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Migrantes hablan de los muertos en la ruta
- 06/10/2023 00:00
- 06/10/2023 00:00
Michelle no quiso dar más detalles personales, estaba conmocionada por todo lo vivido... Ya parada en la fila –en la que se compran los boletos de los buses que llevan a los migrantes desde el área de Paso Canoas, en Costa Rica, hacia Nicaragua– concedió unos minutos de entrevista.
Pero aunque se trató de indagar sobre toda la travesía, la joven solo quiere referirse a un tema en particular: las personas que perdieron la vida en el camino durante el paso por la selva de Darién. “Hay muchísimas personas que están muertas”, afirma. “Mira, vi personas de más de cinco familias que murieron en accidentes cuando pasaban por piedras (la mujer se refiere a los peñascos por los que hay que atravesar en la ruta)”.
El bullicio de los migrantes que tratan desesperados de comprar un boleto para salir cuanto antes, hace difícil la entrevista. La mujer no quiere dejar su puesto en la fila, pero sigue el relato mientras que las autoridades de Costa Rica piden a este diario que abandone el lugar.
Pero la mujer sigue y nos muestra todas las señales que le dejó la travesía: “Mírale las uñas a mi suegra, miren cómo tiene las uñas... acá (muestra la otra mano) se voló las uñas. Mira cómo tenemos las piernas, mira, en todo esto tengo llagas”.
Según la mujer, del grupo que salió con ella, hay 65 personas que no habían podido ver que llegaron a los albergues “eso da tristeza, es muy duro”.
“Duramos cinco días (en la selva) vimos más de ocho personas muertas, personas sin rostro, personas a las que les han pasado tantas cosas. Incluso sabemos de familiares que han dejado botados por allá; eso es horrible”, cuenta.
“Por lo menos de Panamá ya salimos, ¡gracias a Dios! Esa selva es muy ruda, les pido a las personas que no vengan por ahí con niños, es muy difícil. Mira, mucha gente te dice que se metan, que no pasa nada, pero es muy peligroso, es muy peligroso”, advierte.
Suspende abruptamente porque una de las personas que la acompañaban consiguió un boleto y la mujer se fue hacia la ventanilla a pagar el boleto que cuesta $30 y desde allí corre al bus que en menos de seis horas la llevará hasta la frontera con Nicaragua.
El testimonio de Michelle en un resumen muy corto de lo que muchos migrantes cuentan y que se apoya en cifras de las autoridades panameñas que registran, en lo que va del año, 42 fallecimientos. Aunque se estima que hay un subregistro, ya que las autoridades de Colombia no llevan un detalle de cuantas personas entran a la parte de la selva que está en su territorio.
En lo que va del año, las autoridades panameñas han rescatado 619 personas y en total 413,333 llegaron a las estaciones habilitadas en la provincia de Darién para seguir su camino hacia el “sueño americano”.
Jairo Guzmán tiene 21 años, es de Medellín, Colombia, y asegura que viene tras el famoso sueño americano. “A muchos 'parceros' que les ha ido bien por allá y todos queremos lograr, pues la misma meta, salir adelante, que nos ayuden allá a trabajar y lograr un buen trabajo, que nos ayuden a pasar, pues ahorita no están ayudando mucho a los colombianos, pero pues yo voy con la fe, que sí nos van a ayudar a pasar”, dice.
¿Qué hace un muchacho joven, de una ciudad como Medellín, pasando por la selva? “Mucha falta de empleo, todo está caro y el sueldo ya no alcanza para nada”.
Pero una vez pasada la experiencia de Darién no recomienda a nadie entrar a la selva. Asegura que muchas personas le dijeron que entrar no era dificil... “Métete que eso no es nada. Bueno caballero, no crean eso, porque lo que no te dicen es que uno pasa hambre, yo duré en eso cuatro días, pasando hambre, viendo muertos. Por ahí no puedes tomar agua, porque en esa agua hay muertos tirados y tomar de esa agua te da dolor de barriga y vomitas”, expone.
El testimonio de Jahiro coincide con lo expresado por el defensor del Pueblo de Panamá, Eduardo Leblanc, quien aseguró que en Darién “... tenemos una contaminación enorme de ríos producto no solo de la basura; sino de cuerpos en descomposición”, durante una disertación en la XXVII asamblea y XXVII congreso de la Federación de Ombudsperson (Fio) que se desarrolló en Colombia.
Jahiro prosigue el relato: “Vi niños tirados sobre una sábana y las culebras por ahí dándoles vueltas, con el peligro de que los muerdan. Además de ello, pude ver a muchos haitianos, dos de ellos muertos... es una cosa de locos. Les doy un consejo mío, no pasen por esa selva, esperen a sacar su pasaporte, hagan las cosas bien”, recomienda el muchacho.
“No, eso es una locura completamente señor, pues por allá vi como seis muertos. Además hay muchos niños por ahí junto a mujeres embarazadas”, agrega.
