La ceremonia, a la que está previsto que lleguen Jefes de Estado de todo el mundo, estará oficiada por el decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista...
- 26/08/2012 02:00
—¡Ten cuidado que esas garzas te pueden picar!—, ríe entre dientes un hombre con acento extranjero que saca fotos desde la puerta del palacio de las garzas.
Construida en 1673 para albergar al entonces enviado español, Luis Lozada Quiñones, la casa de gobierno esconde tras sus muros variados secretos: hechos de la historia nacional, visitas ilustres y famosas, pero también los pequeños datos, información tras bastidores, travesuras de los presidentes, maldades e incógnitas de las garzas.
Recorrer sus pasillos puede ser una experiencia estremecedora. Una vez adentro el pasado se devuelve para contarse en un segundo. Y, una tras otra, aparecen: la llorada a ‘‘moco tendido’’ del coronel José María Pinilla en el cuarto de Omar Torrijos, por un intento de golpe en 1969, el coqueteo de Pierce Brosnan, el guapo agente 007, con la expresdenta Mireya Moscoso. Y la lista sigue.
¿Cómo es la vida aquí? ¿Quiénes son los que diariamente mantienen la estructura en orden?
Tres siglos de historia en un viaje al interior de la casa presidencial de Panamá. Bienvenidos a un edifico que es emblema del país y casi nadie conoce.
LA TAREA DEL GARCERO
La gran incógnita es de dónde salieron las garzas. ¿Será superstición de algún mandatario, simple predilección o mera casualidad? La cosa fue así: en 1922, el poeta Ricardo Miró le dio a su amigo, y entonces presidente, Belisario Porras, el regalo que daría nombre al palacio: dos garzas lindísimas que se paseaban con sus largas patas, imprimiéndole vida al lugar.
Ocho décadas después, el encargado de cuidar las aves es Alfredo Rivas, un hombre tranquilo que empezó trabajando en mantenimiento hace cuatro años y hoy es responsable de ‘Pannaba’, ‘Blangel’, ‘Perla’ y ‘Cala’. La nueva generación de garzas del Palacio es como su familia, dice el garcero. Las alimenta, las cuida, limpia el dormitorio, le pone medicina al agua, las libera y encierra según horarios y necesidades. Su tarea empieza temprano, al amanecer. Antes de llegar al Palacio va al Mercado de Mariscos y compra libra y media de pescado y camarones, que carga ante los ojos hambrientos de las garzas que sobrevuelan el camino del mercado a la Presidencia.
Las que ahora pasean por los pasillos han sido traídas de Pacora, Chitré y Taboga. Aunque estén tan cerca, las de la bahía no son bienvenidas porque ‘no están tan limpias que digamos’, explica Gricelda Bernal, guía turística del Palacio.
—Ahora solo hay tres porque ‘Cala’ estuvo enferma y el médico se la llevó para atenderla mejor—, dice Rivas en una oración entrecortada porque ‘Blangel’ intenta escapar.
—Perdón, perdón—, se disculpa el garcero, y continúa persiguiendo a la huidiza ave mientras habla.
No es la primera vez que pasa. Todos aquí recuerdan a la que le dio la bienvenida al papa Juan Pablo II a picotazos. El Santo Padre no sabía qué hacer. Esa fue la más famosa y longeva del Palacio: vivió 12 años. Las que no están en cautiverio alcanzan los 20.
‘Al presidente Martinelli le encanta que las garzas estén fuera de las jaulas para que los turistas les tomen fotos’, relata Rivas. Pero a pesar de los cuidados que reciben, las habitantes emplumadas del palacio tienen una vida más corta que las garzas ‘‘no muy limpias’’ de la bahía.
GUARDIAS Y ‘VOX POP’
Son hiperactivas y Rivas no es el único que ha sufrido por ello. En más de una ocasión, la guardia presidencial, esos señores vestidos como los cascanueces de la obra de Chaikovski, que permanecen erguidos y solo se mueven para hacer el habitual saludo al Presidente de la República y otros dirigentes, han tenido que quitarse el gorro y dejar a un lado la rígida postura para correr tras alguna garza.
—¿Cómo es el entrenamiento?
—Duro—, responde uno.
No cabe duda, así es la vida de los guardias. Deben permanecer como estatuas, aguantando calor día y noche, en silencio.
Pero a veces la historia se devuelve para contarse, y uno de ellos recuerda la anécdota que le llegó del vox pop, por lo narrado y oído en palacio: el intento de golpe fallido a Torrijos.
