La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 12/10/2024 00:00
- 11/10/2024 19:16
Hoy es el momento, me dije resuelta. Hacía años que venía viviendo la pesadilla de dietas, gimnasios, pastillas adelgazantes, fajas reductoras, tés blancos, verdes y de mil colores; cremas, algas marinas, aceites, saunas, baños a vapor; en fin, toda clase de artilugios para lograr bajar unos cuantos quilos. Y nada había sido efectivo. Seguía sintiéndome una bola de grasa, como me llamaron toda la primaria mis queridos compañeros. Reconozco que en algunas ocasiones logré eliminar un par de llantitas, pero nada significativo y menos satisfactorio.
Siempre fui gordita, bueno... gorda. Mi madre comentaba, con gran orgullo, “mi bebé se parece a los angelitos de Miguel Ángel”. En la secundaria no lo soporté más. Empecé a aislarme. Nada de fiestas, nada de reuniones con amigos: ¡Dios me libre ponerme un vestido de baño!
Empecé a rumiar mi amargura y mis complejos quedándome en casa viendo televisión y comiendo como una desconocida, con la depre.
Los romances, ni se diga, eran prohibitivos. ¿Qué muchacho en su sano juicio se fijaría en mí, en esta gorda renacentista? Sin embargo, fantaseaba pensando que era una de esas voluptuosas damas, semidesnudas de aquellas extraordinarias pinturas, adorada por galantes mozos.
“Hoy es el momento que tanto has esperado. Tienes solo una oportunidad y es esta. No sufras más. Si quieres tener un abdomen plano, glúteos de manzana, cintura de avispa, caderas redondas, piernas largas y torneadas y senos perfectamente erguidos”... aquella voz que salía del televisor, mientras me comía unas deliciosas papitas fritas con una hamburguesa doble carne y doble queso, una soda grande de dieta y un pastelito de manzana, se incrustaba en mi cerebro... “te presentamos Perfect Body, el mágico, milagroso y único aparato que te convertirá en la fantástica Barbie que siempre has soñado. ¡Adquiérelo ya! ¡Hoy, solamente hoy, tenemos para ti esta extraordinaria promoción”.
Hipnotizada, miraba la televisión sin parpadear. Una gorda se encontraba sentada en aquel extraño aparato... “¡de máxima aceleración y resistencia...!” y a medida que aumentaba la velocidad iba transformando a la gorda en una escultural mujer... “entrenamiento por aceleración... con los años todo se cae... ¡Muslos, abdomen, cadera, brazos! Con dos motores para maximizar su potencia... máxima eficacia”. El abdomen, del que colgaban lonjas de grasa, se fue disolviendo; sus enormes y acolchadas caderas dejaron su blandura para reafirmarse; las piernas se fueron torneando hasta quedar fuertes y musculosas como campeona de triatlón. No lo podía creer. Miraba aquella imagen con los ojos desorbitados, tan abiertos que sentía que se me resecaban. ¡La gorda era yo!
“No sufras más”... la voz iba y venía como en un bamboleante oleaje. La imagen de la ahora escultural mujer quedó prendaba en mi retina... “No lo pienses más. Aquí tenemos el aparato que cambiará tu vida. Serás la envidia de todas las mujeres.
¡Por fin flaca, ya no seré más bola de grasa! – grité enloquecida.
“¡Llama a este número, ya! Recibirás el equipo en la puerta de tu casa y sin costo alguno. Lo más fabuloso de este excepcional aparato es que solo necesitas subir a él y ¡listo! Quedarás delgada como una supermodelo. Nada de dietas de hambre. Nada de quitarse un pedazo de tu tan preciado estómago y eliminarte el inmenso placer de degustar delicioso manjares. Podrás comer, sin culpa, todo lo que te gusta, ¡sí! Tus deliciosas papas fritas y hamburguesas dobles o triples, no importa.
Alargué la mano y como una autómata tomé el celular que se encontraba cerca de mí y llamé sin perder de vista la imagen del televisor.
Coloqué el aparato en mi habitación. Subí a él sin miramientos. Nunca me había sentido mejor en mi vida.
Ahora, cada vez que quiero verme flaca, lo uso y ¡listo! Luego sigo con mis papas fritas, mi hamburguesa triple y mi soda de dieta gigante.
Desde el televisor, ella me sonríe con malicia, con complicidad. Al fin recuperé el control de mi vida.