Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 15/07/2012 02:00
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En la cancha de calle 4ª de San Felipe los chicos comienzan a amontonarse. Grafitis, murales y un disimulado acceso a la playa rodean un cuadrilátero de cemento castigado por el sol. Es la una. Álex Cedeño y Armando Calvo, organizadores de la liga de fútbol, todavía no aparecen. ‘No te preocupes, ya están por llegar’, dice una voz tranquilizadora, ajena al barullo de unos niños que hostigan a un perro que ha caído perdido en el muelle. Los más tranquilos contemplan y esperan sentados. No dicen mucho.
‘¿Qué le dijiste a mi hermano?’, amenaza Anthony apretando la cuchilla contra el cuello de un compañero. No hay respuesta. La cuchilla presiona. ‘¿Ah?’, insiste el acosador. El silencio gana. Anthony se aleja desafiante, cuchilla en mano.
La cancha está llena. Hay niños encima, debajo y detrás de la portería, en un ir y venir imposible de seguir. Un taxi se estaciona, el pito se oye. El silbato de Álex marca el ritmo. Llegaron los maestros. En dos minutos se rearma el equipo. Se guardan las cuchillas, se cambian chancletas por botas y los calcetines desgastados intentan subir hasta las maltrechas rodillas. Empieza el partido, todos a sus posiciones.
ENTRETENER A LOS CHICOS
Desde hace ocho años, Cedeño invita a los niños de San Felipe, El Chorrillo, Santa Ana, Calidonia y Curundú a participar en la liga de fútbol de los sábados. La que se juega hoy, comenzó hace dos meses y ya cuenta con 200 jugadores en 16 equipos.
En la cancha se enfrentan el Harina Satélite Tostada (de la calle 23) y el Georgio Richard (calle 1 9). La pelota rueda. Uno de los niños cae y con gran habilidad alcanza a apoyar las manos en el piso. Reflejo sutil para aquellos que solo conocen las canchas sintéticas por televisión. En sus rodillas, grandes costras y cicatrices, está la prueba de estos encuentros futboleros de la liga.
Uno de los chicos quiere ser como Blas Pérez, otro como el ‘Matador’. Pero Cedeño insiste en que recuerden sus propios nombres, porque alguna vez los verán puestos en las camisetas de los grandes equipos.
Así transmite el entusiasmo y la seguridad de quien sabe que puede lograr sus sueños con constancia.
‘Nosotros tratamos de resocializarlos para que eviten meterse en pandillas. Que se mantengan ocupados, que vean que todo no es guerra, también hay paz, hay amor’, dice este hombre de pequeña estatura cuyo diente de oro brilla al reír. ‘Yo le digo a todos: quisiera que ustedes pertenecieran solo a una banda. A la selección de Panamá’, explica con un ojo en un cuaderno y otro en el juego anotando marcadores.
JESÚS, EL REDENTOR
Uno de los chicos de la liga cumplió el sueño del fútbol y ahora está en la Selección Sub-17. La voz tranquilizadora que en el barullo inicial decía ‘no te preocupes’, tiene nombre: Jesús González se llama y ayuda a ‘los pelaos para que no estén en pandillas. Que en vez de tirar balas agarren un balón’. Por eso cuida que todo esté en paz. Contempla el juego y se preocupa por los más pequeños, al que se le perdió un zapato, al que le lanzan cosas desde una ventana, al que no le dejan jugar... ‘Aquí hay compañerismo, sólo toca enseñarles algunas cosas: si te empujan, da la mano; si te pegan, está bien, da la mano de nuevo’, dice el joven que con humildad pone la otra mejilla.
El balón va de un lado a otro, le faltan algunos de los parches, pero no deja de rodar hasta que ¡gooooooooooooooooooool! El Harina Satélite celebra mientras dos niños comienzan los empujones.