—Al llegar de un viaje a México, este par de coroneles, ya instalados en el cuarto presidencial, tuvieron que desalojar porque ni siquiera Noriega los apoyó—, dice riendo. Se seca el sudor de la frente y agrega:
—El General mandó a sus secretarias para sacarlos de su habitación y Pinilla no soportó la humillación. Se encaprichó, lloró y pataleó.
Él y sus compañeros tienen claro que el poder viene y va: ‘Como recibimos a los nuevos mandatarios los despedimos y no tenemos relación ni mucho apego’.
No habrá apego pero deben dar la vida por ellos si es necesario. Y en cualquier momento interrumpir esa tarea para alcanzar una garza huidiza, que escapa del mármol del Palacio en busca de su propio pantano.
LA DIETA FALLIDA DE ENDARA
Guillermo Endara fue el último presidente que vivió en Las Garzas y aquí fue su boda con Ana Mae Díaz. Quizás por eso sus recuerdos inundan el Palacio. La pareja habitaba el tercer piso, en el área destinada para la familia presidencial y lugar exclusivo del mandatario, con acceso denegado hasta a las escurridizas aves. Allí no se puede entrar sin invitación.
Hay quienes recuerdan con especial aprecio a Endara por ‘su don de gente’. Diana de Coronado, actual directora de asuntos gubernamentales y la funcionaria más antigua del Palacio, que con 46 años de labor vivió las ‘‘duras y maduras de las dictaduras’’ y los errores y aciertos de la democracia, recuerda, como si fuera ayer, cuando la señora Ana Mae lo quería delgado. Él, por complacerla, le hacía creer que estaba a dieta, pero comía a escondidas.
La petición de Endara era casi de caricatura: le decía a ‘Dianita’ que ordenara al chef puerco con patacones y se los dejara en el despacho del ministro de la Presidencia, donde se sacaba las ganas. Podría decirse que el poder da hambre. Siempre.
Martinelli no puede ver un carrito de comida sin meter la mano para probar bocado. Y como Endara, siempre suelta la promesa de comenzar la dieta.
CAMBIOS A MEDIDA
Aparte de los habituales cambios de funcionarios, cada presidente llega con su equipo de trabajo a transformar palacio y alrededores. El librito se escribe de acuerdo a los gustos. Ningún mandatario postdictadura ha dejado de hacerlo. Es como el sello personal que dice: ‘yo estuve aquí’.
‘Dianita’, ‘cascanueces’, garceros, garzas y demás, son testigos privilegiados de eso.
Ni bien puso un pie en el edificio, Ernesto Pérez Balladares ordenó reforzar la seguridad perimetral. Un vecino llamado Gustavo recuerda que antes de él todo era distinto: ‘Los policías eran más amigables, no había tanta seguridad, uno podía sentarse en las banquitas al lado de la bandera, al frente del Palacio, y no pasaba nada’.
Mireya Moscoso continuó con las modificaciones. Cuentan que mandó a colocar espejos por todas partes y, para cerrar con broche, colgó un cuadro: Mireya vestida con pollera de gala, representación de ‘‘panameñidad’’. Por supuesto, no lo dejó ahí como recuerdo para las generaciones venideras.
Su sucesor, Martín Torrijos, lamentó que la presidenta hubiera dejado el Palacio en condiciones deplorables. Entonces se dedicó a otras modificaciones: remozamiento, nuevas oficinas y anfiteatro, que debían cumplir con los requisitos para respetar la condición de patrimonio histórico del lugar. La exigencia del mandatario costó al menos 14 millones de dólares.
Las más recientes remodelaciones se hicieron el 27 de julio en la oficina privada y la biblioteca de Martinelli. Él, que según historias de pasillo ‘a veces está alegre a más no poder, eufórico hasta la saciedad, y en otras ocasiones, cuando hablan mal de su gobierno, se pone infinitamente deprimido’, no podía quedarse atrás.
Los cambios en Palacio continúan. Mandatarios, funcionarios, actores de cine, reinas de belleza, personajes de la actualidad y hasta las garzas, llegan y se van. Las puertas de hierro, donde el turista toma fotos, siguen abiertas, machucando visitantes que, como el presidente Basilio Lakas, descargan mil improperios y groserías jamás contadas al público, pero guardadas en la memoria de quienes están adentro de Las Garzas.