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- 25/01/2020 00:00
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¿Atribuimos la cualidad de bello a un objeto porque es en sí mismo bello, o por el contrario, dicha cualidad sólo se halla en el objeto porque nosotros se la hemos atribuido? Esta pregunta alude a la disputa que proliferó durante veinticuatro siglos de reflexión estética dentro de la tradición cultural occidental en torno a la categoría de belleza; se trata del debate entre “la estética objetivista y la subjetivista” (Tatarkiewicz, 231); la primera de ellas, fue defendida por el filósofo griego Platón (427 a.C.-347 d.C.), cuya obra marca el inicio de una prolongada tensión cuyos ecos aún se escuchan en nuestra cultura popular.
Parte del problema se encuentra —como lo recoge W. Tatarkiewicz— en la ambigüedad con la cual el concepto 'bello' era tratado por los antiguos griegos. Estos lo empleaban en un sentido muy amplio, con lo cual no se limitaban a designar aquello que podíamos percibir exclusivamente a través de nuestros sentidos, también se incluían los pensamientos o la costumbres bellas; en concreto, suponía “una idea de perfección tanto sensible como espiritual” (Jiménez, 23).
Esta ambigüedad intenta ser resuelta por los sofistas en el siglo V a.C. Estos colocan límites al sentido arcaico de 'bello', definiendo la belleza como todo lo que resulta agradable a la vista o al oído; es decir, una teoría notablemente sensualista (Tatarkiewicz, 154). En este contexto, surge la crítica platónica, que se va de bruces sobre la teoría sofista, para en su lugar proponernos una concepción de lo bello de carácter objetivo.
Dicho contraste se puede apreciar en el Hipias Mayor (H.M.), uno de los diálogos fundamentales para comprender la condena platónica sobre el sensualismo sofista, así como una obra preparativa para la posterior articulación de su teoría estética. Así pues, el objetivo del H.M., en palabras de Sócrates, será dilucidar “qué es lo bello en sí mismo” (Platón, 286e); concretamente, la meditación platónica busca desprender a la belleza de todo elemento añadido, para presentarla en toda su pureza y claridad.
Como suele ser usual en los diálogos platónicos, Sócrates es el protagonista y H.M. no es la excepción. Aquí el maestro de Platón debate con un sofista: Hipias. En dicho intercambio, Sócrates pedirá el auxilio de Hipias (con evidente ironía, pues el sofista es tratado como un impostor cuya ignorancia debe ser desenmascarada) para determinar “qué es lo bello” (Platón, 287d), no obstante, el filósofo ateniense hace hincapié en que su pregunta no apunta a dilucidar “qué es bello”, sino “qué es lo bello” (Platón, 287e). Esta insistencia por parte de Sócrates debe ser entendida como parte de la crítica platónica al sensualismo sofista, puesto que en sus respuestas, Hipias terminará confundiendo las cosas bellas con lo bello mismo.
Y es que las soluciones que Hipias presenta inicialmente son muy estrechas, como cuando le relaciona con la buena fortuna, la salud, ancianidad y una muerte honrosa (Platón, 291c). En gran parte, la razón por la cual se producen estos equívocos se debe a que el intercambio entre Sócrates e Hipias parte “desde la doxa” (Bravo Delorme, 71), es decir, desde temáticas familiares y conocidas; solo posteriormente se desprende de este territorio familiar, con lo cual la discusión se torna más abstracta.
Sin embargo, pese a que la alusión a lo abstracto parecía ser un indicativo de que la discusión se mueve hacia un terreno de mayor imprecisión, lo que sucede es todo lo contrario, pues al rechazar la doxa, Platón intenta alejarse de aquella percepción sesgada, confusa y oscura con la cual es tratada la belleza. Por lo tanto, es necesaria una revisión y crítica que despeje la ambigüedad cotidiana sobre este concepto: es menester una investigación profunda. Un dato relevante, que puede ser objeto de otro ensayo, sería que a partir de la doxa en la búsqueda de lo bello, el diálogo platónico luce un carácter marcadamente fenomenológico (una característica que ya fue señalada por Michael Landmann).
