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- 14/05/2016 02:00
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En plena jungla, en el camino de la carretera Interamericana hacia Loma Cobá, hasta hace cinco años las vallas publicitarias solían explotar la utopía de irse a vivir al otro lado del puente: ‘olvídese del tranque —decía uno, con una imagen de la vía Tocumen copada de autos—. Véngase a vivir a Arraiján'.
Hoy, por puro choque contra la realidad, todos los anuncios han desaparecido. Bien lo constatan los miles de conductores que se quedan trancados en la carretera, todas las mañanas y tardes, religiosamente, en el camino hacia casa o al trabajo. Arraiján ya no es un paraíso.
POBLACIÓN
O depende. En 15 años, la cantidad de residentes en Arraiján creció 80%. La mayoría se ha mudado a las nuevas barriadas de clase media, construidas a tutiplén por las inmobiliarias, que las venden a precios atractivos. El metro cuadrado cuesta $1,000 en promedio, $600 menos que, por ejemplo, el barrio de Don Bosco, en Juan Díaz, ciudad de Panamá.
A ese ritmo, en los últimos cuatro años se han construido 27 mil casas nuevas en Arraiján, poco menos que el conteo entero de viviendas que hay en la ciudad de Santiago, capital de la provincia de Veraguas.
Sin embargo, este crecimiento adolece de cualquier control. Eliécer Zúñiga, arquitecto del Departamento de Ingeniería Municipal de Arraiján, reconoce que en el distrito no existe un proyecto de ordenamiento urbano, dado que ‘cada cinco años los gobernantes cambian y no se preocupan por determinar parámetros de urbanismo'.
‘Cuando los empresarios llegan a Arraiján a establecerse ya sus proyectos y planos vienen aprobados por la ventanilla única del Ministerio de Vivienda de la ciudad capital', radiografia el funcionario, quien reconoce, además, que ante la inexistencia de un plan de zonificación distrital, no hay uso de suelos determinados científicamente.
Esto ha recargado toda la vida urbana arraijaeña: el sistema de distribución de agua es constantemente cuestionado (el distrito no tiene un planta potabilizadora, así que depende La Chorrera y Panamá), y no tiene un depósito de desechos propio. Según el Instituto de Estadística y Censo de la Contraloría, en Arraiján apenas el 21% de la población tenía acceso al servicio público de recolección de basura. Otro 21% no tenía quién la recogiera.
Hace poco, de hecho, Arraiján se quedó por una semana sin poder depositar la basura en algún lugar, porque La Chorrera, el distrito vecino, le cerró las puertas. Tampoco tiene un hospital central
El tráfico hacia y desde la ciudad —aun con la adición de un carril en sentido contrario desde las 4:00 a.m.— y el transporte público, tan desfasado como lo tenía la capital antes del metrobús, es el otro ‘gran' problema.
Los principales focos de explotación inmobiliaria han sido los corregimientos de Juan Demóstenes Arosemena (40) y Cerro Silvestre (18). Nuevo Emperador tiene 16, Vista Alegre, siete; y Burunga y Arraiján Cabecera, tres cada uno.
Estos dos últimos tienen todavía un problema adicional a cuestas: las barriadas improvisadas, el precarismo.
Eugenio Tejada, historiador de Arraiján, asegura que Burunga se constituyó como el primer asentamiento organizado del distrito, en 1969. En 1972, el comité de vecinos pidió al general Omar Torrijos la cesión legal de unos terrenos para vivir. Y así, unas 200 familias quedaron como albaceas de finas no solo de Burunga sino de Cerro Castillo.
Los asentamientos luego se extendieron a Loma Bonita y Bique. A diferencia del resto de los barrios arraijaeños, Loma Cobá, recuerda Tejada, tenía un plan para urbanizarse: incluía la construcción de una universidad, escuela propia, feria y un hospital. Pero el control se perdió cuando la noticia de los terrenos disponibles corrió como pólvora. El precarismo y la ausencia de políticas de vivienda echaron al traste los planes para sectores como 7 de septiembre, La Libertad, La Paz y Valle de Las Rosas.
La idea del orden renació en 1978, con la construcción de Nuevo Chorrillo, un barrio levantado para exresidentes de El Chorrillo que requerían de vivienda. Hoy, esa localidad modelo es un contrasentido: calles sin asfalto, sin espacio público, vertebrada por una única vía, en la que se hacen kilómetros de tráfico, a causa de la explosión inmobiliaria reciente. Más atrás está Brisas del Golf, un enclave de la clase media que busca precios asequibles, y cinco barrios más, con el mismo perfil, con nula interconexión y una oferta de transporte público dominada por buses piratas.
Según los dirigentes de la ruta Arraiján-Panamá, 380 autobuses prestan el servicio interprovincial en recorridos que empiezan en los barrios de Hato Montaña y Ciudad del Futuro (repleto de nuevos residenciales) y continúan por Vista Alegre y Vacamonte, donde el Gobierno pretende la construcción de un complejo de 2,250 apartamentos de interés social al que se oponen los vecinos de clase media.
Pero ante los problemas Arraiján no se cierra. La industria inmobiliaria, dice la tesorera municipal, ‘es un buen negocio para los municipio donde se establecen, porque tienen que pagar los impuestos'. El distrito generó el año pasado $7.1 millones en impuestos de inmueble y apuesta a seguir creciendo. Tal vez, a costa de la utopía de vivir en Arraiján.