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Un problema con la enseñanza profesional de la ética
- 28/03/2021 00:00
- 28/03/2021 00:00
Hace unos años, un investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad de Panamá (UP) me compartió los hallazgos de un sondeo que había realizado. El sondeo mostraba que una veintena de universidades en Panamá impartían cursos de “ética”, “ética profesional”, “valores”, o algún equivalente en muchas de sus licenciaturas.
Sin embargo, estos cursos eran dictados por psicólogos, abogados, administradores públicos y de empresas, o especialistas en recursos humanos, entre otros. Ninguno era impartido por egresados del Departamento de Filosofía de la UP, instancia académica del país que cuenta con una licenciatura en “ética, filosofía y valores”, aparte de la Universidad Santa María la Antigua (USMA), que tiene diversas ofertas de formación, a nivel técnico, de licenciatura, especialización –e incluso maestría–, en estas temáticas. La diferencia con la UP es que la USMA casi siempre empareja los estudios de ética con los de religión.
Lo anterior nos hizo preguntar por qué los administradores de esa veintena de universidades no seleccionaban a egresados de la UP o la USMA para impartir dichos cursos, sino que se escogía a otros especialistas. Una posible respuesta era que, tal vez, los psicólogos, abogados, administradores de empresa, etc., tenían algo más concreto y aplicable que brindar que los filósofos de la UP o de la USMA. Hay algo de cierto en esta respuesta, pues los “contenidos éticos” que imparten psicólogos, abogados, administradores, etc. guardan una conexión más tangible y útil con el quehacer de sus profesiones. Los filósofos suelen ubicarse en un plano general y abstracto, más preocupado por asuntos metafísicos y existenciales que en cómo hacer que el personal de una empresa se sienta más motivado, o que sepa implementar la cotizada “inteligencia emocional” para lidiar con conflictos entre sus colaboradores y así aumentar la productividad.
Las aproximaciones filosóficas a la ética suelen descuidar las particularidades que acontecen en el día a día de las más diversas profesiones. Incluso la denominada “ética aplicada”, o “ética de las profesiones” no se sitúa más concretamente en los ámbitos laborales. Esto quizá sea inevitable porque existen centenares de profesiones, así como miles de actividades laborales; cada cual exigiría del suyo un estudio ético particular. Aparte, los eticistas no están lo suficientemente familiarizados, de primera mano, con los campos que abordan. Por lo general suelen ser profesores de colegio y/o universidad, gremios e instituciones muy distintas a una industria cafetera, un complejo hospitalario, una agencia de consultores, o una productora de cemento, por poner unos ejemplos.
Otra posible respuesta a la pregunta mencionada en el primer párrafo tiene que ver con la regulación o autorregulación que tienen los administradores de universidades. Que sepa, no existe ningún impedimento legal para que un administrador universitario decida contratar a un curriculista o a un “coach ontológico” para que imparta asignaturas de ética y valores. Solo bastará, podemos suponer, que el docente cuente con sobresalientes habilidades comunicativas, que sepa motivar y que, por supuesto, sea “buena gente”. En este caso, el título profesional en “estudios éticos” es totalmente prescindible.
Sin embargo, si esto fuera así, encontraríamos problemas en otros departamentos universitarios. Podría ser que, por mero hobby o afición, alguien pudiera convertirse en un hábil matemático, pero sin título universitario en matemáticas. ¿Podría entonces esta persona ser contratada para dictar cursos universitarios de matemáticas? En realidad, no, porque las regulaciones administrativas (en particular, las que conciernen a los bancos de datos) en las universidades, impiden que alguien sin un título universitario impartiera una materia universitaria. Por ende, no se entiende bien por qué se permite que para cursos universitarios de ética, el docente no tenga un título en esta asignatura.
Si el hilo de estas reflexiones sobre la enseñanza profesional de la ética en las universidades es correcto, debería haber alguna regulación más estricta al respecto. No parece correcto, al menos desde el punto de vista de la profesión, que las asignaturas universitarias de ética sean dictadas por egresados de otras especialidades. No obstante, dado que los egresados con un título de “ética” no pueden conocer bien los ámbitos profesionales concretos de cada carrera que existe, resulta pertinente que los cursos universitarios de ética profesional sean dictados de manera “colegiada”, es decir, en conjunto con otro profesor, especialista en la rama o campo de una licenciatura en cuestión. De hecho, la enseñanza colegiada de esta asignatura se ha dado en la práctica, pero –por los resultados del sondeo cuya mención inició este artículo– podríamos inferir que esta está siendo soslayada. Esto, por supuesto, en perjuicio del ejercicio profesional que merecen los egresados con un título en tal asignatura.
Por todo lo anterior y mientras tanto, queda abierto quiénes deben impartir la asignatura, ¿cualquier profesional que cuente con la suficiente “solvencia moral” para hablar de ética en la universidad, aunque no tenga el título o los estudios respectivos? ¿O basta el título, aunque otros conocimientos y competencias para la profesión a la cual se dirige sean escasos o nulos? ¿O quizá la ética sea algo que, en última instancia, no se puede profesionalizar ni institucionalizar y, por ello, no se le deberían atribuir acreditaciones o títulos de ninguna clase? Creo que estas son preguntas pertinentes a la enseñanza profesional de la ética no solo en nuestro país, sino en todas partes.
El autor es profesor universitario. Máster de artes en Saint Louis University; maestría en filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana.
Pensamiento Social (Pesoc) está conformado por un grupo de profesionales de las ciencias sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.
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