundial y que, paradójicamente, trata de prepararse para auspiciar los XXXIII Juegos Olímpicos de 2020, —¿sueño premonitorio de Otomo?—. Tetsuo, uno de los motoristas posee habilidades psíquicas similares a las de Akira, el destructor de Tokyo y el gobierno tratará de controlarlo.

La calidad del dibujo, la animación y la fábula se alejaban completamente del producto que transmitían por televisión, la historia evidentemente adulta impactó a los que la vieron. Atrás quedaron los mundos fantásticos y aventuras surrealistas, Akira llevaba al público a un ambiente deprimente donde la supervivencia primaba, lo que despertó en muchos el interés por ver qué había más allá. En Panamá al igual que en otros países las copias piratas no se hicieron esperar y pasaron de mano en mano.

La película fue hecha antes que Otomo terminase de escribir el manga (1982-1990), por lo que existen marcadas diferencias entre el final de la película y los tomos impresos. El manga profundiza más en la historia por lo que vale la pena leerlo aunque se haya visto la película.

Conseguir estas animaciones diferentes no era tarea fácil, usualmente se intercambiaban grabaciones de copias hechas en Japón que eran traídas por algún viajero o enviadas por correo en formato VHS o Beta, en el idioma original y sin subtítulos. En Estados Unidos, los fanáticos habían comenzado a subtitular o grabar directamente de la señal de televisión abierta, mayormente en California donde la comunidad japonesa era grande; muchas estaban dobladas, por lo que el anime que se podía conseguir en allá era más fácil de comprender.

Los panameños teníamos que esperar a que las distribuidoras norteamericanas se interesaran por el producto, o que el anterior hubiese tenido buena venta, para que fuesen en busca de nuevas películas y que su distribución llegase a nuestros videoclubes. Independientemente de que estuviesen subtituladas o no, eran los tesoros de una generación que no tendría acceso a internet hasta muchos años después. Entre los fanáticos se corría la voz sobre dónde se podía conseguir tal o cual animación ‘como Akira ' con o sin subtítulos.

Pasaron más de ocho años para que el golpe de gracia llegara a nuestro país, esta vez de la mano de Mamoro Oshii, Ghost in the Shell (Kokaku Kidotai, 1995), basado en el manga del mismo nombre escrito por Masamune Shirow. La película que comenzaba con una secuencia de acción iba incorporando lentitud a medida que avanzaba y terminaba siendo un análisis filosófico sobre el post-humanismo, la definición de vida y lo que nos hace humanos.

De una muy buena calidad artística y de animación, el tratamiento psicológico dado por Oshii hizo que muchas personas de la época la descartaran por ser de difícil comprensión, pero a pesar de eso, se convirtió en una película de culto, indispensable para una generación que ansiaba ver más animaciones realistas, con fábulas adultas y que fuesen más allá del entretenimiento.

Para entonces, el anime ya había inundado las televisoras nacionales, sin embargo, el producto presentado seguía siendo pensado para niños y adolescentes, por lo que los mayores se hacían dependientes de lo que llegase por amigos en el extranjero o a los locales comerciales. La historia de la animación en nuestro país es grande y rica, aun en nuestros días, legiones de fanáticos se reúnen para ver títulos nuevos y rememorar los grandes del pasado de los cuales muy pocos llegaron a nuestras salas de cine.

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