Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 15/08/2011 02:00
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- ¿Qué quieres? - le preguntó el general Omar Torrijos a Manuel Escala cuando fue a visitarlo durante la huelga médica del 75, para negociar la condiciones en las que trabajaban los médicos residentes.
- Me han pedido que hable por los residentes, necesitamos un aumento para vivir en condiciones más justas- le respondió Manuel.
Este panameño de pura cepa, educado en escuela pública y en la Universidad de Panamá (UP), que logró negociar con Torrijos el aumento de los 280 dólares de salario de los médicos residentes, creía tanto en lo público que cuando le dio un infarto, el pasado 17 de febrero a los 67 años, pidió que lo llevaran a la Caja de Seguro Social (CSS). Tanto que, estando allí, curado del corazón, en cuidados post operatorios, cuando sus colegas le dijeron a sus hijos ‘saquen a su papá de aquí, saquen a su papá de aquí’, él, con toda la fuerza de espiritu que siempre lo caracterizó, incluso en los últimos días de vida, dijo: ‘no, aquí me quedo’. Manuel apostó al sistema de salud panameño y en ese momento su destino cambió.
Su caso no es común entre los profesionales que recurren a la medicina privada, aunque sean atendidos por los mismos médicos de la atención pública. Lo atestigua su esposa Lexa: ‘Todos nosotros sabemos que ninguno en particular cometería tal locura, pero Manuel, que amaba el Seguro Social de forma tan excepcional, fue consecuente con su creencia hasta el final’. Así murió.
PASIÓN Y VOCACIÓN
La vocación de servir y ayudar a la gente hacía que el corazón de este hombre noble, de mirada profunda y gran sentido del humor, se inclinara por la profesión que condena a vivir o a morir, tratando de mover la balanza hacia la vida. Por eso decidió ser galeno desde muy joven. Estudió pediatría y en esa época otra causa lo sedujo: Lexa. Hermosa chitreana que hoy lo recuerda como el esposo amante y padre modelo, compañero inigualable de afectos serenos y profundos que gozaba como nadie colaborar con las causas sociales y enseñar a otros, incluyendo a sus tres hijos, que se puede construir un mundo más equitativo.
Por eso, cuando fue subdirector del sistema nacional de salud propuso los turnos médicos, horarios fraccionados por los que todos los desempleados tuvieron trabajo y los sobresaturados descansaron. Y cuando fue director regional de salud trabajó con los indígenas de Chiriquí y viajaba a Bocas del Toro para atender a los de la comarca ngöbe, sin importar horarios ni calendarios. Él se entregaba a la gente. Por eso su estela aún brilla. ‘aunque nunca fue mi jefe directo, se convirtió en un maestro para mi y todos los médicos de este lugar. En medio de esta crisis de la salud servirían mucho sus propuestas y consejos’, dice Leopoldo Franco, pediatra del Hospital Regional de Changuinola.
Y mientras en Changuinola la gente lo recuerda por su trabajo con la comunidad y luchas por un trato más equitativo con los pacientes, por los pasillos de la Facultad de Medicina de la UP, donde enseñaba desde 1993, se escuchan las voces de los estudiantes diciendo: ‘más que un docente era un amigo, con él si daban ganas de estudiar’.
ASÍ ERA MANUEL
Este hombre que tenía una sonrisa, una mano, un saludo para todos, ‘era un ser maravilloso que reunía la inteligencia, el análisis, la creatividad, la sencillez, mezclados con la dosis justa de sentido del humor’, recuerda su colega Pedro Matiz, profesor de salud de la UP.
Siendo residente, el doctor Baby Vásquez, su jefe del momento, le dijo: ‘Manuel, te voy a mandar algunos pacientes nocturnos, eso te dará una entrada extra’. Él aceptó. En aquella época hacia falta el dinero. ‘Estábamos atravesando una situación durísima, yo no trabajaba porque ya teníamos a Manuelito y en las consultas nocturnas Manuel ganaría 15 dólares. Ese trabajo nos caía como anillo al dedo’. Pero Manuel no podía luchar con su esencia social. ‘Una noche atendió a una señora de pocos recursos, ella le dijo: -¡ay! doctor eso está muy caro, yo no sabía cuánto costaba y no tengo tanto-. Cuando llegó a la casa y le pregunté cómo le fue, él me contó la historia y concluyó diciendo: -no, pobrecita, yo cómo le voy a cobrar-. No era la primera vez, ni la única que eso pasaba, entonces yo preocupada le dije: -ven acá, ¿tu es que estás loco? ¿Vas a seguir regalando tu trabajo? porque es sorprendente Manuel Ángel’, recuerda Lexa, sentada frente a la piscina donde nadaban todas las tardes, mientras las sonrisas de la memoria se desvanecen con las lágrimas: ‘Ese era mi esposo’. Concluye.
FE CIEGA
Con la templanza que toda la vida lo caracterizó, ese 15 de febrero, después de nadar, Manuel le dijo a Lexa: ‘Tengo una picada. Llévame hasta el apartamento’. Subieron, él se tomó la presión y el diagnóstico confirmó sus sospechas: cardiopatía. Pidió que lo trasladaran al seguro. Cuando llegaron, entró al cuarto de urgencias y allí se desvaneció, entregando su vida en manos del sistema en el que siempre creyó ¡Qué terrible error!
‘La CSS atraviesa por una demanda de pacientes cada vez mayor y una incapacidad operativa que vuelve más vulnerables a los enfermos’, dice Matiz.
El doctor Manuel Escala, que creía como nadie el seguro, se convirtió en otra de las víctimas del caos por el que atraviesa ahora la salud pública. Con él no hubo negligencia, tuvo los mejores médicos a su lado, pero las condiciones dentro de la sala de cuidados intensivos repercutieron en su salud.
A sus 67 años, cuando el ritmo de las luchas sociales por construir un sistema justo y equilibrado había bajado y Manuel se dedicaba a enseñar en la universidad, a jugar con sus nietos, a participar en la junta directiva de su edificio, a asistir a los conciertos de su hijo y tararear su canción favorita: Ojalá que nunca, la utopía marcó de nuevo su camino, como aquella tarde que fue a hablar con Torrijos. Entró a la CSS por un infarto y murió por un shok séptico, peritonitis.
-¡Ojalá pudiera devolver el tiempo!-, piensa Lexa.
Todos los días lamenta la decisión tomada en un momento de desconocimiento y con cierta ingenuidad. ‘Cuando los médicos amigos le decían a mis hijos -saquen a su papá de aquí- no imaginábamos que la situación del Seguro era tan grave’.
Lo que ocurre ahora con las 71 personas afectadas por la bacteria KPC está ligado a lo que le sucedió a Manuel. ‘Y nadie sabía nada’. Saénz Llorens, director de la CSS, explica de forma muy sencilla este fenómeno que hoy tiene a 24 familias llorando sus muertos y a las otras rezando: ‘Ellos de todas formas iban a morir, en los hospitales pasa eso’.