La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 14/06/2023 00:00
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Si nuestra finalidad primordial fuese otorgar una definición homogénea de democracia, solventamos el asunto mediante su definición etimológica.
Sabemos que el vocablo griego “Demos” significa pueblo, y “Kratos” significa gobierno, y que el término democracia surge a mediados del siglo V a.C. para denotar los sistemas políticos entonces existentes en algunas ciudades-Estado griegas, sobre todo Atenas. Por consiguiente, según su definición etimológica, democracia vendría siendo el gobierno del pueblo.
No obstante, que el vocablo democracia tenga un significado etimológico nos acerca al origen del término, pero no nos ayuda a entender su carácter teleológico, es decir para qué existe, cuál es su importancia, cómo se construye y cómo podríamos construir una democracia ideal en nuestros tiempos.
Para abordar debidamente el asunto de la democracia debemos partir de que es un concepto de dimensiones dinámicas, consecuente con el proceso de desarrollo de las capacidades de organización del poder dentro de una sociedad que experimenta una tensión permanente entre el Estado, el sistema económico y los ciudadanos.
Este desarrollo del alcance de la democracia ha tomado un impulso especial justo en medio y luego de una pandemia que ha paralizado y cambiado a un mundo que entrado en su segundo milenio, ha sido testigo del surgimiento de nuevas generaciones de ciudadanos con expectativas sociales e históricas muy distintas a las de generaciones anteriores, para quienes es evidente que la democracia que nos vendieron como la panacea a todos los problemas sociales y que garantiza igualdad de oportunidades, desarrollo, justicia y confianza ha fracasado rotundamente, y de seguir este rumbo, durante los próximos años esta tensión existente entre el Estado burocrático (que defenderá sus privilegios con el uso del monopolio de la fuerza) y la ciudadanía que debido al avance de la tecnología, es testigo del desvío del propósito original del Estado, es decir, la búsqueda del bien común, podría desembocar en períodos de violencia y cambio social no antes vistos.
Es importante pensar en la democracia, pero no solo en la democracia actual, sino en cómo debería ser la democracia para ser verdaderamente capaz de servir para alcanzar una nueva gobernanza pública que garantice la estabilidad institucional y los grandes consensos hacia el desarrollo.
En palabras de Giovanni Sartori, cuyas reflexiones han estimulado este análisis, “una experiencia democrática se desarrolla a horcajadas entre el deber ser y el ser, a lo largo de la trayectoria signada por las aspiraciones ideales que siempre van más allá de las condiciones reales. De ello deriva que el problema de definir la democracia se desdobla, porque, si por un lado la democracia requiere de una definición prescriptiva, por el otro no se puede ignorar la definición descriptiva”. (Sartori, 2007).
Para abordar debidamente este concepto dinámico debemos establecer que la democracia tiene dos perspectivas imprescindibles:
La primera perspectiva la componen las llamadas realidades democráticas. Esta perspectiva nos motiva a analizar el sistema tal cual opera hoy, sus bondades, debilidades y carencias. Esto requiere analizar las condiciones básicas que definen su funcionamiento y su estancamiento.
El problema radica en estacionarnos únicamente en el análisis de las deficiencias de la democracia y pasarnos el rato exponiendo sus debilidades y vacíos, hasta el punto de desmotivarse y desmovilizarse. Este error lo cometen las personas que son negativas al cambio y que argumentan que la democracia nunca se podrá mejorar y profundizar.
Debemos ser capaces de analizar el estado de la democracia que tenemos hoy, con el fin de pasar a la segunda perspectiva de análisis de la democracia.
Existe una segunda perspectiva donde lo que se busca es establecer los criterios generales hacia una democracia ideal, o al menos una democracia posible. Es la perspectiva sobre la cual debemos construir los fundamentos de una democracia verdadera, que genere confianza y cohesión social.
Según el politólogo Robert Dahl, la democracia se puede entender a través de un conjunto de criterios o condiciones que definen su funcionamiento. Estos criterios incluyen la igualdad de voto, los derechos y libertades políticas, elecciones libres y justas, y junto a estos tres elementos Dahl menciona dos más que son de vital importancia para alcanzar una democracia profunda y son:
1.- Participación efectiva: En una democracia genuina, todos los ciudadanos deben tener la posibilidad de participar de manera significativa en la toma de decisiones políticas. El Estado y los gobiernos deben tener mecanismos y oportunidades para que los ciudadanos se involucren y ejerzan influencia en el proceso político.
Sin embargo, los mecanismos de participación ciudadana son casi inexistentes en Panamá, esto debido a que la democracia que recibimos en 1990 es lo que se denomina una democracia minimalista y desde entonces los panameños no hemos revisado la constitución para incorporar mecanismos modernos de participación, tal cual lo hizo Colombia durante sus reformas constitucionales de 1990.
En cuanto a mecanismos de participación como los referéndum o plebiscitos nacionales, la democracia panameña tiene una deuda histórica hacia la ciudadanía, según el doctor Jorge Giannareas “en los primeros 73 años de república solo se produjo uno de los mencionados ejercicios de democracia directa; en los últimos 41 años ha habido cinco procesos en los que el electorado ha tomado directamente decisiones fundamentales, lo que da un promedio de una cada ocho años y cuatro meses. El último referéndum fue hace más de 12 años, lo que es un indicador de dónde podría estar una de las dolencias de la democracia panameña hoy”. (Giannareas, 2020).
Panamá carece de una ley de participación ciudadana y de mecanismos modernos de participación, en ese sentido la democracia panameña profundiza cada día su deuda histórica.
Con respecto a los mecanismos de participación municipales y regionales, a pesar de que existe una ley de descentralización que contiene limitados mecanismos como los presupuestos participativos, una de las exigencias de la propia ley es el establecimiento de las llamadas juntas de desarrollo comunitario para garantizar el buen uso efectivo de los fondos descentralizados aprobados por dichos mecanismos, sin embargo, la falta de una cultura real de participación y la falta de interés de los gobiernos municipales han sido obstáculos para el desarrollo de dichas instituciones regionales de participación.
2.- El otro condicionante que define el funcionamiento de una democracia, según Dahl, es el control de la agenda. Según Dahl, en una democracia los ciudadanos deben estar en capacidad de influir en la agenda política, esto implica que los temas a debatir no sean controlados únicamente por una élite política o económica, sino que reflejen los intereses y las preocupaciones de la sociedad en su conjunto.
3.- Me atrevería a añadir una tercera condicionante: para que exista una verdadera democracia debe haber rendición de cuentas de quien ostenta y representa el poder público. Esto quiere decir que sobre todas las decisiones que toman los servidores públicos, así como el manejo de los recursos que les hemos confiado, deben rendir cuentas a la ciudadanía, no podrá existir una verdadera democracia sin rendición de cuentas, la época de la discrecionalidad en el uso de los recursos públicos debe quedar atrás ya que, junto con el Atari, el betamax y el VHS, representan una época pasada.
Una constituyente es fundamental para incorporar nuevas y modernas formas de participación ciudadana que permitan a la ciudadanía intervenir en la toma de decisiones públicas y en la orientación de las políticas públicas, y mecanismos reales de rendición de cuentas para que la sociedad evidencie permanentemente los resultados de la gestión pública y ejerza control y fiscalización de los fondos, no como ocurre hoy, que los fondos públicos desaparecen como si se tratara de un truco de magia de David Copperfield, sin explicación alguna, hiriendo, fragmentando y generando desconfianza en la ciudadanía.