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- 07/08/2011 02:00
- 07/08/2011 02:00
Nunca hizo ningún voto pero Marciano Castillero bien podría ser un monje: es pobre y obediente. Lo uno porque por más que pase toda la madrugada arreglando llantas, una tras otra, como en modo automático, en jornadas que empiezan a las seis de la tarde y culminan 14 horas después, logra sólo 200 dólares en la quincena, menos los descuentos. Lo otro porque el dinero manda y hace malabares para amoldarse a la dictadura del salario aún menor que el mínimo.
Los números lo atacan. Él, que se estrena en el empleo de llantero, sabe que en la relación necesidades - deudas - ingresos, no hay probabilidades alentadoras. Eso de estirar le parece un reto cada vez más difícil.
Y como él hay muchos. El último Censo reflejó que 234 mil 761 trabajadores perciben entre 250 y 399 dólares mensuales. Se trata del rango salarial más común entre la masa trabajadora (24%) y que está muy por debajo de los históricos 416 dólares que en 2010 estableció el gobierno como la paga mínima.
El siguiente rango más común está entre los 400 y 599 dólares (otro 24%).
¿Por qué si se resolvió un número mínimo al que debe acceder cualquier trabajador aparecen cifras como esas? En el Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral no saben o no lo quieren decir. ‘Habría que ver’, esquiva Milko Méndez, de la Secretaría Técnica de Salario Mínimo: ‘Puede ser que hayan muchos que trabajen menos de las 48 horas semanales establecidas y por eso reflejen salarios de 250 y 275 dólares’.
—¿Cuántas personas están en esa situación?
—No sabemos, eso es algo que manejan otros... el Seguro Social, puede ser.
UN AMABLE TRAGO AMARGO
‘Pero no me va tan mal’, confiesa con quietud Marciano, a pleno sábado al mediodía frente a la Jumbo Feria que ha instalado el gobierno en Los Andes.
Es que fuera de su salario mensual, Marciano recibe en propinas ‘como seis dólares al día’. Con eso —dice— se hace el dinero para el pasaje y todos los demás gastos inmediatos. Vive en Las Cumbres —al norte de la ciudad— y el viaje hasta el taller donde labora, cerca de la Gran Estación de San Miguelito, por lo mínimo, le cuesta 50 centésimos al día. Sin esas entradas adicionales sería más difícil.
Igual, sacando cuentas, él y quienes están en el rango salarial más común poco pueden hacer. Excepto pagar y pagar (o dejar de pagar).
Para muestra un botón: los informes de la Autoridad de Consumidor y Defensa de la Competencia (Acodeco) dan cuenta de que los precios más bajos de la canasta básica ‘del ahorro’ rozan los 125 dólares; es decir, una tercera parte del salario mensual de Marciano.
‘Mire, yo gasto como 150 dólares en el supermercado, comprando un par de cosas. Y a la final no veo nada’, aclara con seguridad.
La señora Ana Feliz está a su lado. Sin dramatizar, la situación le es casi irónica. Algo resignada se une al punto de vista de Marciano: ‘He tenido que dejar de comprar muchas cosas... es más, hay que reducir la cantidad de arroz que comemos en casa’, retrata mientras carga sacos de 15 libras de ese grano que le costaron tres dólares. ‘Uno es ‘pa mí y el otro es ‘pa mi hija que tiene un bebi’, esgrime. Es una mujer pequeña, cabello rojizo y piel curtida por el sol. Toma mucho cada vez que sale a vender sábanas cuatro veces al mes. Con eso gana ‘como 300 dólares’.
Pero el ‘par de cosas’ a las que se refiere Marciano hallan su razón. Hablar de la canasta básica familiar (CBFA) no es lo mismo que referirse a la ‘del ahorro’. Esta versión sólo contempla 15 de los 50 productos ‘básicos que conforman la dieta usual de una población en cantidades suficientes’.
Entonces, agregar a los estantes de la cocina un par de libras de yuca, ñame, plátano y frutas, té, sal, tomates, chuleta, jarrete y salchichas, costaría unos 100 dólares más.
‘Ah, pero eso sin contar el gasto de luz, agua, las deudas que uno tiene por allí, y con lo que se tiene que apoyar en algunos familiares’, alerta el hombre que bien podría ser malabarista, además de monje.
—¿Pero paga casa?
—No, ya la tenemos.
—¿Y el celular?
—No. Tenía uno pero lo dejé de usar, si no tengo para meterle tarjetas y eso así no vale la pena... ¿a quién voy a llamar? Usamos el de mi esposa.
‘EN LOS ZAPATOS DEL PUEBLO’
Pero si con el salario mínimo a 416 dólares hablar de ‘cubrir las necesidades’ parece generar sólo preocupaciones, imagínese a la hora de pensar en la recreación.
¿Tarea difícil? Hicimos la prueba. El presupuesto de la semana: 100 dólares. Había que pagar comida, las típicas deudas, pasaje, ahorrar y algún paseo... por lo menos al Causeway o de compras.
Dinero en mano, lo que siempre urge es asegurar la comida. O parte de ella. Una visita al supermercado —el más barato de la capital, según la Acodeco—, ayudó. La factura alcanzó los 60 dólares. ¿Mantequilla de maní, corn flakes, manzanas? No. Era mejor dejarlas.
Restaban entonces 40 dólares, diez de los cuales fueron a parar a la cuenta de ahorro navideña. Vimos el recibo de internet y de agua ahí, en la mesa de vidrio que reposa en la alfombra crema. Por suerte, el de la luz ya había desfilado. Entonces volvieron las calculadoras de papel. Había que elegir por una u otra.
¿Cuál? ‘El agua apremia. Sólo son seis dólares con 40 centavos’, respondió en voz alta.
La cuenta del servicio de internet —algo que la Organización de las Naciones Unidas estableció como un derecho humano—, debió esperar la siguiente vuelta.
Restan 24.60 dólares. Justo para el pasaje de la semana, los imprevistos y los gastos universitarios. Mejor combinar el Metrobús de Corredor Norte - Santa Librada (1.25 dólar) con los económicos diablos rojos. Aprovechar y viajar ida y vuelta en los buses de a 25 centésimos que están por desaparecer es más rentable. Así se hizo. Para ocho viajes en los buses regulares —cuyo costo pasa a 50 centésimos sobre las 9:00 p.m.— y seis en el nuevo sistema de transporte, se paga 10.45 dólares, más unos cuantos viajes en taxi (cinco): la cuota ascendió a 18 dólares.
—Quedan 6.60 dólares en cuenta. Creo que me alcanzan para comer tres días en los ‘cuara y cuara’ (restaurantes populares de la capital). Y el paseo al Causeway lo dejamos para después—, digo.
—¡Suerte que no pagas giras de la ‘U’, ni tienes hijos, no pagas casa ni tienes deudas!—, respondió sarcástica una compañera.
—No, por suerte. Pero si esa fuera la realidad de todos, vale—, imaginó otra.
Pero Marciano está lejos de esta historia. ‘¿Pasear? Eso ya ni lo hago. Mi mujer sale sola, porque no hay tanta plata ‘pa eso’, rebate, con resignación, el llantero.
Aunque la realidad lo cachetea todos los días, no desecha del todo la posibilidad de que sus gobernantes, los gobernantes de Panamá, lo escuchen. A él y a los que trabajan en el país de las ganancias múltiples mal repartidas: ‘¡Que den un aumento salarial que nos beneficie a los que de verdad ponemos a este país a andar... los que nos jodemos!’. El 91.3% de los que reciben poco y nada quieren lo mismo, según Dichter & Neira. Muchos piensan que sólo queda rezar.