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La desconocida vida de María Ossa de Amador
- 02/07/2023 00:00
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¿Cómo olvidar a María Ossa de Amador, la intrépida e inteligente dama panameña casada con el doctor Manuel Amador Guerrero, primer presidente de la república?
En la víspera del 75 aniversario de su fallecimiento, el 5 de julio de 1948, vale recordar que sin ella no se habría concretado la gesta de separación de Colombia —como la conocemos—.
En 1903, mientras su esposo se encargaba de los asuntos conspiratorios, militares y económicos del movimiento subversivo, a ella le tocaría jugar un papel fundamental en asuntos no menos importantes.
Cuando se necesitó una bandera, se le ocurrió pedir a su hijastro Manuel Encarnación, de genio artístico, que diseñara una. Cuando se necesitó confeccionarla, se las agenció para adquirir secretamente las telas con su cuñada Angélica Bergamotta de la Ossa y su mucama Agueda Rodríguez para después coserla en un viejo y olvidado ático. Cuando su hermano José Francisco, el alcalde de la ciudad y encargado de la policía, se dio cuenta de la existencia de la conspiración y quiso sofocarla, ella lo ganó para la causa.
Tal vez su tarea más importante sería alentar a su esposo y los otros conspiradores, asustados con la llegada de un buque con 500 soldados colombianos.
'Me queda la satisfacción de que mi voz de aliento llegó a animar y a encender de nuevo el entusiasmo de estos dos patriotas', comentaría años después.
En 1904, su esposo Manuel Amador se convirtió en primer presidente de Panamá, y, según Octavio Méndez Pereira, ella continuó brindando siempre consejos prudentes y atinados para la solución de los problemas de la administración.
Manuela María Maximiliana de la Ossa Escobar nació el 2 de marzo de 1855, en el seno de una distinguida familia colombiana. Su padre era Francisco de la Ossa, encargado del Sistema de Justicia en el Istmo.
A los 16 se casó con el médico cartagenero Manuel Amador Guerrero, 22 años mayor que ella.
Una serie de fotografías tomadas circa 1900 (ver en esta página) la muestran como una matrona avejentada y entrada en carnes, vestida de negro de pies a cabeza, como era la costumbre en esta olvidada capital de provincias de la república de Colombia. La acompañan en la imagen su esposo Manuel y los dos hijos del matrimonio, Elmira, casada con William Ehrman, hijo de un rico banquero, y Raúl Amador, médico formado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos.
Mucho cambiaría la vida de esta mujer educada para la vida doméstica y de la que se esperaba, como era la costumbre, permaneciera oculta del mundo entre las paredes de los viejos caserones del Casco Viejo.
A Manuel Amador le correspondió ser presidente de la nueva república en momentos en que se iniciaba una de las obras de construcción más ambiciosas e innovadoras de la historia humana y el mundo tenía los ojos puestos en el país. Como primera dama, María Ossa, debió organizar complicadas cenas de gala para agasajar a los más importantes invitados —William Taft y Teodoro Roosevelt, por ejemplo— y acompañar a su esposo en una gira por Europa y Estados Unidos en la que fueron recibidos por las más altas personalidades.
Tras concluir el primer periodo presidencial en octubre de 1908, María Ossa sufrió la muerte de su esposo (1909) y el traspaso del poder al Partido Liberal, que empezó a cuestionar fuertemente las acciones de los primeros gobernantes.
En ese ambiente de chismorreo maligno, prefirió abandonar su patria para instalarse con sus hijos Elmira y Raúl en Nueva York. Regresaría en contadas ocasiones.
En 1913, cuando su hijo Raúl fue nombrado parte de la delegación diplomática panameña en Francia, ella se trasladaría a París para acompañarlo. Allí disfrutaría intesamente de la vida social, más con los repetidos ascensos del diplomático, que se convertiría en ministro plenipotenciario de Panamá en Francia y presidente del Consejo de la Liga de Naciones.
Tras la repentina muerte de este, el 24 de marzo de 1934, María Ossa decidió permanecer en París con su hija Elmira y algunos de sus nietos, pero en 1939, ante la inminencia de la guerra, la familia debió trasladarse a Charlotte, Carolina del Norte, donde los Ehrman tenían una casa.
