Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
Alcides Rodríguez, la aventura de ser fotógrafo
- 12/03/2021 00:00
- 12/03/2021 00:00
Alcides Rodríguez fue uno de los fotógrafos que con más destreza registró los convulsionados sucesos de las dos últimas décadas del siglo XX panameño. Inmortalizó al papa Juan Pablo II luciendo orgulloso una chaquira; al presidente Guillermo Endara brindando con su homólogo George Bush en el Palacio de las Garzas. Fue testigo del “Buen salto Rubén”. Su trabajo de 30 años es testimonio invaluable que servirá de referencia a las futuras generaciones.
Desde niño dibujaba, pintaba, hacía esculturitas, tallado en madera. Mi maestra de sexto grado notó mi inclinación y convenció a mi mamá de que me matriculara en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, que quedaba entonces en el primer alto de lo que hoy es el Museo del Canal. Como vivía en Buena Vista, cerca de Colón, me tocó, desde los 12 años, viajar todos los días en chiva hasta la ciudad de Panamá. En esta escuela me especialicé en fotografía artística.
Cuando tenía 14 años conseguí entrar al Departamento de Relaciones Públicas de la Lotería como fotógrafo free lance. Yo no tenía cámara y un compañero me prestó la suya. Se la devolví al cabo de una semana. Se sorprendió, pero yo le expliqué que ya tenía la mía. La primera semana había ganado tanto dinero que pude aprovechar una oferta: por $200 conseguí mi cámara Asahi de 35 mm, dos lentes y un maletín.
Me pagaban $2 por cada fotografía. En una semana podía hacer hasta $300. Como era menor de edad, un amigo me abrió una cuenta de ahorros. El tenía que autorizar cada retiro. Jamás tomó un centavo. Con ese dinero compré equipo fotográfico y el resto se lo daba a mi mamá.
Menos de un año. Me metí en problemas cuando me tocó cubrir un acto un viernes en la tarde. Tomé las fotos y me fui para mi casa. Las revelé el lunes y las entregué el martes. Se enojaron porque las necesitaban para el fin de semana. Me dijeron que no volviera, lo que me dolió, pero entendí que uno tiene que tener disciplina y planificar las cosas.
Después hice un bachillerato técnico con especialización en electricidad. De allí me matriculé en la Escuela de Periodismo, pero empecé a trabajar en el diario La Prensa y tuve que dejarlo.
En realidad, no me interesaba mucho el fotoperiodismo, pero después de la muerte de Torrijos en 1981, la situación económica se puso difícil y muchas empresas pequeñas empezaron a cerrar. Acepté la oferta que me hizo Wilfi (Jiménez) de entrar “a prueba” como laboratorista. Mi trabajo consistía en revelar positivos de papel que llegaban de las agencias internacionales a través de un sistema de radio.
Estuve en eso dos semanas, cuando la tarde del 22 de octubre me llamaron para que fuera al periódico de urgencia. El diario había sido atacado por el grupo GRAPO. El departamento de Publicidad lo habían destruido. Tomé las fotos y a la directiva le gustó el resultado y decidieron contratarme antes de los tres meses de prueba. Fue un cambio agradable, era como una aventura. Nunca sabía lo que iba a ocurrir. Mi mundo se abrió a la medida que fui descubriendo una serie de cosas desconocidas para mí. Estar en la toma de posesión de un presidente, en una manifestación, en un desfile de modas, en la coronación de una reina. Conocí a doctores que donaban su tiempo para operar a niños de escasos recursos. Esas cosas me fueron envolviendo. Y como era joven y soltero, entraba antes de la hora y a las 12 de la noche, yo estaba todavía jodiendo la paciencia.
En varias ocasiones. Incluso por tomar una foto el director de la cárcel Modelo, Anacleto Hernández, se enfureció y dio la orden de que me apresaran. Me pusieron las esposas y me mandaron a la celda preventiva. Allí había como 30 o 40 personas de mal vivir y todos estaban desnudos. Quedé como esos cristos que van en procesión, en el aire, mientras me metían las manos en los bolsillos y me robaban la camisa, la correa, los zapatos, las medias. La cartera me la quitaron, pero como no llevaba dinero la dejaron allí. Me dio miedo, pero Eduardo Camacho y Rubén Arosemena consiguieron sacarme como a las 2:00 de la mañana. A esa hora volví al periódico, maloliente, porque la cárcel olía a berrinche; sin ropa, a dar una conferencia con los periodistas internacionales.
