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Uno de los sueños de Porras, el casi centenario monumento a Balboa
- 03/10/2021 00:00
- 03/10/2021 00:00
En presencia, al fin, de este bello y grandioso monumento, que fue objeto de tantas meditaciones durante tantos años para todos los que sentimos orgullo de descender de España – al verlo realizado ya, como ha llegado a serlo, por Panamá, en asocio de S.M. el Rey Alfonso XIII, y a estos dos con cuarenta Municipalidades de la Madre Patria y quince países de nuestra América Hispana – no puedo menos que recordar emocionado lo que hacían los romanos con los faustos acontecimientos: subían al Capitolio y les daban allí gracias a los dioses.
Dejadme deciros que para mí esta inauguración es un suceso de lo más feliz, porque al insigne descubridor de este Mar del Sur que desde aquí contemplamos, fue para mí uno de los héroes predilectos de mi adolescencia desde que conocí sus hazañas y su gran desventura.
Al igual de todos los demás niños, cuando estuve en esa dulce edad y comencé a leer libros fui escogiendo mis tipos y mis modelos de hombres, mis héroes predilectos, mis ídolos, a quienes aspiraba a imitar. Tuve sucesivamente muchos, y entre ellos al gran Vasco Núñez de Balboa, quién figuró en primera línea y ha vivido todo el tiempo así en mi corazón. Estudiaba entonces la Historia Patria, y me ha sido imposible después olvidar los episodios salientes de la vida de ese hombre singular que poseía salud de hierro, fuerzas de Hércules, valor de Rolando, y todo esto unido a la afabilidad más exquisita, a la bondad más dulce, al entendimiento más claro y a la más tierna compasión.
Hombre ya, en aquellos terribles tiempos en que la deuda era un delito que se purgaba con la cárcel. Salió de Santo Domingo y embarcó en la nave del Bachiller Enciso, huyendo de sus acreedores por deudas contraídas en sus empresas de colono agricultor, así como en busca de más amplios horizontes para su genio. Escondido dentro de un tonel fue rodado hasta la playa, dando tumbos dentro de él en carrera vertiginosa al desprenderse el tonel de las manos del conductor, en un descuido, barranca abajo hasta ser casualmente detenido por un montón de madera a la orilla misma del mar! ¡Imaginaos, señores, los golpes y contusiones, las sacudidas, las posiciones diversas y las angustias de nuestro héroe dentro de semejante vehículo, con tal medio de locomoción! Imaginaos la privación de sueño y de alimentos durante un día y dos noches que duró su encierro, y el natural quebranto por todo ello, y sin embargo, cuando al salir del tonel Enciso lo amenaza con arrojarlo al mar, y lo manda prender y atar – sereno y formidable como un superhombre - sujeta por la espalda la mano del esbirro que avanza a atacarle y, levantándolo sobre su cabeza como a un pelele, se impone con este gesto a la admiración del Bachiller, que lo perdona, y a la adoración de todos los tripulantes y soldados de la expedición, hombres temerarios todos, de su propio idioma, de su sangre y de su raza. Balboa no siente resentimiento: sonríe y alaba al bravucón que intentaba atacarlo: lo declara valiente, lo estimula y lo abraza, haciendo resaltar así sus heroicas cualidades por medio de su admirable sencillez.
Más adelante sobreviene un naufragio y es Balboa de los pocos que conservan la serenidad y el temple de corazón, por lo que hizo de jefe, ayudando con hidalguía caballeresca a salvar parte del cargamento y al propio Bachiller, sucediendo en esa ocasión y en muchas otras siguientes, lo que sucede en tales casos, que el jefe se impone por sus cualidades sobresalientes superiores. Así, encontrándose con aquel puñado de hombres incomparables, después del naufragio, apenas comenzado el viaje “en una playa hostil, asechados por salvajes enemigos, sin techo donde cobijarse, sin armas suficientes con que defenderse, sin barcos para volver a su patria, perdidos todos los recursos, sus provisiones, su hacienda, sus esperanzas y hasta su ambición de gloria y de riqueza”, y cuando nunca antes “El desengaño pudo mostrar una imagen suya más triste que aquella que ofrecía un grupo miserable de náufragos en la desierta playa de Urabá y a la luz indecisa y pálidas de las estrellas”, he aquí que Balboa, con su serenidad y su temple de alma toledano, fue quien “dio dirección a los desorientados, valor a los tímidos, esperanza a los escépticos, ansias de vivir a los que hablaban de la muerte, y a todos confianza y coraje para seguir avanzando en su camino”.
