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Testamento, gestión y legado de Octavio Méndez Pereira
- 26/09/2021 00:00
- 26/09/2021 00:00
Yo, Octavio Méndez Pereira, mayor de edad, panameño nacido en Aguadulce el 30 de agosto de 1887, hijo de Joaquín Méndez y Micaela Pereira de Méndez, educador por dedicación fundamental, casado el 3 de febrero del año 1915, vecino del Distrito de Panamá, ciudad de Panamá, y portador de la cédula número 47-3526, estando en el ejercicio pleno de mis facultades mentales y no existiendo motivo que me impida hacerlo, me dispongo, por sentir que el fin de mis días se acerca, a otorgar mi testamento.
Y para ello, antes que todo, invoco a Dios como Supremo Hacedor, Supremo Espíritu de Sabiduría y Supremo Centro de la Eternidad.
Declaro que contraje matrimonio eclesiástico, debidamente registrado en el Estado Civil, con la que es mi esposa, Luz Amalia Guardia de Méndez, en el año arriba indicado; que entre ella y yo no habido capitulaciones matrimoniales y que, por consiguiente, los bienes que poseemos aunque algunos aparecen registrados con su nombre y otros con el mío en el Registro de la Propiedad, pertenecen por iguales partes a los dos y los hemos adquirido por el trabajo y la economía en la convivencia matrimonial.
Declaro, además que mi mujer me ha ayudado en la vida con gran inteligencia, sentido extraordinario de responsabilidad y actividad y devoción prestas al servicio leal del hogar y la familia y que, por esto, a sus esfuerzos y colaboración se debe en parte lo que poseemos. A su calor, como atracción suprema, luché siempre por algo que valiera más, mucho más que yo mismo y fuera de trascendencia benéfica para la Patria.
Como mi reconocimiento póstumo, pues, instituyo heredera universal de todos los bienes que posea a la hora de mi muerte y mientras ella viva, a mi esposa Luz Guardia de Méndez, a quien nombro albacea en la tenencia y administración de dichos bienes hasta que se haga la adjudicación y entrega de ellos. Pero hago constar que cuando ella muera, todo lo que me haya pertenecido y ahora traspaso como herencia, ha de pasar por partes iguales a nuestros hijos Luz Amalia, Octavio Augusto, Manuel José y Alicia Esther.
Dispongo que mi biblioteca particular sea entregada a la Universidad como una sección especial que ha de figurar en aquella. De mi biblioteca se exceptuarán los libros agotados, los libros de recortes y los volúmenes y cartapacios de documentos y correspondencia y las obras escritas por mí - una colección completa - que lego a nuestra hija Amalia, cuando mi mujer resuelva entregárselos, con encargo de que ella cuide de estos escritos en qué tanto puse de mi existencia y mis ideales. Le lego también a la misma hija el retrato de mi padre por Roberto Lewis. En la misma forma, cuando mi mujer quiera, entregará a nuestra hija Alicia la colección de medallas y condecoraciones y, equitativamente divididos, según sus gustos, a nuestros hijos Octavio y Manuel, los cuadros de valor pintados por artistas y las estatuas. Claro que lo deseable es que la casa en que hemos vivido juntos permanezca intacta el mayor tiempo posible para que los hijos, al visitarla, sientan que allí anida nuestro espíritu.
Conforme lo dispone el artículo 720 del Código Civil, este testamento ha sido escrito y firmado de mi puño y letra en mi escritorio de la Universidad que le dejo a mi Patria, en la Ciudad de Panamá, hoy día 7 de mayo de 1954, primer día del año académico de 1954 – 1955. (firmado) Octavio Méndez Pereira.
Los hechos salientes de mi vida son tal vez el haber fundado la Universidad de Panamá en el año de 1935 y haber construido la Ciudad Universitaria, en que ya se aloja. Como Ministro de Educación en varios Gabinetes, fundé la Escuela Profesional de Mujeres, 2 escuelas normales rurales, más de 300 escuelas rurales en el interior del país, 80 bibliotecas, una Escuela Modelo en Las Tablas, un asilo para ancianos y otro para niños y el Museo Nacional, entre otras cosas.
Recientemente, durante año y medio, actué como Director del Centro Regional de la Unesco en el Hemisferio Occidental, y en este carácter fundé el Centro Regional de La Habana y organicé la Primera Conferencia Regional de Comisiones Nacionales de la Unesco.
En lo internacional, he sido ministro (embajador) de Panamá en Francia e Inglaterra y he representado a mi patria en la Liga de las Naciones, en la Conferencia de San Francisco y en la Primera Conferencia General de las Naciones Unidas, celebrada en Lake Success. He asistido a muchos otros congresos internacionales y me tocó presidir y organizar el Congreso conmemorativo de Bolívar en el año de 1926.
He dirigido diarios y revistas, publicado libros, viajado mucho y recibido condecoraciones de gobiernos de Europa y América que están detalladas en la obra “Who's Who in Latin America” por Alvin Martin.
Tengo el doctorado efectivo de varias universidades y el doctorado honoris causa de otras. Soy Vicepresidente de la Unión de Universidades Latinoamericanas y Director de la Academia Panameña de la Historia, miembro fundador de la Academia Panameña de la Lengua, etcétera.
Creo que la base de todos los problemas humanos es la educación y solo por la educación y la cultura podrán resolverse.
Las universidades que fundó España en América, las de México y Lima, de Córdoba y Caracas, San Felipe de Chile, San Javier de Panamá, así como los institutos de educación superior que implantaron en los Estados Unidos los colonos ingleses, Yale y Harvard, Princeton y Columbia, Pennsylvania y William and Mary, nacieron todas con el objeto de desarrollar el espíritu religioso, de preparar ortodoxos, ministros del altar u hombres de cultura general, repitiendo todas el trivium y el quadrivium en que los humanistas y los teólogos de los claustros medioevales encerraron los modelos de la sabiduría humana. Más tarde con la independencia de las dos Américas vino también, desde luego, la emancipación intelectual y la influencia de los focos espirituales franceses y germánicos, pero el molde medioeval fue tan fuerte y nuestro dinamismo tan débil que la mayor parte de las universidades latinoamericanas no han logrado hacer que sus programas, su orientación y sus métodos respondan a la ideología moderna científica y social que ya se nota en los centros de cultura superior de los Estados Unidos donde se han dado cuenta perfecta, en cambio, de que “todas las disciplinas naturales, sociales y morales son ciencias de experiencia, antidogmáticas, críticas, incesantemente perfectibles”.
De ahí la Universidad cultural educadora y libre que se esboza ya y que yo he señalado en otra ocasión como el ideal a que debe tender una institución nueva que nace, como la nuestra, sin resabios arcaicos y viciosos, sin claustros cerrados ni divisiones artificiales, ni menosprecio por las actividades prácticas.
La Universidad Nacional no será, pues, si hemos de aprovechar las enseñanzas modernas y la experiencia de los países más avanzados, un centro burocrático, fábrica de títulos y vivero de profesionales, tan limitadas como un oficio manual. Ni será su propósito una mera instrucción informativa que comunica la ciencia, pero no adiestra para hacerla; que cultiva la facultad de discusión y no la constructiva; que inculca principios dogmáticos, pero no educa, emancipa y desenvuelve las energías latentes del carácter. Ella estimulará la mente creadora, la iniciativa y la acción; enseñará a pensar y obrar por sí mismo y, sobre todo, a unirse por la acción común y el bienestar social.