Charlotte era, a finales de 1939, una pequeña ciudad de poco menos de 100 mil habitantes, de clima agradable y gente hospitalaria. En este ambiente típicamente sureño, llamaba la atención de los vecinos la presencia de esta elegante mujer de ojos grises claros, que había sido primera dama de un exótico país centroamericano y que, a sus más de 80 años, permanecía activa.
“Cada tarde toma su automóvil y conduce hasta el centro de la ciudad ya sea para hacer compras, ver una película o pasar un rato en el country club. Tiene tanta energía que, cuando sale a dar una caminata, hasta sus bisnietos tienen problemas para seguirle el paso”, decía un artículo publicado por The Charlotte News, el 1 de marzo de 1841 con motivo de su 86 cumpleaños.
“Usted nació en el año 1855, pero se ha adaptado perfectamente a los avances de la época. ¿Qué le parecen los inventos modernos como el avión, por ejemplo?”, le preguntó el periodista.
—¿Avión? Nunca he subido a uno y no pretendo hacerlo
—¿Y la radio?
—Un invento maravilloso.
—¿El automóvil?
—Nada especial. Un paseo en un viejo birlocho, movido por caballos enérgicos, es mucho más placentero que ir de aquí para allá en un automóvil.
Cuatro años más tarde, con motivo de su 90 cumpleaños, diría la exprimera dama a otro reportero que acudía a su casa para el correspondiente reportaje (The Charlotte Observer, 1 de marzo de 1945): “Por favor, déjame bonita. No estoy vieja, solo tengo 90 años, tú sabes”.
“Cuando cumpla 100 me pueden venir a visitar de nuevo. Me encanta hablar con la gente”, continuó.
En el mismo reportaje, el periodista comentaba que a sus 90 años conservaba la memoria intacta y recordaba perfectamente el día 17 de febrero de 1904 cuando su esposo Manuel Amador Guerrero se había convertido en presidente, así como sus numerosas visitas a la Casa Blanca.
“En Panamá dicen que soy una reliquia”, dijo. “Vamos a ver qué piensan cuando termine de escribir mis memorias y lean quién fue el verdadero protagonista de la separación de Colombia”, dijo.
“Mi madre luce mejor que yo, que tengo 68 años”, fue el comentario de su hija Elmira, también recogido en el artículo. “Es que ella ha tenido una vida feliz. La mía ha estado llena de dolor”, comentó, refiriéndose probablemente a su temprana viudez y a otras tragedias, como la muerte de su nieto John Rolland D'Abarteague, de 14 años, ocurrida como resultado de un accidental disparo hecho por su primo Lyon Amador Flynt, de 15, en su propia casa.
Ya para entonces la ex primera dama panameña se encontraba en pleno declive, víctima de calambres en todo el cuerpo, como escribiera al historiador Ernesto Castillero ese mismo año: “Espero que Dios me dé vida para concluir mis recuerdos históricos que ya he principiado a escribir”.
Le quedaban apenas tres años de vida. Moriría en su hogar en Charlotte donde recibiría sepultura en la iglesia de Saint Patrick. Su cuerpo fue enviado a Panamá.
Para entonces, la viuda del primer presidente había recibido múltiples reconocimientos, entre ellos una pensión vitalicia (Ley 60 de 1941) y su proclamación (42 años tarde) como 'prócer de la independencia de la República de Panamá', una iniciativa de la primera mujer diputada, Esther Neira de Calvo.
Le sobrevivieron su hija Elmira y ocho nietos: Adela E. de Jewett (Nueva York), Raquel Ehrman de Arias (Panamá), Vita Ehrman (Charlotte), Guillermo Ehrman (Buenos Aires), Alicia E. de Flynt, (Charlotte), Ramona Ehrman de D'Abarteague (París), además de 22 bisnietos y 12 tataranietos.
La única de sus nietas que dejó descendencia en Panamá fue Raquel, casada con Enrique Arias Rebelló.