Es imposible pintar en un discurso la vida entera de un hombre extraordinario, como Vasco Núñez de Balboa, orgullo de España y de toda su raza, pero no podré callar lo que más sugiere de él mi imaginación y bulle en mi memoria. Mi asombro no acabará al ver al héroe atravesando el Istmo con un puñado de hombres, a través de bosques vírgenes, poblados de fieras y combatiendo cuerpo a cuerpo con ellas; a través de pantanos y marismas, llenos de insectos y reptiles venenosos, con el agua o con el lodo al pecho, y también a través de ríos y canales, en cuyas aguas y riberas asechaban su presa los caimanes, grandes y terribles, capaces de partir en dos a un hombre con sus feroces mandíbulas, y en fin, en el aire los grandes murciélagos, verdaderos vampiros, de membranosas alas, sedientos de sangre caliente, y los tábanos crueles, y las nubes espesas de mosquitos zumbadores y voraces, que quitaban el sueño e inoculaban, con sus picadas, las enfermedades y la muerte; así, con tan numerosas dificultades cruzó el Istmo cuatro veces, de un mar al otro, sin tener descanso y sin más alimento que algunas frutas silvestres, gran sufrido y gran aguantador, y cuando lo hizo la primera vez, a la vista de Francisco Pizarro y de Diego de Albites, de Fabián Pérez, de Andrés Vera y de Sebastián de Grijalba, así como de sesenta más, con el Notario Andrés de Valderrábano, todos de la raza de los titanes, capaces de conquistar y dominar la América entera, si la envidia no los hubiera dividido, destruido entre sí, como los famosos soldados de Cadme, bajo a la orilla del océano e “irguiéndose arrogante y altivo, con un continente soberbio que le daban apariencias de gigante, se metió dentro de sus aguas y tomó posesión de él con uno de los gestos y con frases más orgullosas y sorprendentes que se conozcan”.
Como olvidar, ni callar tampoco, la muerte del insigne hombre de quien hablo, por obra sólo de la baja envidia, en los momentos en que acababa de recorrer en barcos construidos por él, parte considerable del Golfo de Panamá y había descubierto el archipiélago de Las Perlas, y cuando se preparaba ya a conquistar el Imperio de los Incas, después de hacer su tercer viaje a través del Istmo, cargando al hombro con sus soldados de hierro las quillas, el maderamen, arboladuras y jarcias de sus naves? ¡No, imposible! Todavía me parece estar aprendiéndolo, muchacho, en mi última lección sobre el héroe. Murió por el delito de ser grande y noble, y esforzado y valiente, y de hallarse ya escalando las graderías de la inmortalidad.
Aquí está, al fin, el héroe; su cuerpo se ha hundido en el polvo, pero su gran nombre ha crecido gigante. Su fama resplandece como una gran luz a través de los cielos. Su grandeza reside en todo él. Pedro Martyr lo llama Engregius Digladiator. Fue lo que constituye un conductor de pueblos que tiene confianza en sí mismo, que domina el ambiente, no por la violencia, sino por el magnetismo de su persona y por algo incomprensible o inexplicable para los humanos.
¡Héroe! Aquí quedarás como una reparación y como un ejemplo, de tu raza. Que los jóvenes de mi país aprendan a ser sufridos y emprendedores como tú y surjan, y se guarden de la envidia y de las bajas pasiones de sus enemigos. Que sirvas aquí para recuerdo de la madre España, fecunda, que dio al mundo soldados de hierro; héroes sufridos; titanes que dominaban el mar y sus peligros, y las tierras desconocidas y todos los endriagos que las habitan; exploradores sin miedo; conquistadores invulnerables y colonizadores sabios. Bien estás aquí, Vasco Núñez de Balboa, a orillas de este mar que descubriste, contemplándolo y oyendo sus rumores con amor. Bien quedas aquí, consagrado a la admiración de mi pueblo y de mi raza y de todos los hombres que pasen por mi país, cómodamente hoy, siguiendo tus huellas, pagándote el tributo que le es debido, oh Precursor. ¡Adelantado insigne, oh Héroe sin igual!.