La Ciudad de Saber conmemoró su vigésimo quinto aniversario de fundación con una siembra de banderas en el área de Clayton.
- 20/08/2023 00:00
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“Una de las características de la mente humana es que necesita explicaciones. Siempre. Para todo. Por eso, cuando la ciencia se ve en la imposibilidad de proporcionar respuestas satisfactorias a nuestras preguntas, aludimos a explicaciones irracionales y mágicas.” (Posadas y Courgeon). Estas explicaciones mágicas e irracionales penetran en el imaginario colectivo y sus efectos suelen ser devastadores, como vemos que pasó con la campaña antivacunas durante la pandemia. ¿A qué nos referimos con el imaginario colectivo?
Imaginario se refiere a aparente, ilusorio. El género humano es colectivo y social y se apoya en el lenguaje. El registro de las creencias y mitos influyen en el colectivo y toca afectos y emociones, lo que hace que se les imagine como reales y se establecen como norma en lo social. Los que detentan el poder político manipulan a través de sus agendas políticas; los medios, manipulan las emociones mediante agendas mediáticas que influyen en la opinión pública; y los que detentan el poder religioso, en el contenido de los dogmas, todos según sus prioridades y su conveniencia.
Los mitos narrados en los medios como relatos, películas, novelas, cómicas, televisión, actúan como una especie de demostración de cómo debe funcionar la masculinidad: el hombre es el héroe, activo, inteligente y dominador, mientras que la mujer es pasiva, torpe y dominada. Los trastornos psicológicos, como la brujería y la histeria, siempre se les han atribuido a las mujeres. Recordemos la quema de brujas, no de brujos.
Las iglesias también han sembrado creencias en las que la mujer ha salido siempre perdedora. A Jesús se le ha hecho decir cosas que le habrían sorprendido mucho, ya que sustentaba sus enseñanzas, precisamente, en un cambio de paradigma en el imaginario colectivo, al instar al primero que estuviera libre de pecado a tirar la primera piedra en la lapidación de la mujer adúltera, enfrentándose a lo que era una injusticia, ya que al hombre adúltero no se le lapidaba. No fue sino hasta el siglo VI que los obispos cristianos acabaron reconociendo que la mujer tenía alma. Pero no sólo se les negó el alma a las mujeres, sino que en tiempos de la colonia se dijo que los indios no tenían alma, y por ende no eran personas; a lo que Fray Bartolomé de las Casas defendió a los indios, diciendo que “los indios sí son personas, los que no son personas son los negros”.
Pero la Iglesia Católica no tenía el monopolio de la misoginia. Martín Lutero, el instigador de la Reforma protestante, explicaba a sus discípulos lo siguiente: “Los hombres tienen los hombros anchos y las caderas estrechas y, en consecuencia, poseen inteligencia. Las mujeres tienen los hombros estrechos y las caderas anchas. Deberían quedarse en casa, pues la forma en que han sido creadas así lo indica, ya que tienen caderas anchas y una amplia base sobre la que sentarse, mantener la casa, tener hijos y crearlos.”
El psiquiatra Luis Bonino opina que, gracias a esta visión androcéntrica del mundo, los hombres han eludido su responsabilidad: “Pese a la evidencia de la epidemiología, la clínica y lo cotidiano, el poder de la milenaria creencia en el varón como modelo de lo humano, y por tanto de salud y normalidad, es tal, que invisibiliza las anormalidades y psicopatologías masculinas, que quedan así innombradas e impensadas. Así, la anormalidad sigue quedando del lado de las mujeres, su patologización/descalificación psíquica es la regla y la invisibilización de lo anormal/patológico masculino se perpetúa.”
La historia de las mentalidades es la historia de los movimientos sociales y las actitudes mentales de los grupos que han generado un cambio social a través de rebeliones. Durante las últimas décadas del siglo XX, proliferaron las ideas sobre el miedo y la inseguridad que provocan en los hombres la libertad, la falta de inhibición y la independencia femenina (el feminismo), pero lo que realmente provoca miedo en los hombres es todo aquello que pone en entredicho su masculinidad. Los hombres tienen miedo a que no se les considere suficientemente hombres y por eso, llamarles “mariquita” es uno de los peores insultos. Históricamente, los hombres se han hecho hombres esforzándose en diferenciarse claramente de las mujeres y de todo lo que es considerado femenino. Ésta es la base de la violencia masculina contra las mujeres. La violencia de género sólo terminará cuando haya desaparecido esta idea de la superioridad del hombre de las mentes y los corazones de toda la sociedad.