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La muralla de Panamá en el siglo XIX: el patrimonio de la evolución nacional
- 13/11/2021 00:00
- 13/11/2021 00:00
Por todos es conocida la historia de la construcción de la muralla a raíz de la primera renovación urbana de la ciudad, que trasladó Panamá La Vieja a un nuevo emplazamiento con una fortaleza militar en 1673. La segunda renovación ocurrió a partir de la década de 1850 con el proceso de expansión urbana de la ciudad al integrar el intramuros y el arrabal.
Para ello fue necesaria la destrucción progresiva de algunos tramos que permitiesen la reconexión del tejido urbano de los distritos parroquiales de San Felipe, Santa Ana y Calidonia. Desde el siglo XVIII hasta el siglo XIX han sucedido numerosas alteraciones que van desde la edificación sobre la muralla y falta de mantenimiento, hasta la extinción misma por abandono.
Según cronistas y viajeros del siglo XIX, la ciudad de Panamá mostraba signos de desgaste y decadencia, y la muralla era un fiel reflejo de tal realidad. La condición material de la antigua muralla no ha desaparecido por completo, pues parte de sus tramos conforman aún importantes activos del centro histórico de la ciudad de Panamá. El relato sobre su construcción y presencia ha sido documentado gracias al Archivo General de Indias en España y otros acervos bibliográficos y documentales en Colombia y EE.UU. que han permitido su investigación en ambos lados del continente. La narración sobre su derribo ha sido menos estudiada, refiriendo la destrucción de sus partes en un solo embate. Existen aún preguntas sobre las razones, justificaciones y procesos del derribo inicial de algunos de sus tramos.
Hasta la década de 1840, el siglo XIX, la condición de la muralla era íntegra en toda su extensión, a excepción de sus bienes inmuebles, los cañones, que habían sido removidos. “Panamá es una ciudad amurallada y bien calculada para la defensa, ya que los muros están asegurados por una amplia y profunda zanja en el exterior. Antiguamente había un centenar o más de grandes cañones montados en sus paredes; pero hace unos años, cuando Colombia estaba en guerra con Perú, casi todos fueron removidos para ayudar en otras partes de la República”, publica The Boston Traveler en 1835.
La fortaleza tenía dos frentes, uno marítimo y otro terrestre. Las razones de seguridad que brindaron las murallas a los habitantes de la ciudad, que obligaron su construcción durante los tiempos coloniales, no eran las mismas durante el siglo XIX. El frente marítimo había adquirido un valor utilitario, además del militar, pues la muralla era un mecanismo de protección de la ciudad de los embates del mar.
Su deterioro significaba un riesgo para la seguridad de quienes vivían en intramuros. El mantenimiento y conservación de las murallas y su entorno se habían convertido también en un problema sanitario, pues su perímetro era “depósito de toda clase de basura e inmundicia, en el que se deleitan las aves de rapiña; que además contaminaba sin distinción el aire de la mayor parte de los sitios de la ciudad”.
Aunado a ello, las autoridades locales adoptaron una resolución en 1850 autorizando la construcción en diferentes partes de los muros de numerosas letrinas y compuertas para la descarga al mar, de despojos y suciedad que tanto abundaba en la ciudad. En un reporte de un diario colombiano de 1850, titulado 'Situación actual de Panamá', fue publicado: “Las calles y las murallas son muladares y no hay quien los mande a asear; puede decirse que todos los baluartes y cortinas de las murallas son una pocilga que ocurren sin recato ni decencia, Panamá es una piscina”.
Otro de los usos de la muralla de la ciudad desde el siglo XIX ha sido como espacio público. La promenade de Las Bóvedas –en el adarve del baluarte de Chiriquí– con vistas a la bahía de Panamá se ha utilizado como paseo antes de la transformación de las plazas en parques.
Una reglamentación de 1853 dispuso la prohibición de pasear a caballo por las murallas, consultando su conservación y limpieza; que ocasionó altercados entre algunos de los paseantes y los encargados de hacer respetar aquella disposición.
La muralla es un símbolo material que relaciona los lazos hispanos desde la colonización y conquista española, la independencia de 1821 y la adhesión a Nueva Granada, el nacimiento del Estado Federal, la nueva república en 1903, hasta nuestros días. Partes y retazos afortunadamente han permanecido entre el desarrollo urbano del barrio de San Felipe. Ejemplo de ello son los restos sobre la antigua residencia de Agustín Arias, hoy Casa de la Municipalidad, y sobre los terrenos de la antigua casa Boyacá, donde el incendio del falso histórico en 2018 ha expuesto importantes vestigios cuyos elementos permiten una mayor comprensión espacial del baluarte Mano de Tigre.
Para el común de las personas serían solo unas viejas ruinas o unas piedras amontonadas de insignificante valor que han sobrevivido el pasar de los tiempos.
La antigua fortificación debe ser objeto de rescate, protección y conservación desde la arquitectura y la arqueología que permita la puesta en valor de este legado cultural por sus valores históricos, monumentales y universales.
Una actividad y propósito como parte de la conmemoración del bicentenario y honrar la noble distinción de esta fortificación como parte del conjunto monumental que es patrimonio mundial de la humanidad.