La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 25/06/2023 00:00
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Desde 1994, los panameños confiamos que los resultados electorales reflejan la realidad del voto. No siempre fue así.
Durante los primeros ochenta años de vida republicana, los votantes panameños debían resignarse a la realidad reflejada en la frase “el que escruta elige”. Y es que fueron muy pocas las veces en que no se alzaron las voces inquietas para protestar por la existencia de fraude. Desde Amador Guerrero hasta Marco Robles, la costumbre era que el presidente saliente elegía a su sucesor y ponía los recursos del estado a favor del “candidato oficial”. La prueba es que fueron muy pocas las ocasiones en que la oposición obtuvo el triunfo electoral.
Solo tres presidentes tuvieron la decisión y empeño o la capacidad de garantizar elecciones libres y democráticas: Ricardo J. Alfaro (1931-1932), Ernesto de la Guardia (1956-1960) y Guillermo Endara (1989-1994). Curiosamente, los tres llegaron al poder en momentos de profunda crisis y división.
Las elecciones de 1932 se dieron un año después del primer golpe de estado de la historia republicana, gestionado por el grupo Acción Comunal, el 2 de enero de 1931.
Tras el derrocamiento del presidente Florencio Harmodio Arosemena, fue llamado a ocupar la primera magistratura de forma interina el ministro de Panamá en Estados Unidos, Ricardo J. Alfaro, un hombre de reconocida honorabilidad y corrección. Era lo que necesitaba el país para asegurar la ecuanimidad en un momento de grave crisis nacional, no solo por las profundas divisiones creadas por el golpe sino por los efectos devastadores de la depresión económica que campeaba en el país y la mayor parte del mundo.
Meses antes de la votación, la prensa reportaba que serían las elecciones “más amargas” de los 29 años de vida republicana. Unos 80 mil votantes debían decidir entre los candidatos Harmodio Arias Madrid, del Partido Doctrinal Liberal, y Francisco Arias Paredes, del Liberal Reformador, en lo que se suponía una contienda muy cerrada.
Un mes antes de la votación, el 1 de mayo de 1932, se dio una violenta reyerta entre facciones rivales que requirió de 50 policías armados con macanas y 20 minutos para disolverse. Otra crisis ocurrió el 16 de mayo en la ciudad de Colón con dos muertes.
La tensión se montaba y el presidente, desconfiando de la Policía, emitió el 20 de mayo un decreto por el que traspasaba la jefatura del cuerpo policial a su persona. Posteriormente, otro decreto ordenó el cierre de cantinas, hoteles y clubes, con fuertes sanciones para aquellos ciudadanos que el día de las elecciones salieran de sus casas con otra intención que la de emitir su voto. Alfaro llegó a advertir a las dos partes que, en caso de fraude, usaría su autoridad para anular los resultados.
El domingo 5 de junio, mientras los panameños acudían a las centros de votación para elegir a un presidente y 32 diputados, las unidades de la Policía Nacional se mantenían en sus barracas. Eran los miembros del Cuerpo de Bomberos, acompañados de voluntarios a caballo y armados, quienes patrullaban las calles de la ciudad y los centros de votación.
Cerradas las urnas, ambos candidatos expresaron su complacencia por el orden con que se llevó a cabo el proceso. Después de las naturales primeras horas de confusión, en que los dos contrincantes clamaban ser los ganadores, se hizo claro que Arias Madrid tomaba la delantera en el conteo. El resultado oficial se dio a conocer el 7 de junio, y Francisco Arias Paredes concedió el triunfo a su rival. Era la primera vez que un candidato a la presidencia hacía tal acción en lugar de alegar fraude. Por ello ha pasado a la historia como “el caballero de la política”.
En 1960, el país atravesaba una de las peores crisis económicas de su historia, con el desempleo llegando al 20% y la efervescencia política en niveles nunca antes vistos. Durante los últimos dos años del gobierno de Ernesto de la Guardia, la situación política en Panamá era explosiva. En particular, el año 1959 había sido violento. En momentos en que el reciente triunfo de la revolución cubana hacía creer a sectores de la población que los problemas del país se resolverían a través de la violencia, se gestaban iniciativas terroristas nunca antes vistas.
En febrero de ese año, un centenar de ciudadanos se tomó la sede alcaldicia para iniciar la emisión de decretos municipales. En los meses siguientes se darían múltiples estallidos de bombas, ataques a los cuarteles de diferentes puntos del país, además de la aparición de un foco guerrillero (Cerro Tute) y un intento de invasión por parte de un contingente de cubanos organizados por Roberto Arias Guardia.