Uno es robusto y agresivo, Goliat. El otro se defiende manteniendo la pose, consciente de la derrota. Alguien les separa mientras Armando me lee la ficha de Goliat: Se llama Reyes, tiene 12 años, hace un año que está jugando. Es fan del Barça y quiere ser como Xavi Hernández. Imita los gestos de un pandillero y le mienta la madre al que se le acerque. Aunque reconoce que la liga ‘es para distraerme porque aquí hay bastante violencia’, desafía a Álex y amenaza con terminarle la liga. Su confesión: ‘Me peleé porque Álex no estaba cantando las faltas bieeeeeen. Todas se las cantaba al otro equipo’.
—¿Te has metido alguna vez con los pandilleros?
—¿Te han dicho que vayas?
—No, y ni quiero.
—¿Por qué?
—Porque no es una buena elección.
—¿Por qué?
—Porque no da plata.
El fútbol hace además las veces de defensa. Cuando los pandilleros ven que los muchachos están jugando respetan porque ‘ellos quisieran salir de la vida que están llevando y ser otras personas’, concluye Jesús.
ANTHONY EL AUTÓMATA
Anthony sigue con la cuchilla en la mano, asomada entre sus dedos, observando el partido. Unos muchachos de su banda gritan: ‘Esos están pasaos’, ‘tienen que jugar con los grandes ya’, ‘ese juega trampa’.
Este chico de 14 años sólo lleva un mes como defensa en la liga. Cuenta que su hermano le fue a buscar para que jugara, aunque él ya no lo hace. ‘Vive por Los Andes, está en bandas y cosas así’. Anthony no quiere seguir sus pasos. Cuando termine la escuela quiere ser marinero: ‘buscar algo que dé plata, sacar a mi familia de aquí y seguir adelante’.
—¿Qué te parece la liga?
—Está bien. Aleja a los niños de la banda, síii. Nos abre la mente porque la banda no trae nada bueno, sino muerte, hospitales, sufrimiento a la familia... cosas así. Esto es lo mejor, el deporte.
—¿Qué te dice tu hermano?
—Que siga por este camino. Que no me meta en bandas ni nada de eso.
—¿Es fácil evitarlo?
—Si pongo de mi parte, sí.
—¿Y estás poniendo?
—Sí, estoy poniendo, aunque vivo en un barrio duro... nada es imposible.
—¿Te invitaron a bandas?
—A veces, pero yo digo que no. Siempre. Es que nada de eso me gusta.
—Pero ahí llevas una cuchilla.
—No. Esa... era de él. Tengo que estar caminando en el barrio... dice restándole importancia.
Más tarde uno de sus compañeros dirá que en el barrio, si te ven mal parado en una esquina empiezan a maquinear, a tirar balas. Ahí el muchacho piensa ‘ah, yo voy a tirar balas también’, y así se vive en el barrio.
—¿Y los niños de 6, 9, 10 años... para ellos es fácil?
—Están chiquitos. Ellos juegan, como todo niño, de la casa para abajo y a la escuela y ya. No hay problema, nadie está en bandas ni nada de eso, todos tranquilos.
DE LA BALA A LA BOLA
Hijos de pandilleros, muchos de los chicos que juegan en la liga, repiten la consigna: ‘No meterme en maleantería, meterme en deporte’. Ambas alternativas accesibles y difíciles. Raramente sus padres asisten como público. Ellos han optado por ignorarles o alejarles de su propio futuro. Estar en la cancha es sentir esa ausencia, el caos de niños yendo y viniendo a su antojo.
La violencia ha acabado con muchos de sus amigos. Por eso a ellos les gusta participar y mantenerse libres de pandillas. En vez de tirar balas, agarrar un balón y meter goles.
‘Sólo se necesita un balón, una red y una liga en el barrio para apoyarlos, que no se sientan solos ni abandonados’, explica Jesús, que a diferencia del resto no se ha movido de su lugar en todo el partido. La estrella y esperanza del equipo. Si él ha podido, los demás también. ¿Por qué no?