Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
Crónica: Coronavirus, enemigo invisible en el Metrobús
- 17/03/2020 08:56
- 17/03/2020 08:56
Los rostros lúgubres adornan, como mariposas negras clavadas en la pared, el silencio de un sitio en el que nadie quiere estar en estos momentos: dentro de un Metrobús en plena crisis por la pandemia del nuevo coronavirus en Panamá.
Rostros de pánico inundan el transporte. Los cuerpos presentes no quieren estar, pero no les queda de otra: tienen que estar. Es lo que hay y, aunque el momento sea duro, toca resignarse y encomendarse.
"Si me toca, me toca. No tengo miedo. La vida es una y hay que seguir. Soy jubilado. Trabajé como oficial de cobros por 30 años y estoy preparado para lo que sea. El coronavirus es letal, pero la vida continúa", señaló, con voz tímida y un poco dubitativo, Ricardo Saldaña, un humilde jubilado, de 73 años de edad, que reside en Parque Lefevre.
Para una persona que supera el rango de los 65 años de edad, el riesgo de muerte por coronavirus es más que alto. Las razones: menos defensas, más complicaciones y, quizá, sin ese toque de suerte que, muchas veces, los más jóvenes no aprovechan.
"Todo es relativo. No está escrito en piedra que vaya a morir por mi simple edad. Sé que puedo morir y que corro más riesgos. Lo sé. ¿Quién hace mis mandados? ¿Mi esposa? ¿Mis tres hijos? ¿Mis nietos? Ellos tienen cosas que hacer. Puedo morir, pero también los más jóvenes pueden fallecer", expresó.
Como Don Ricardo, hay muchos panameños, de tercera edad, que, a pesar del peligro que supone salir en tiempos de pandemia, se buscan la vida en sus respectivos trabajos. Algunos jubilados y otros, no.
"Leo las noticias, pero me toca hacer mandados", aseguró el señor Saldaña, con la cabeza agachada, como quien pone su vida en una ruleta rusa, a sabiendas de que el costo puede ser caro.
Nadie mueve un dedo. Ninguna mirada resposa en otra. Suena una tos seca e, inmediatamente, se siente un estrés, como si la gente hablara solo con el cuerpo. Las gesticulaciones hacen notar un malestar general dentro del transporte, aunque no se escucha ni una sola voz de regaño, ni una voz que se levante ante la aglomeración.
"Me bajaré en Plaza Concordia (Vía España). Debo organizar algunas cosas del trabajo. Mi esposa está en casa cuidando a sus dos nietos varones", soltó Ricardo, casi sin mover los labios.
Disculpe. ¿Qué dijo?, preguntó este medio. "No tengo miedo. Sé que es un virus peligroso, pero la vida sigue", respondió.
El colectivo hace una parada en el Hospital San Fernando. El pitido, que indica que la puerta se abrirá para los que suben y para que los tengan que bajar del autobús, pone una alerta. 14 personas de la tercera edad (contadas por este rotativo) alumbran como soles el instante. El silencio es total. Nadie tiene la valentía de mirar al prójimo.
Es como un ambiente de guerra, pero sin armas. Cada pasajero fija su mirada en distintos puntos. Miran los vidrios, se enfocan en el piso, ven hacia el techo, pero nunca a otro a colega de viaje. Nunca a otro.
Mascarillas, casi con sentidos de vista y tacto, van y vienen. Empero, todo sigue frío, no se miran a los ojos... se observan las mascarillas y las manos para ver si llevan guantes.
"Las personas seguirán saliendo a la calle si el Gobierno no pone reglas más determinantes", disparó Juan Puga, un hombre de 43 años de edad, con una mascarilla puesta y un guante en la mano izquierda. Utiliza su mano derecha desnuda para tomar su celular y revisar los correos.
"Me ves aquí, pero tengo que comer. Tengo mucho miedo. Mucho. La situación está dura y se pondrá más complicada. Tengo miedo, pero qué comeré si no trabajo. Una cosa supera a la otra", indicó Puga.
A su izquierda, escuchando casi toda la conversación previa, está Belisario Tuñón, de 58 años de edad, quien soltó la siguiente frase con voz fuerte, robándose la mirada de los demás pasajeros: "Hijo, qué puedo hacer. Tengo diabetes, sufro del corazón y voy para mi trabajo. Estoy arriesgando mi vida. ¿Quién me dará comida y quién pagará mis deudas? Me toca seguir caminando y buscando mi pan".
Son panameños, sí. Son humanos, sí. Están conscientes de la gravedad del asunto; sin embargo, aún así, batallan contra el temor psicológico y la intimidación con la que se viste el COVID-19.
Llegó el turno de otro bus, llegó el momento de la partida. Saludos y un abrazo a todos, dijo este medio.. Sonó el runrún... nadie mira ni miró a nadie. Hubo miedo, y mucho...
Tristemente, nadie miró a nadie, pero el enemigo invisible sigue ahí.