Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 04/06/2017 02:00
- 04/06/2017 02:00
Desde tempranas horas de la mañana del 9 de enero de 1928, una interminable caravana de automóviles negros serpentaba entre el rústico camino de las Sabanas, en dirección de las afueras de la ciudad de Panamá.
Tanto las pequeñas chivas de pasajeros como los elegantes automóviles Ford y Packard de la época procedentes de Colón, de la Zona del Canal y de la ciudad de Panamá, transportaban a las miles de personas que, aprovechando el ‘día de fiesta nacional' decretado por el presidente Rodolfo Chiari, se disponían a presenciar el gran acontecimiento que tendría lugar en el antiguo campo de Piña Piña, bautizado ese día como ‘Campo Lindbergh'.
A las 9 de la mañana, familias enteras, llevando en sus manos pequeños paquetes con el almuerzo, buscaban un sitio para ubicarse bajo el sol, mientras que los funcionarios públicos empezaban a ocupar sus puestos en el podio de madera especialmente preparado para la ocasión y que, esa misma mañana se desmoronaría bajo el peso de los ocupantes sin causar daños.
A las 9:45, sonó la que sería la primera alarma del día, anunciando que el héroe del día, el aviador estadounidense Charles A. Lindbergh, salía en ese momento de San José, Costa Rica, para hacer el vuelo solitario de 44 millas -4 horas y 31 minutos- hacia Panamá.
A las 11:45, sonaba nuevamente la alarma: los residentes de Bocas del Toro habían visto al avión pasar.
A las 12:30, llegaba en su elegante automóvil descapotable de color negro el presidente de la República, Rodolfo Chiari, junto a su vicepresidente, Tomás Gabriel Duque, Carlos López, don Enrique Linares y sus esposas, para ocupar elegantemente la tribuna presidencial.
A la 1:40 sonaba nuevamente la alarma. El esperado visitante, escoltado por aviones del Ejército de Estados Unidos, se dirigía hacia el improvisado aeropuerto acondicionado por los panameños.
A la 1:45 pm, mientras los policías intentaban despejar la pista de los cientos de presentes que se lanzaban a ella sin medir las consecuencias, el pequeño monoplano, que casi parecía de juguete, identificado claramente como el ‘Espíritu de San Luis' aterrizaba sin dificultades. Ver video de recibimiento de Lindbergh
Segundos después, salía su conductor, un hombre alto y delgado, de apenas 26 años.
‘Bienvenido a Panamá, coronel', le dijo el edecán en medio de los frenéticos aplausos de la multitud, que ya alcanzaba las 40 mil almas, para conducirlo inmediatamente ante el presidente Chiari.
‘Otros han asegurado la libertad de América, pero vos con vuestra habilidad para acortar distancias, habéis establecido una base de fraternidad y unión para todos los países americanos', le dijo Chiari, en lo que debió ser un breve discurso ya planificado.
Bajo el brillante sol de la tarde panameña, entre el cuchicheo de las gentes y la música de la Banda de Bomberos, Lindbergh sonreía de forma modesta y natural, y se inclinaba en gesto de respeto y agradecimiento, antes de ser abordado por decenas de periodistas locales y extranjeros.
‘¿Como le había ido con la pista de aterrizaje?' era la pregunta de rigor, ante los rumores que hasta hacía pocos minutos insistían en que la pista sería inadecuada y que seguramente el piloto tendría que dirigirse para hacer el descenso en la Zona del Canal.
‘No tuve ninguna dificultad para aterrizar. Haría falta solamente alargar la pista y acondicionarla como un aeropuerto', contestó el aviador.
MARCHA HACIA LA CIUDAD
Lindbergh entró a la ciudad de Panamá en el carro convertible del presidente Chiari como lo habría hecho el más condecorado de los héroes de guerra, encabezando una comitiva de otros 50 vehículos, que atravesaría la Avenida Central en medio del confeti, las banderas de bienvenida y los vítores del pueblo.
Al llegar al Palacio Municial, el alcalde Mario Galindo le entregó la llave de oro la ciudad. Esa noche le esperaban tres recepciones, una en la Presidencia, otra en el Club Unión y otra, más popular, en la Plaza de Francia, donde presenciaría un tradicional tamborito.
APRETADA AGENDA
Tanto los panameños como los estadounidenses residentes en la Zona del Canal se mostraban ansiosos por observar de cerca a ese héroe contemporáneo y celebridad universal, figura a la que se le atribuía una excepcional vida de emociones, y al que se veía como un superhombre, representante del futuro de un mundo que se achicaba a pasos agigantados bajo el triunfo de esas máquinas capaces de volar como las aves y recorrer cientos de millas en poco tiempo.
En los tres días posteriores, Lindberg cumpliría una apretada agenda, que incluía visitas a oficinas públicas y escuelas en Panamá, Colón y la Zona del Canal, inauguración de placas y más y más recepciones en las que se le agasajaba con lo mejor que Panamá podía ofrecer.
