La Ciudad de Saber conmemoró su vigésimo quinto aniversario de fundación con una siembra de banderas en el área de Clayton.
- 06/03/2020 00:00
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Recuerdo muy bien que a finales de la década de 1950 y entrando a la de 1960, caminaba con mis padres los domingos hasta la playa Bella Vista o Miramar, nombre del colegio que operaba en el preciso lugar que ahora ocupa el hotel Intercontinental, en la avenida Balboa.
Era una delicia tener este paraíso tan cercano a la ciudad porque vivíamos en las inmediaciones del barrio del Marañón, y llegábamos a ella charlando para bañarnos en sus aguas, flotar en un tubo de llanta de camión entre sus olas y gozar de la brisa tropical.
Eran otros tiempos. Tiempos sencillos, sin lujos ni artificios, pero sí de unidad familiar, respeto a los mayores, a los niños y ancianos. Mientras devorábamos el muro, una recta de un kilómetro y medio, veíamos ancianos y jóvenes que, sedal en manos, trataban de atrapar una guabina aprovechando la pleamar.
La avenida Balboa solo llegaba hasta el sitio actual del citado hotel. Hacia el este, solo el límite de la playa; y en lugar de calle, solo pasto y potreros para ganado. Nada de Marbella ni Paitilla. Lo más cercano era el legendario parque Urracá, con sus árboles centenarios y bancas solitarias, sitio predilecto de jubilados y aburridos, y de raras parejas de enamorados.
Recuerdo que para bañarnos en la playa era importante saber a qué hora subía la marea; de lo contrario la lama, aquel pegajoso fango, propio de la costa pacífica, aparecía bajo nuestros pies. Era el reflujo marino que con sus olas se llevaba la arena inexorablemente y había que abandonar de prisa el balneario.
Sin embargo, sus aguas eran limpias, sin desperdicios flotantes y sin un mal olor desesperante. Era tal que muchos resfríos se curaron y la “tos de perro” se aliviaba zambulléndose entre sus olas. Y aunque el viejo Matasnillo vertía sus aguas en la histórica bahía, su caudal no reflejaba la contaminación que hoy genera la explosión urbana.
Mis padres me contaron que antes de la construcción del malecón, para dar cabida a la avenida Balboa, a mediados de los años 40, la playa se prolongaba muchos metros tierra adentro. La ciudad le robó ese espacio al mar y las olas, en protesta, reventaban contra el muro con dureza en reclamo del espacio acaparado. Una vez concluido el malecón, el mar quedó confinado desde el actual Mercado de Marisco hasta la Contraloría General.
Luego de que el candidato perredista José Luis Fábrega ganara la Alcaldía de Panamá, en mayo de 2019, anunció su intención de rescatar las playas de Calidonia y Bella Vista porque ello impulsaría el turismo y el país mejoraría las inversiones municipales y la movilidad social; los capitalinos “ya no daríamos más la espalda” a un atractivo tan bello como nuestra bahía.
Precisó que su iniciativa tendría una extensión de 1.8 kilómetros, y un costo de $120 millones. La obra se realizaría en 36 meses del presente quinquenio, con fondos municipales, y se lograría con rellenos de cientos de toneladas de arena.
Si bien advirtió que una vez completado el relleno las familias capitalinas y turistas no podrían bañarse de inmediato en sus aguas, aseguró que podrían gozar de baños de sol y deleitarse con refrescos y picadas, jugar voleibol y pasar un rato ameno, disfrutar de la brisa marina bajo coloridos parasoles. Esto sin contar los paseos en los andadores o irse de compras a las tiendas que se erigirían a lo largo de sus camellones.
Consciente de que para ello requeriría en primer lugar concretar la limpieza y seguridad de la bahía, convocó a licitación el obligado estudio de impacto ambiental (EIA), para sustentar la viabilidad del proyecto. A la fecha, este requisito sigue su marcha, pero ya el burgomaestre ha dispuesto consultar a medio millón de habitantes, en un céntrico hotel, donde los que acudan solo tendrán que levantar la mano para expresarle su apoyo.
Días antes, el Tribunal Electoral había “toreado” sus intenciones de involucrarlo con una votación de los residentes del distrito de Panamá, y no le quedó más remedio que recurrir a una consulta hotelera, basado en la Ley de Descentralización Municipal.
Pero el burgomaestre Fábrega, como ha pedido que lo llamen, se asesoró y designó al arquitecto Tomás Sosa para guiar y defender su proyecto. Explicaron que Panamá no iniciaría una aventura sin fundamento. El proyecto panameño se reflejaría en las exitosas playas rescatadas de la basura y el detritus por sus municipios, como lo han hecho La Barceloneta, en España; Flamingo y Copacabana, en Brasil, Miami Beach, en Estados Unidos, y otras.
Con mucha seguridad, respaldado por el director Sosa, el alcalde planteó que Panamá no se quedaría atrás y volveríamos a contar con nuestro balneario como en las décadas de 1950 y 1960.
De fuentes del programa de saneamiento de la ciudad y la bahía hemos sabido que ello no se materializaría, siempre y cuando el plan de saneamiento de Panamá y la bahía cumplieran con éxito sus metas. Sin embargo, los técnicos de este programa, que ya ha completado el 95%, pues empezaron en 2006, aún no lo concluyen.
La necesidad de prolongarlo para darle seguimiento al tratamiento de las aguas residuales que siguen vertiéndose de manera inmisericorde en los ríos y quebradas capitalinos para caer en la sufrida bahía, sigue siendo una prioridad.
