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Imaginario, feminismo y modernidad en Panamá
- 14/05/2023 00:00
- 14/05/2023 00:00
Este viernes 12 de mayo, la historiadora panameña Edda Samudio presentó en la sala de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero su obra Imaginario, feminismo y modernidad en Panamá (Editora Novo Art, S.A., 2023), producto de una investigación respaldada por la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt).
La obra analiza el lento proceso de cambio que se dio en la sociedad panameña entre 1909 y 1947, cuatro décadas en las en que se fue erosionando la noción tradicional del ser mujer —ligada principalmente a valores patriarcales, como obediencia, sumisión y dependencia—, para dar paso a un nuevo ideal femenino moderno, ligado a los valores de igualdad, justicia, autonomía y al desarrollo de capacidades, empoderamiento y emancipación.
Más que la historia del feminismo, el libro describe y analiza el proceso de transformación que se dio en Panamá en torno al imaginario femenino, desde lo que llamo un imaginario androcéntrico, concebido por el hombre, a uno ligado a los valores de la modernidad. Este proceso se da a medida que la mujer empieza lentamente a figurar en la literatura, a educarse, a participar en la vida pública. En 1947, año en que termina mi proyecto investigativo, ya la sociedad experimentaba el ideal de una mujer autónoma, que sin abandonar las tareas hogareñas, busca desarrollarse también fuera de este ámbito y ser un factor de cambios en la sociedad.
Creo que podríamos empezar por mencionar los nuevos modelos de gobierno democrático que surgieron con la Revolución Americana y Francesa, especialmente a raíz de la Declaración de Independencia estadounidense y la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), un documento redactado por la escritora feminista francesa Olympe de Gouges en respuesta a la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789). Aunque no fue aceptada en su momento (la autora terminó en la guillotina), esta última iniciativa se convirtió en un símbolo de la lucha por la igual de género en Europa y después en América Latina. También vale mencionar la relevancia del movimiento abolicionista y, ya en el siglo XX, la I Guerra Mundial (1914-1919), un conflicto que produjo más de 20 millones de muertes, principalmente del sexo masculino. Como es lógico, esta ausencia significativa dio espacio a las mujeres para desempeñar posiciones nuevas como las de aviadoras, contables, oficinistas, obreras en las fábricas, soldados, conductoras de automóviles, mecánicas. A partir de esa experiencia las mujeres sintieron la necesidad de seguir participando en la vida laboral y en el desarrollo social y político de sus países.
Así es. Las mujeres panameñas se empezaron a educar a partir de 1870 en la Escuela Normal de Institutoras y aunque todo el sistema educativo se paralizó con la Guerra de los Mil Días, tras la separación de Colombia se dio un renovado ímpetu por la instrucción pública. En 1910, el Decreto 2 normaba la enseñanza obligatoria; en 1915 se reglamentó el currículo. Igual de importante fue La Ley 35 de 10 de marzo de 1919, que permitió a las jóvenes panameñas compartir el mundo educativo con los muchachos y fue un factor indispensable en el proceso de cambio del imaginario femenino.
Ya en las primeras décadas del siglo XX vemos que Panamá contaba con un grupo de mujeres educadas como pedagogas que empezaron a ocupar puestos relevantes como maestras, directoras de escuelas, inspectoras. Algunas de ellas como Juana Oller y Esther Neira de Calvo tuvieron una labor especialmente destacada al convertirse en líderes que apoyaron y ahondaron el proceso de superación de la mujer.
En este periodo las mujeres panameñas también tuvieron el modelo de las mujeres norteamericanas que llegaban a la Zona del Canal y copiaron de ellas algunas iniciativas interesantes como la de formación de Clubes destinados a habilitar los espacios en los que desenvolverían su vida, particularmente aquellos vinculados a la administración de la Zona del Canal. Así fue como con el liderazgo de la panameña Juana Oller se creó el Club Ariel, que asumió la tarea de luchar ante el problema de la prostitución, brindando oportunidades a las jovencitas de escasos recursos de educarse y aprender una profesión que les permitiera ganarse la vida honestamente, lograr autonomía económica. Este fue uno de las primeras manifestaciones del feminismo en Panamá.