Entre otros, se le dio un broche y portarretratos de oro y perlas antiguas que contenía una foto de él con su madre; un avión hecho de madera panameña, obsequio de la Mueblería La Exposición; un globo terráqueo con una placa conmemorativa de los Masones y hasta un águila de oro, tomada de la tumba de un cacique indígena de la era precolombina.
En su honor se compuso una marcha (‘Marcha Lindgbergh') y se pusieron a la venta 450 mil estampillas de correo conmemorativas, de 5 y 2 centavos.
HERÓICO AVIADOR
Quién era Charles Lindbergh
Charles Augusto Lindbergh (1902 – 1974) fue un aviador estadounidense, militar, autor, inventor, explorador y activista ambiental. En 1925, a la edad de 25 años, el desconocido piloto del ejército norteamericano, se convirtió en un héroe mundial al volar desde Long Island, Nueva York, en lo que sería el primer vuelo transatlántico, sin paradas, entre Norteamérica y Europa de la historia. El recorrido de 3,600 millas le tomó 33 horas y media, y lo realizó en su monoplano, el ‘Espíritu de San Luis'.
La hija del presidente Chiari, casada con Guillermo García de Paredes, había dado a luz un niño la mañana del día 9 de enero, y la primera dama comunicó a la prensa que su nieto se llamaría ‘Rodolfo Ramón Lindbergh García de Paredes'.
Tanto era el cariño que se le prodigaba, que el piloto aseguró que esos eran ‘los días más felices que había pasado desde su salida de Washington'.
UN VISIONARIO
‘Panamá es un centro natural para la aviación', dijo a los periodistas durante su estadía en el país, parte de una gira iniciada desde finales de 1927, con el fin de promover la entonces naciente aviación comercial.
‘Soy uno de los primeros turistas del aire. Si reciben a todos como me han recibido a mí, ninguno querrá irse'.
‘En el futuro, cuando se hayan construido grandes aeroplanos, los vuelos desde y hacia Centroamérica serán regulares', repetía a los panameños y zonians, señalando entonces un camino todavía no recorrido por la humanidad.
‘Pocos viajes serán tan interesantes como el que acabo de completar con el Espirítu de San Luis, entre Washington y Centroamérica'.
‘Panamá y la Zona del Canal van a estar conectados con el mundo, a solo 48 horas de Nueva York y a 2 o tres días de cualquier punto de los Estados Unidos'.
VUELO CON EL PRESIDENTE Y VICEPRESIDENTE
Hasta el presidente Chiari y el vicepresidente Duque se contagiaron del entusiasmo. Con un casco prestado y portando -por si acaso- un paracaídas, aceptaron la invitación de realizar sendos vuelos de 15 minutos, por encima de la ciudad, las ruinas de Panamá La Vieja y el Canal. Ver video del primer paseo aéreo del presidente Chiari
Para ambos, era su primer viaje en avión, lo que fue seguido con gran expectativa por los periodistas, quienes recogieron sus impresiones tras el vuelo.
Chiari fue más filosófico: ‘Para que un hombre pueda darse cuenta de cuan insignificante es en el valor universal de las cosas, debe volar', dijo a los periodistas.
Por su parte, el vicepresidente Duque, que había crecido entre riquezas y lujos, comentó: ‘Si yo hubiera probado en mis primeros años, me hubiera tentado a dejar el automovilismo y dedicarme a la aviación. La impresión que ella causa es grande, magnífica y mucho más emocionante que el automóvil'.
DESCANSO EN CHIRIQUÍ
La agenda de Lindbergh incluía cuatro días de descanso en Boquete, pero su estadía fue extendida hasta ocho, porque sus anfitriones notaron en él signos de fatiga nerviosa: no podía estar tranquilo, sentarse a conversar ni leer.
El embajador de Estados Unidos tomó el cuidado de alejarlo por más tiempo de las recepciones, los fotógrafos, periodistas, y hacerlo permanece en las Tierras Altas panameñas practicando la caza y pesca, paseos a caballo, visitando cafetales.
Así lo hizo y tras una semana en Chiriquí, volvió a la ciudad vestido de kaki, con un pañuelo rojo al cuello, rebosante de salud. Ahora se mostraba más afable y cortés que a su llegada y reconoció en tono de broma que ‘necesitaba un doble para los eventos sociales'.
El viernes 26, diecisiete días después de su llegada, tomó su avión y partió rumbo a Bogotá.
Tenía por delante una larga vida, llena de éxitos y también tragedias, como el secuestro y asesinato de su hijo, y su expulsión del ejército por el presidente FDR, por creerlo simpatizante de los Nazis.
Su visita a Panamá sería uno de los grandes eventos vividos por los panameños durante los primeros años de vida republicana y representaría una invaluable promoción para el país, al recibir su estadía una extensa y favorable cobertura de la prensa internacional.