La tenaz pelea territorial de los desposeídos

PANAMÁ. Partenio Santos Avendaño no se cansa de hacerle súplicas al Cristo de Alanje, para que por fin le cumpla el milagro.

PANAMÁ. Partenio Santos Avendaño no se cansa de hacerle súplicas al Cristo de Alanje, para que por fin le cumpla el milagro.

En las noches, hincado frente a su cama, pide al santo que le dé sabiduría, fortaleza y paciencia para poder seguir con pie de plomo frente a la aguerrida pelea legal que mantiene desde hace varios años con las autoridades gubernamentales y el empresario Juan Gabriel Araúz.

A él nada lo detiene en su lucha. Este humilde campesino de 73 años considera que su vida ya no es la misma desde el día que tuvo ‘que salir a la fuerza’ del terreno estatal que obtuvo por derecho posesorio, luego de haberlo trabajado por más de 45 años con el sudor de su frente.

Dice que desde los 14 años comenzó a sembrar y cosechar estas tierras junto al señor Julián Morales.

Siendo un chiquillo pero con muchas ganas de trabajar, recordó que fue una tarde de abril de 1940 cuando Don Julián lo invitó a formar parte de las actividades agrícolas que se desarrollaba en esa región costera.

-Sepa que aquí podemos cosechar pero nunca olvide que estas tierras son del Estado-.

Advirtió Don Julián a aquel joven entusiasta que enseguida se ilucionó con la idea de trabajar la tierra y, con los años y el esfuerzo, comprarla y, tal vez, envecejer allí.

Desde esa época hasta hace unos años atrás, Partenio convirtió la tierra que le dio de comer en su nuevo hogar. Allí inició su familia; vio nacer, crió y y educó a cuatro hijos.

Enamorado de la riqueza natural del área, construyó un rancho, hizo un pozo brocal, y hasta elaboró una enramada para recrearse.

Años más tarde puso una cerca y se dedicó a la cría de puercos y gallinas.

Al mismo tiempo sembraba yuca, arroz, frijoles, plátano, tomate y limón, para ponerlos a la venta en el Mercado Público de la ciudad de David.

Pero un día su paraíso perfecto, se convirtió en su peor pesadilla.

Todo cambió cuando hace más de 10 años, en el lado este de la playa, las autoridades de la región comenzaron a sacar a toda la gente que vivía en la región costera bajo el pretexto de que estas tierras pertenecían al Refugio de Vida Silvestre, y por tanto no se podía vivir, cosechar y mucho menos criar animales ahí.

Atemorizados por caer en las manos de la justicia, los vecinos comenzaron a salir, mientras que él se aferraba a no abandonar su finca.

Según el campesino, la resistencia a irse del lugar tuvo consecuencias: en varias ocasiones personas inescrupulosas le rompieran la cerca donde estaban los animales. 17 veces le quemaron la enramada que tenía como parque, y su rancho corrió con la misma suerte. ‘Una tarde salí al pueblo y cuando regresé encontré mi casa vuelta cenizas’, dijo con voz resquebrajada el campesino.

Sumergido en la más profunda nostalgia, este alanjeño dice que de la Dirección de Reforma Agraria le midieron el terreno de 16 hectáreas y como había trabajado por más de 15 años esa tierra, le permitieron vivir, sembrar más no vender, porque esas tierras le pertenecían al Estado.

Pero para su sorpresa ahora se entera de que estas tierras le pertenecen a Juan Araúz Anguizola, que extenderá su proyecto residencial hacia esa zona. ¿Cómo puede ser si le dijeron que la propiedad no era transferible? Partenio no logra entenderlo.

Está muy abrumado y consciente de quiénes fueron los destructores de su hogar. Dispuesto a defender hasta las últimas consecuencias su verdad, jura que lo único que no le pueden arrebatar es su inquebrantable fé, y la dignidad para seguir defendiendo su causa hasta la muerte.

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