Tras el anuncio del rescate playero, varios grupos ambientalistas han comparado la intención del alcalde con el error de colocar la carreta por delante de los bueyes. Abrió la caja de Pandora y salieron a flote muchos obstáculos que chocarían con su iniciativa.
Entre ellos, los cambios geográficos que alteraron la costa pacífica como fue la ampliación de la calzada de Amador, lo que influyó en el flujo y reflujo natural de la marea; la creación de las cintas costeras 1, 2 y 3 que también robaron espacio al mar, afectando las mareas que ya no pudieron barrer el detritus y las aguas negras vertidas durante años por los ríos que desembocan en la bahía. ¿Y por qué dejar fuera el impacto causado por el corredor sur y el relleno de Punta Pacífica?
Y aunque Fábrega apuesta a que las miles de toneladas de arena que se traerán para tapizar el kilómetro y medio de playa, entre el Mercado del Marisco y la Contraloría, sepultarán la lama llena de heces y E. coli, es incierto que ello ocurra a mediano plazo. Ello equivaldría a comprometer a los próximos gobiernos a darle ese mantenimiento arenero, costoso por millonario, algo que se duda quieran asumir sus sucesores alcaldicios.
En junio de 2019, Sergio Campos, economista y jefe de la división de Aguas y Saneamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en una visita a esta ciudad destacó la importancia que da esa institución al saneamiento urbano y de la bahía. Reveló que para ese proyecto el BID estaba destinando $600 millones y que era uno de los principales desafíos de Panamá para mejorar su desarrollo social y económico en la región.
Pero el saneamiento de nuestra ciudad, y por ende, de nuestra hermosa bahía, no solo depende de los gobiernos, pues pese a que el programa de saneamiento dirigido a ello, ya supera los mil millones de dólares invertidos desde distintas fuentes internacionales, BID, Japón, Europa, y otros, el principal factor es el cultural, lograr que los residentes, industrias y comercios de la ciudad dejen de arrojar la basura y aguas servidas en ríos y quebradas.
El año pasado escuchamos al investigador y ambientalista del Instituto Smithsonian, Stanley Heckadon, referirse al tema. Expresó su desconfianza en el éxito del proyecto. Su argumento fue una advertencia: de qué valdría el rescate de esas playas, si la contaminación de aguas negras sigue perenne, toda vez que los ríos siguen llevando aguas residuales, industriales y basura a la costa. Sería como echar monedas en un bolsillo roto.
Su tesis es que primero debía empezarse a controlar el vertido de basura y aguas residuales en ríos como el Matasnillo, Río Abajo, Juan Díaz, Matías Hernández, Chilibre y Chilibrillo, y filtrar sus caudales en plantas de tratamiento antes de procederse a sanear las playas.
Imagínese usted, amigo lector, que ya en 1986 un informe sanitario precisó que el 70% de la población de la ciudad de Panamá tenía conexión de alcantarillado o sistema independiente para descargar sus aguas servidas en ríos y quebradas. Como era de esperarse, todo ese caudal de afluentes iba a parar a la bahía.
En esa época, las acumulaciones de basura que no eran recogidas por falta de camiones y personal en calles, avenidas y barriadas, promediaba unas 250 toneladas diarias. Estos desechos mal manejados también iban a parar a ríos y quebradas, y de allí a la bahía.
Con todo este cargamento infernal de desperdicios, heces, aguas residuales de industrias, ganadería y orgánicos no podía esperarse que la bahía exhalara perfume de rosas.
Pero meses más tarde el investigador Heckadon dejó de ser tan pesimista. Estimó que el proyecto playero del alcalde Fábrega era “técnicamente viable” por cuanto el plan de saneamiento de la ciudad y la bahía estaban cumpliendo su cometido. Es decir, se estaba saneando el caudal de algunos ríos que desembocan en la bahía, lo que es esencial para descontaminarla.
Otra voz que dio su espaldarazo al funcionario fue la de Tatiana De Janón, exdirectora del Programa de Saneamiento. Para ella, si el rescate playero coordinaba sus acciones con el saneamiento de la ciudad capital, el proyecto sería factible porque las acciones del plan de saneamiento urbano, que ha logrado un 95% de avance, están reflejando logros positivos.
Hace poco vimos en la televisión al expresidente Arístides Royo expresarse en un Consejo de Gabinete, contra el proyecto playero del alcalde Fábrega. Royo planteó su desacuerdo aduciendo la existencia de otras prioridades urbanas y sociales.
Opinó que teníamos muy cerca la playa de Veracruz, a la cual siguen concurriendo los fines de semana muchos capitalinos, y que podría ser objeto de adecuaciones promovidas por una cooperación entre los municipios de Panamá y Arraiján, acción que brindaría un espacio de recreo y sano esparcimiento familiar a los usuarios de ambos distritos.
Pero el rechazo al proyecto fue in crescendo. De pronto y con el nuevo año surgieron las voces de grupos cívicos, gremios profesionales, ambientales, y hasta políticos que cuestionan las intenciones. Ante su premura por realizar la consulta hotelera, excandidatos independientes, grupos civilistas, la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos, el Centro de Incidencia Ambiental, Ancón, y otros no menos importantes, han alzado su voz. Algunos insisten en que se someta a un referendo si el proyecto debe ir o posponerse ante otras importantes necesidades. En síntesis, el alcalde capitalino José Luis Fábrega no las tiene todas consigo, no solo por este ambicioso proyecto, sino por su explosiva personalidad que no es del agrado de algunos. No solo en medios escritos y televisivos, sino en las redes sociales se cuestionan sus ideas, al grado de plantear que sus veladas intenciones son las de armar un trampolín político para acaparar la próxima candidatura en las primarias del partido oficial y competir por el solio presidencial en mayo de 2024.