Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 11/09/2011 02:00
- 11/09/2011 02:00
Cuando Juan Carlos Varela criticó al presidente Ricardo Martinelli por adjudicar a Segura Ventures Inc. el parque de Paitilla, no imaginó que la cosa iba a terminar así. Tampoco debe haber sabido el ex canciller que con eso venía a alimentar una historia problemática, que lo antecede y excede, que marca de principio a fin la existencia del exclusivo barrio. Una historia de conflictos, pases e ilegalidades que muy pocos conocen.
Una enumeración ligera incluye: un dueño que reclama por el pago de una extensión que ya había cobrado, un hotel que come espacio público para un estacionamiento, 14 propietarios que decidieron hacer una piscina o agrandar la vivienda sin desembolsar un dólar o, de nuevo, el Estado que malvende terrenos de todos para que los usen unos pocos. Y la lista sigue.
El del quiebre de la Alianza para el Cambio sólo es uno de los muchos secretos que guarda Punta Paitilla. Los juega vivo empezaron mucho antes.
TE LO QUITO, TE LO DOY
Antes de 1903, la única funcionalidad de las tierras era ser hábitat de flora y fauna. Un monte aprovechado por los chicos para jugar.
Una vez cedidas a Estados Unidos por el convenio del Canal Ístmico o Tratado Hay-Bunau Varilla, le encontraron un uso que encajaba a la perfección con el objetivo de ‘mantención y protección’ del Canal: sirvió como cordón sanitario en una ciudad atestada por una fiebre amarilla que había que erradicar, porque impedía avanzar con la construcción del Canal. Un escudo entre ‘la tumba del hombre blanco’, como se llamaba entonces a la ciudad, y la gran zanja interoceánica. Entre los edificios y casas impregnados por vapores miasmáticos, ataviados por banderas amarillas, y esa vía que se pretendía levantar. No se pudieron evitar, de todas maneras, entre 20 y 22 mil muertes de trabajadores del Canal por la fiebre (OEI), aunque es difícil cuantificar.
Nueve años después, el Convenio de Límites del 2 de septiembre de 1914 modificó las fronteras y la zona se desdibujó: Paitilla quedó fuera del dominio de Estados Unidos y volvió a ser suelo panameño.
El clima previo a la II Guerra Mundial puso al país del norte en estado de alerta: tenía que defender los territorios propios esparcidos por el mundo y preparar armamento.
Aunque el ataque a Pearl Harbor no era ni una sospecha, Estados Unidos se obsesionó con Paitilla y otras zonas, hasta que las consiguió.
El 29 de septiembre de 1930, según consta en el Registro Público de la Propiedad de la República de Panamá, logró comprársela a los descendientes de José Antonio Bermúdez, el dueño original (ver aparte).
TE LO DEVUELVO
Con la guerra ganada, un panameño fiel en el poder y un daño ocasionado al istmo que todavía no se evaluó en toda su dimensión, EEUU quiso tener un gesto y accedió a donar esas tierras, que había pagado, para el país.
Ya en marzo de 1953 el presidente José Antonio Remón había hecho saber a Dwight Eisenhower su interés por efectuar una nueva revisión del Tratado canalero. Quería reivindicaciones económico-fiscales, aunque también insistía con cuestiones como el trabajo de los panameños en el Canal y los terrenos cedidos durante el conflicto armado.
El 25 de enero de 1955, poco más de veinte días después del asesinato de Remón, firmaron el Tratado de Mutuo Entendimiento y Cooperación, mejor conocido como Tratado Remón-Eisenhower. Se le entregarían terrenos y edificios a Panamá, entre ellos los de Paitilla y la estación del Ferrocarril. Así quedó estipulado: ‘Estados Unidos entrega a la República de Panamá libre de costo todo derecho, título e interés que tiene en y sobre las tierras y mejoras en el área conocida como Punta Paitilla’.
¿Por qué decidieron entregarlas? Primero, ya había terminado la guerra y no necesitaban mantener ese espacio de defensa donde habían instalado tanques y dos pistas de aterrizaje. De nada servía ya el montaje de simulacro de guerra que mantuvieron desde 1930 a 1955.
Fundamentalmente, ya habían obtenido de Panamá todo lo que necesitaban: desde poderes alineados tras el golpe de Estado a Arnulfo Arias Madrid, en 1940, porque declaró la neutralidad y se negó a colaborar con el plan bélico estadounidense, reemplazado por Ricardo Adolfo de la Guardia, que declaró la guerra a Japón y abrió las puertas para colaborar con la carrera armamentística; hasta la utilización de espacios como la isla San José para sus pruebas de armas químicas.
¿Y AHORA QUÉ?
El traspaso de Paitilla quedó efectivizado el 30 de octubre de 1957, en virtud del protocolo suscrito en la ciudad de Washington. Entonces llegó el problema de qué hacer allí.
La extensión de 50.6 hectáreas pasó a formar parte del patrimonio del Instituto de Vivienda y Urbanismo, por la Ley 17 del 29 de enero de 1958. El IVU debía definir qué hacer y cómo se iba a dibujar una ciudad en pañales. Parcelar y urbanizar, o sea: dividir las parcelas en lotes y proveer vías de comunicación y servicios.
Las opciones para Paitilla eran varias, justo cuando la ciudad crecía a lo largo de los caminos que se abrían hacia el norte y el oeste, y el hacinamiento y el inquilinato eran problemas instalados. Las viviendas sociales, en auge en ese entonces en todo Latinoamérica, aparecían como una posible solución. Pero no, el destino de Paitilla iba a ser el que fue: residencial y de turismo. Así lo decidió el IVU, según el informe anual de 1959 presentado ante la Asamblea: ‘Convertir la urbanización en uno de los sitios más pintorescos y atractivos de la capital, en donde se planea la construcción de varios hoteles, sitios de recreo, escuelas y otras acciones que serán una faceta más en el embellecimiento de la urbe’. Las utilidades que se obtendrían de ese proyecto, eso sí, serían invertidas principalmente en San Miguelito y otros proyectos ‘de finalidades similares’.
Entonces vino otro desafío: cómo convencer a la gente digna de un lugar ‘residencial’ de que vaya a vivir allí, en medio de un manglar, si todos preferían las zonas ‘chic’ como El Cangrejo, La Cresta y Obarrio. Empezaron con la construcción de un hospital y una Sinagoga, un pretendido ‘enganche’ para adinerados. El IVU zonificó el área en base al Esquema Preliminar preparado por el arquitecto Ernesto de la Guardia III.
Desde entonces, más allá de los propósitos y fines, el juega vivo imperó en el territorio más exclusivo de la ciudad. Ya lo decía el arquitecto Jorge Riba, jefe del Departamento de Urbanismo y Rehabilitación, en una charla sobre el problema de la urbanización en Panamá, en 1959: ‘Tenemos hombres capaces de construir, recursos humanos y las leyes necesarias. Por lo menos en materia de urbanización, los problemas de nuestras ciudades pueden ser resueltos inteligentemente, pero para ello es necesario conocer nuestras instituciones y obligarlas a que cumplan y hagan cumplir las leyes’. Pasaron más de 50 años y eso todavía no pasa.