“Y vea esa agua infectada –prosigue–, todos esos niños tomando esa agua, uno llega aquí con diarrea, vómitos, enfermo, totalmente enfermo. Pueden agarrar una infección; por eso es que también puede haber gente muerta por ahí, se ponen a tomar esa agua.
“Darién es una selva, eso no es una ruta para cualquiera. A mitad de selva yo estaba que me volvía, la verdad, pero ya devolverme era peor, porque me faltaba entonces la mitad por regresar, así que lo que me tocaba era seguir para adelante con el miedo”, explica el joven.
“Eso es completamente una locura, yo no le deseo eso a nadie. Les sugiero que hagan sus cosas bien, traten más bien de sacar su pasaporte y su visa y hagan las cosas bien, pues allí pueden encontrar la muerte. Gracias a Dios vamos para allá (EE.UU.) en nombre de Dios, mi tío está en Miami, Florida”, concluye, Jahiro.
Como conductor asignado a la oficina de Unicef, en Darién, Juan Carlos Malespín sabe que su misión es resguardar la seguridad de sus compañeros que trabajan en campo
mtesta@laestrella.com.pa
“Mi trabajo es conducir, pero también es estar pendiente siempre de la seguridad de mis compañeros. Si ellos están en las Estaciones de Recepción Migratoria (ERM), debo estar atento a cualquier situación que se pueda desarrollar”, explicó. Afuera de la estación de Lajas Blancas, docenas de migrantes hacen fila para abordar el autobús que los llevará a Los Planes, en Gualaca, Chiriquí, en el extremo occidental del país.
Aunque “llevar y traer” parece una tarea sencilla, en Darién no lo es tanto porque las rutas en esta selvática provincia no siempre son de asfalto: hay caminos de tierra que en la época lluviosa se convierten en lodazales; comunidades a las que se llega solo en balsa o ferri improvisados; y aguaceros torrenciales que vuelven intransitables las vías. Pero eso mismo es lo que Juan Carlos disfruta de su trabajo. “A mí siempre me ha gustado estar en campo”, respondió sin titubeos. Y siempre le han gustado los automóviles.
De pequeño ayudaba a su padre en el taller mecánico que él tenía. Nicaragüense de origen, tenía solo 13 años cuando vino con su familia a vivir en Panamá. De aquellas primeras semanas en suelo istmeño se acuerda bien: “Me encantó la ciudad, sus edificios. Me gustó sobre todo el mar, que lo teníamos tan cerca”, contó ahora, casi 40 años después.
Era 1985 y, al llegar, sus padres buscaron enseguida dónde establecerse y cómo ganarse la vida. Su papá, mecánico de equipo pesado en Nicaragua, se dedicó a reparar autos en su nueva tierra. Su mamá trabajó como doméstica en casas de familia, y muchas veces la veía solo los fines de semana. “Extrañaba a mi mamá cuando tenía que dormir en los trabajos. Pero mi papá siempre estuvo ahí, apoyándome. En la mañana me iba al taller con él y lo ayudaba, y en la tarde iba a la escuela”, detalló.
Cuando no está trabajando, a Malespín le gusta dedicarse a la mecánica y también pasar el mayor tiempo posible con su familia, no solo porque creció sabiendo lo importante que es la unión como familia, sino porque, en este tiempo en la organización ha aprendido cuán importante es el cuidado cariñoso de los niños.
Por eso es que ahora, enfrentado a la realidad de miles de personas que atraviesan la selva de Darién en busca de una mejor vida, Malespín no puede evitar verse a sí mismo, y a sus padres, cuando hicieron el viaje desde Nicaragua y vivieron la incertidumbre de ser migrantes. “A veces me siento impotente por no poder hacer todo lo que deberíamos”, mencionó, refiriéndose a lo difícil de vivir como migrante irregular y a las trabas que imponen la sociedad y los gobiernos para la plena integración.
En los primeros ocho meses del año 2023, según cifras oficiales del Gobierno de Panamá, han atravesado la selva de Darién más de 71.000 niños y adolescentes de más de 50 nacionalidades. Esta población, así como las poblaciones locales impactadas por la migración, tienen necesidades urgentes en términos de salud y nutrición, protección contra la violencia y acceso a servicios de agua, higiene y saneamiento.
Una vez en la entrada de la ERM de San Vicente de Darién, Juan Carlos fue testigo de un relato que lo conmovió. “Veo que se acerca un señor a los agentes del Servicio Nacional de Migración y pregunta por su hijo. Parece que en el cruce de la selva se habían separado y el hombre ya lo daba por muerto... Pero resulta que el muchachito, de 13 años, acababa de llegar ese día. Fue muy emotivo ver cuando se reencontraron, eso me impactó mucho... Hay situaciones que lo dejan a uno muy vulnerable”.
Con la colaboración de Unicef