La confianza en el sistema electoral era inexistente. Desde las elecciones de 1932 todas las contiendas electorales habían estado marcadas por el fraude y el favoritismo de los gobiernos hacia sus “candidatos oficiales”. El presidente De la Guardia conocía perfectamente los defectos del sistema porque había sido miembro de la Comisión de Escrutinio en 1948 y 1952. Hasta la legitimidad de su gobierno estaba en entredicho en medio de fuertes acusaciones de fraude de parte de su rival Victor Goytía en 1956.
Convencido de que la paz social solo se conseguiría a través de la institucionalidad y la pureza de las elecciones, al asumir la jefatura del país De la Guardia prometió que uno de sus principales propósitos de gobierno sería fortalecer el sistema electoral. Bajo su mandato se creó el Tribunal Electoral, con independencia del Ejecutivo, además de un registro de votantes destinado a controlar las tan frecuentes votaciones múltiples. Leyes y decretos impulsados bajo su liderazgo impusieron nuevas reglas electorales como la creación de un nuevo formato de cédula difícil de falsificar.
En las elecciones de 1960 se presentaron tres candidatos principales. El industrial Roberto F. Chiari, de la nómina Unión Nacional de oposición; Víctor Goytía, de la Alianza Popular y Ricardo Arias Espinosa, de la Coalición Patriótica Nacional, partido gobernante.
Pese a la tensión, las votaciones se realizaron en orden el día domingo 8 de mayo. El temor a fraude renació días después al momento en que el conteo se detuvo justo cuando empezaba a mostrarse la superioridad de votos de la oposición.
Posteriormente se sabría que los miembros del partido gobernante habían entrado en pánico y cortado las líneas telegráficas que unían a la capital con el interior. Mientras, una estampida de líderes de la Coalición Patriótica Nacional acudía al presidente a exigirle que interviniera para manipular los resultados a favor de su candidato.
Pese a la enorme presión de copartidarios y amigos, De la Guardia y su gabinete se mantuvieron firmes, alegando que la elección estaba exclusivamente en las manos de la Junta de Escrutinio. El presidente ordenó al ministro de Gobierno Héctor Valdés que restaurara el servicio telegráfico.
El candidato opositor, Roberto Chiari fue declarado el ganador por 13 mil 960 votos el sábado 20 de mayo, más de un mes después de las elecciones.
El perdedor pidió un recuento de votos, pero este nunca se llegó a hacer.
Las elecciones de 1994 serían las primeras después de 20 años de dictadura militar y de la trágica invasión norteamericana de diciembre de 1989. La sociedad panameña se encontraba profundamente dividida, inmersa en una profunda crisis de confianza, dificultades económicas y trauma emocional. Una parte importante de la población rechazaba la legitimidad del gobierno de Guillermo Endara, quien había llegado al poder gracias a la intervención armada de los estadounidenses y tomado posesión en una base militar en la Zona del Canal.
Después de cuatro años y medio de tormentoso gobierno, las elecciones constituían una prueba para Endara y su gabinete, compuesto por duros críticos del gobierno militar y víctimas de fraude electoral en 1984 y 1989.
La situación era más crítica por cuanto, una vez iniciada la campaña de 1994, hubo claros indicios de que el candidato favorito era Ernesto Pérez Balladares, ligado a ese mismo régimen militar. Aunque este intentó desligarse de Noriega, eran muchos los que temían que su triunfo significaría la entronización de su partido PRD.
A pesar de los temores, el gobierno de Endara se mantuvo firme en su intención de asegurar la elecciones limpias y pacíficas con un Tribunal Electoral independiente.
El día de la votación, miles de ciudadanos hicieron fila pacíficamente bajo un cielo oscurecido por negros nubarrones. En horas de la tarde, un terremoto de 4.3 en la escala de Richter sorprendió al país.
Pero nada impidió que las votaciones se registraran en el más estricto orden y buena voluntad. Lo mismo sucedió al anunciarse el triunfo de Pérez Balladares con apenas 33% de los votos.
“Hoy me siento orgulloso de ser panameño”, dijo a viva voz el presidente Guillermo Endara en televisión nacional horas después de cerradas las mesas de votación.
“Es que parecíamos suizos”, era la frase que se repetía en corrillos a lo largo y ancho de toda la nación, por una ciudadanía no acostumbrada a tal despliegue de civismo.