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Guantánamo, un símbolo del oprobio
- 05/08/2023 00:00
- 05/08/2023 00:00
Cuando el mundo se enteró de que el Gobierno de Estados Unidos mantenía en Guantánamo, Cuba, a varios centenares de prisioneros como sospechosos de conspiración terrorista, ese mundo sintió un malestar en su conciencia jurídica y en sus convicciones morales. Y cuando la Cámara de Representantes de aquel país dispuso que a tales prisioneros no se les permitiera ejercer el derecho de defensa ni recurrir a tribunal alguno que aprehendiera el conocimiento de su causa, el malestar se convirtió en estupor.
Por muchos años esos prisioneros musulmanes han sido sometidos al suplicio de la incertidumbre. El no saber hasta cuándo se mantendría la privación de libertad, equivale a una tortura moral que tiene un primer efecto: el abatimiento de la esperanza. El abatimiento de la esperanza producido por los largos encarcelamientos provoca sueños malsanos, sueños desesperados, patológicos, diferentes a los sueños que naturalmente sirven para dormir. El hombre pierde la noción del tiempo, la conciencia del ser y su vida es más mecánica que humana o espiritual.
Solo los que hemos vivido experiencias semejantes, aun cuando fuere por menor tiempo, poseemos elementos críticos para apreciar la intensidad de la tortura moral que engendra un encarcelamiento sin fórmulas de juicio.
Yo estuve detenido entre el 13 de diciembre de 1968 y el 13 de marzo de 1969 y nunca supe la razón de mi cautiverio. La dictadura militar octubrina suspendió el habeas corpus y el ejercicio de todos los derechos individuales. En los tres meses que estuve prisionero nunca vi el rostro de un juez o de un fiscal o de alguna autoridad juzgadora. Son los abusos históricos de las dictaduras. Y mientras estuve prisionero y las hojas del almanaque seguían cayendo, mi personalidad se fue transformando. Armonizaba con la soledad. No quería compartir con nadie mi celda. Perdí interés por el conocimiento de los hechos exteriores, por la lectura y mi pensamiento en ráfagas alimentaba odios perversos contra mis carceleros. Hasta que de pronto mi vida solo cultivaba la resignación y las vaguedades estériles. El pensamiento sólido fue vencido por la apatía intelectual. Prevalecía el desánimo al no saber hasta cuando viviría tras las rejas.
Es lo que igualmente le ocurre al exiliado político. En uno de sus destierros largos Pablo Neruda escribió un poema que recoge la amargura de la incertidumbre. “¡Ay, ¡cuándo volveré a Chile!” y ese “Ay, cuándo” lo repetía al recitarlo con el dejo de un vibrar funerario.
Ahora la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos borró de la historia judicial de ese país semejante baldón. No era posible que el accionar político de Mr. Bush y de su equipo parlamentario republicano convirtiera en institución el arresto indeterminado y por sospechas, de presuntos terroristas.
Lo procesal penal tiene las fórmulas objetivas insoslayables para determinar responsabilidades. Existe el juicio. Llévese el caso a los tribunales y si del conocimiento de la causa se determina una culpabilidad, sométase al reo al rigor de las penas. Es lo que ha decidido la Corte Suprema de Estados Unidos en homenaje a las mejores lecciones que en defensa de la libertad recogió el Acta de Independencia del hoy coloso del norte.
Yo entiendo el legítimo furor que despertó en Estados Unidos la destrucción bárbara de las torres gemelas. Entiendo la dureza de trato que a primera vista merecen posibles terroristas. Pero todo ha de hacerse dentro de los parámetros de la legalidad. Es el principio troncal del estado de derecho que adoptó la humanidad luego del 4 de julio de 1776 y del 14 de julio de 1789 con la revolución de dos pueblos.
Lo ocurrido en Guantánamo ya superado por los jueces, es un episodio del medioevo que contó por años con la complicidad de organizaciones mundiales y de naciones democráticas que nada hicieron para desterrar semejante símbolo del oprobio.
Hace bien el candidato Obama al declarar que eliminará Guantánamo. Así como la cárcel Modelo fue pulverizada porque representó la suma de la maldad humana, las cárceles de Guantánamo deben ser igualmente destruidas. Son igualmente un símbolo de una represión cavernaria.
No debe olvidarse que los monstruos siempre están en acecho y de súbito resucitan. Pero siempre se impone al final el estado de derecho, como ocurrió entre nosotros al sucumbir en diciembre de 1989 una dictadura que jugó con las libertades públicas y con todas las instituciones protectoras de la dignidad humana.
Publicado originalmente el 21 de junio de 2008.