Podemos decir que la labor de organización de las mujeres panameñas fue parte de un movimiento que se dio en Europa y posteriormente en el continente americano. En América Latina tuvo como líderes a la primera doctora uruguaya, Paulina Luisi; a la brasileña Berta Lutz; la americana Carrie Chapman Catt y la panameña Esther Neira de Calvo.
La doctora Luisi fue quien sugirió que los derechos de la mujer en su sentido pleno debían ser un objetivo panamericano, es decir, un movimiento social de esencia latinoamericana. Su propuesta fue presentada seis años más tarde, durante la Conferencia Panamericana de mujeres realizada en Baltimore, donde se creó la Liga Panamericana de Mujeres, salvo que prevaleció la idea de que el movimiento fuera presidido por una norteamericana, la señora Chapman Catt, aunque se designó como vicepresidente a la panameña Neira de Calvo.
De allí vemos que surgen dos corrientes organizadas del feminismo, una que abogaba por un movimiento que respondía a la realidad latinoamericana, con una historia, lengua, religión propia de ella y otra, distinta; la anglosajona Estados Unidos, a la que se sumó la brasileña.
Entre 1922 y 1923, se concretan en Panamá dos organizaciones feministas, el Centro Feminista de Renovación y la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer.
El primero, presidido por la primera abogada panameña, Clara Gonzalez, abogaba por un movimiento nacional, latinoamericano. Su agenda incluía reclamos por la protección de la mujer, su derecho a administrar sus bienes, la paternidad responsable, pero su foco era primordialmente los derechos ciudadanos y especialmente el derecho al sufragio.
Por su parte, la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer fue creado por la señora Neira de Calvo en conformidad con los lineamientos planteados en el Congreso de Baltimore. Esta sociedad congregaba a un grupo de mujeres vinculadas a la esfera gubernametal y se desenvolvía en ambientes elitistas. Su objetivo principal era hacer de la educación el instrumento capacitador de la mujer para el logro de su empoderamiento y liberación, aunque no rechazaban el derecho al sufragio.
En el año 1926, Panamá fue el escenario del Congreso Interamericano de Mujeres, organizado por Esther Neira de Calvo en el marco del Congreso Anfictiónico de Panamá. Acudieron mujeres sudamericanas, norteamericanas, de la Zona del Canal y veintitrés panameñas en lo que fue un evento sumamente relevante que capturó la atención de las mujeres panameñas y sin duda ayudó a consolidar el movimiento a favor de la emancipación de la mujer.
Creo que no fue fácil. Los liberales progresistas consideraban favorable la legislación por el voto femenino, pero eran un sector minoritario. Una postura opuesta mantenían los grupos conservadores y liberales tradicionales. Una de las figuras más representativas del conservadurismo fue el doctor Nicolás Victoria Jaén, un hombre profundamente católico que defendía el ideario femenino tradicional, alegando que el sofisticamiento intelectual de la mujer produciría beneficios perversos para la humanidad. Por otra parte, estaban los liberales tradicionales, como el presidente Demóstenes Arosemena, quien durante su mandato solicitó a la Asamblea rechazar tajantemente una propuesta a favor del voto de la mujer.
Sin embargo, las mujeres continuaron educándose e incursionando en actividades nuevas para ellas como el deporte, compitiendo en ligas intercolegiales e internacionales; se sindicalizaron al tomar conciencia de su agobiante situación laboral, demandando mejoras salarias considerables así como un trato más humano de parte de los empresarios; asimismo, surge el interesante movimiento Acción Social liderado por Felisa Santizo.
Por fin, llegaría el voto restringido con la controvertida Constitución arnulfista de 1941 que remplazó a la de 1904. Cinco años después, con la Constitución de 1946, aprobada unánimemente por una Asamblea Constituyente en la que solo participaron dos representantes femeninas, primeras diputadas panameñas, se concedió completa garantía a los derechos políticos femeninos, lo que llevó adelante a constitucionalización de los derechos social y se adentró en el tema de los mecanismos judiciales de amparo de los derechos.