En ese intento de separarse de la doxa, Sócrates va a reiterar nuevamente la duda en términos más claros “qué es lo bello en sí mismo, aquello que añadido a cualquier cosa hace que ésta sea bella: piedra, madera, hombre, dios, una acción o un conocimiento cualquiera” (Platón, 292e). Esta aseveración sirve para evidenciar que la estética objetivista platónica hace referencia a una determinación que supera el ámbito de lo sensible. Esto quedará aún más claro cuando Sócrates establece que lo bello debe ser capaz de mantenerse a través del tiempo, “lo bello es bello siempre” (Platón, 292e).
Frente a estas dificultades ambos interlocutores intentan presentar propuestas que se acerquen a la determinación presentada por Sócrates. Inicialmente Hipias propondrá que lo bello es la conveniencia; esto es, lo adecuado. Por ello, podemos entender que lo bello se equipara a lo armónico, mas nuestro irónico protagonista responderá que no necesariamente la acertada unión de las partes produce algo bello, puesto que además podría suceder que cada una de estas sean bellas por sí mismas.
Si no es la armonía, ¿será posible entonces que lo bello sea aquello que nos es útil? Nuevamente se cae en una dificultad con esta definición, pues existen cuestiones útiles que sin embargo pueden producir mal (Platón, 296c), por ejemplo, el poder bien aplicado es útil y bello, pero mal aplicado, produce los efectos contrarios. El propio Hipias concuerda señalando que lo útil será solo bello en tanto que permita “hacer bien y es útil para esto” (Platón, 296d). La posterior relación con lo provechoso y el retorno a la definición sensualista en 298a, no solo coloca a Hipias ante las cuerdas, sino que revela a su vez la dificultad que acompaña la reflexión en torno a esta categoría clave de la estética occidental, reflexión que, como se dijo al inicio, ¡tiene más de dos mil años de antigüedad!
El debate entre ambos interlocutores alude a otros temas de igual importancia, como la relación entre lo bello y lo bueno, o si algún sentido tiene exclusividad en la captación de lo bello (en este caso se alude a la vista o al oído), aunque Sócrates responde que él busca “la esencia que acompaña a los dos” (Platón, 302c). Estos y otras dificultades terminan exasperando a un Hipias que prefiere la retirada antes que seguir siendo objeto de la investigación socrática, con lo cual el diálogo culmina con un Sócrates que reconoce que “lo bello es difícil” (Platón, 304e). Pese a ello, Platón ha dejado la puerta abierta para una investigación posterior, la cual se saldará en el Fedro y El Banquete.
Por cuestiones de espacio, no se podrá ahondar en profundidad las dos obras antes mencionadas; sin embargo, a modo de conclusión se puede establecer que Platón intenta situar el carácter objetivo de lo bello fuera del terreno de lo sensible y del mundo natural; por el contrario, lo quiere plantar en el espacio de lo “suprasensible” (Jiménez, 24). Este universo suprasensible es el de las Ideas-Formas, y es allí donde reside la belleza en todo su esplendor.
Pese a que Platón intentó separar lo bello de la doxa, Gadamer nos recuerda que “…nosotros asociamos todavía, en ciertas circunstancias, el concepto de lo bello con algo que esté públicamente reconocido por el uso y la costumbre, o cualquier otra cosa; con algo que —como solemos decir— sea digno de verse y que esté destinado a ser visto” (Gadamer, 49). Con lo cual, quedan rastros de ese sensualismo sofista que el platonismo intentó —sin éxito— enterrar; o más bien, desterrar de la Polis; pero, ¿y la herencia platónica?, esta también persiste “todavía omnipresente en nuestra reflexión sobre lo bello” (Gadamer, 56).
Queda aún por tratar el Fedro y El Banquete, en tanto que ambos diálogos exponen en mayor profundidad la teoría de las Ideas-Formas y el vínculo que esta mantiene con la reflexión platónica sobre lo bello; una deuda que será saldada en futuras entregas.