En otra ocasión estaba en la avenida Manuel Espinosa Batista cubriendo una manifestación y capté a un guardia que disparaba a un estudiante y lo llenaba de perdigones. Los guardias vinieron hacia mí, a llevarme a la chota. Uno me agarró por un brazo, pero la suerte fue que los estudiantes me agarraron por el otro. Así me estuvieron jalando las dos partes hasta que ganaron los universitarios y me fui corriendo con mi cámara a revelar las fotos. Salimos con la fotografía en primera plana. Varias veces temí por mi vida, pero como en esa ocasión, siempre hubo alguien que me ayudaba. La secretaria de Noriega, que había estado conmigo en la escuela, me salvó una vez. Años después, me reencontré con un viejo civilista de apellido conocido, de esos que siempre estaban en las manifestaciones vestido de blanco y saludando a todo el mundo. Entre copas, me confesó que él había sido agente del G-2 y que su misión era porque el general Noriega no quería que nos pasara algo y se armara un escándalo. Siempre se dijo que en este país no pasaba nada sin que Noriega lo supiera y lo he podido constatar, porque al parecer tenían toda una red de recepcionistas y gente que le soplaba lo que pasaba.
Me gusta mucho la foto del doctor Ricardo Arias Calderón (ver exhibición www.fotografiaypolitica.com) cuando de forma espontánea abre los brazos para evitar una confrontación con los doberman. La imagen es tipo noticiosa y un ícono de la época porque revela lo que era el doctor Arias, un pacifista. En cuanto a temas deportivos, tengo una del regreso de Roberto Durán tras ganarle a Davey Moore. El pueblo panameño le hizo un gran recibimiento y lo llevaba en caravana hacia la Presidencia. Yo estaba esperándolo en el café Coca Cola y pude captar cuando Durán, vestido de saco blanco, extiende la mano, rodeado por el humo de una moto de la policía. Esa foto es importante porque demuestra el amor que se le tenía a Mano de Piedra.
En otra ocasión me asignaron un reportaje sobre la caída de Hilario Zapata en las drogas. Estuvimos tratando de localizarlo por varios días, hasta que nos avisaron que estaba en un terreno clausurado cerca del Episcopal. Llegué y me colé por un boquete y allí encontré a Hilario Zapata, durmiendo entre la basura. Cuando le tomaba las fotos se despertó. El reportero habló con él y, como tenía hambre, lo llevamos a comer. Le pedimos espagueti con bolas de carne. Y él comió como si nunca lo hubiera hecho antes. Con el reportaje y las fotografías, el presidente Pérez Balladares lo mandó a buscar y lo envió a Cuba para que lo rehabilitaran. Gracias a esa intervención, se recuperó.
Trabajé allí entre 1981 y 1993. Fueron 12 años, trabajando por 13 o 14 horas al día y me hicieron jefe de fotografía. Terminé de trabajar con ellos en 1993 por algo que pasó. Yo había enviado a mi colega Demóstenes Ángel a cubrir el juicio a Luis “Papo” Córdoba, en Chiriquí. El acto empezaba temprano, así que él se fue desde la noche anterior y allá se encontró con compañeros de otros medios. Esa noche se fueron de copas y al día siguiente uno de los fotógrafos, que había trabajado con nosotros, no alcanzó a cubrir el evento. Ángel me pidió permiso para darle una foto para que no lo botaran. Yo le dije que sí, ¿qué más iba a hacer? Cuando recibí los negativos, me senté con el director Winston Robles, y elegimos la que nos pareció la mejor imagen del rollo. Al día siguiente, el 7 de junio, salimos La Prensa y La Estrella con la misma foto en la primera plana. Robles pensó que Ángel se la había vendido a La Estrella, pero yo le dije la verdad, que yo lo había autorizado. Tuve que renunciar. Afortunadamente, no había pasado la semana cuando me llamó Pancho Arias del Panamá América a mi casa y me dijo que me necesitaba como editor gráfico, y me iba a pagar más plata. Le pedí un mes de vacaciones y entré a trabajar con él. Allí estuve ocho años como jefe de fotógrafos.
Me tocó trabajar en una época de crisis, lo que es una oportunidad porque se producen muchas más ocasiones para hacer un trabajo importante. Es más interesante, más emocionante. Yo iba al lugar, estudiaba la situación, elegía una composición que resumiera la historia. Había que calcular bien, porque la tecnología era análoga y tenías revelar y hacerlo rápido porque la rotativa te estaba esperando. También había que tener algo dramático, porque el periódico debía competir con los otros y ofrecer lo más llamativo y mejor. Tenía que subirme a los techos, y hacer otras peripecias. Hoy es más fácil porque puedes usar un dron, o ver de inmediato cómo te salió la foto, con la tecnología digital.
En resumen, te puedo decir que fue una aventura que me enriqueció mucho y me dio la oportunidad de conocer mejor a la sociedad panameña. Aprendí a tratar desde las personas más humildes hasta las más encumbradas. Hice amistades en muchos lugares, gente que todavía me recuerda, algo que me llena de emoción.
Estoy organizando mis negativos, sobre todo, fotos estilo noticioso, deportes, de la ciudad o hasta jocosos, como la de un elefante que posaba en un circo en la Vía España. Son muchos temas que tengo que ir clasificando y documentando para que se conozcan los detalles: la fecha, lugar, etc. Me hace ilusión el proyecto de la fototeca que se está organizando, que parece va a tener un matiz serio y va a permitir archivar las fotos de manera que las próximas generaciones conozcan mi trabajo y cuál era mi visión.