La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 22/12/2019 00:00
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Recibí la Noche Mala —la oscuridad del 19 al 20 de diciembre— en compañía de ciudadanos de varias edades y caminos de vida. La aparición de sus rostros, definidos según se abrían paso entre la sombra, caló hondo y, aunque pocos, en el parque contiguo a la Asamblea Legislativa, hablaron alto sobre las aspiraciones de la nación. De cada grupo directamente asociado con las luchas de reconocimiento de la Invasión, protección de familiares de las víctimas, gestores de memoria y recuento periodístico, vino alguien: Encontrarlos, escucharlos, me conmovió profundamente, por cuanto entiendo que las oportunidades de servir al país son contadas y frágiles. Y no siempre vistas ni aprovechadas. Quizás ese instante sólo se manifiesta en el trayecto de algunos. En los cuerpos presentes que rememoraron los cuerpos ausentes y lo sufrido por los propios (cuerpo y memoria) en el sitio donde podrían reconocerse (Asamblea Nacional), fue una manifestación tan humana como poderosa en su capacidad de manifestar la magnitud de su autodeterminación. Llamado atendido.
Comparto el malcontento generalizado entre los ciudadanos por la forma e instrumento que finalmente oficializa el reconocimiento de la fecha. El mío —malcontento— lo describo desde mi capacidad de hombre común como una obra truncada/en proceso donde el aspecto cultural (entre los muchos otros y tan sensibles que sopesó el Ejecutivo), tan crucial a la nación, escapó a las consideraciones del gesto y su instrumento en la toma de decisiones: Debía sopesarse también la cohesión nacional que resulta de la solidaridad humana como la suma de las aspiraciones de los ciudadanos. Vista con ojo crítico, la Historia de la nación y su territorio señala a una constante: las administraciones post-guerrra/conflicto canalizan la cohesión ciudadana que resulta de una fisura en reconstrucciones nacionales que poco meditan las razones, forjando así identidades por diseño o por encargo de los grupos de poder que históricamente toman estas decisiones. La construcción de esa identidad post-conflicto es, en su expresión ideal, del dominio de las gentes quienes juntos manifiestan un dolor compartido, aún cuando las razones por las que duele no son las mismas. El énfasis está en manifiestan, es decir articulan de forma tangible su dolor.
Sé que el gesto del poder Ejecutivo es uno de solidaridad humana y lo agradecemos; intuyo además que supo ver la oportunidad histórica de oficializar la fecha y ha hecho lo propio. Ya podemos empezar a escribir Historia. Sin embargo, será necesario meditar que el poder Legislativo también puede contestar a ese llamado. Sin un día de duelo nacional por ley, los ciudadanos estamos inhabilitados para conmemorar y rememorar la fecha en la fecha. Y no el día antes, después ni ningún otro día. Asistir a las actividades de memoria es un derecho civil y humano, que en nada difiere de las consideraciones que se tienen hoy por el duelo personal. ¿Qué del asunto identitario? Intuyo que permitir a las gentes construirnos nuestra identidad unidos en manifestación de dolor será instrumental en nuestra próxima lucha y nos prepará para contestar el llamado a servir al país que amamos.
Lili Mendoza es escritor y ciudadano. Tiene una guaricha azul.