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Año Nuevo en la Modelo
- 31/12/2022 00:00
- 31/12/2022 00:00
El Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia escribió un breve diario que fue publicado después de su fallecimiento. En él recogió algunas de las experiencias vividas durante su permanencia en la cárcel Modelo desde el 13 de diciembre de 1968 hasta el 12 de marzo de 1969.
Hoy es el último día de 1968. Se presume que saldrán otros detenidos en el transcurso del día. La misma ansiedad del 24 en la noche, comienza a sentar sus reales en el espíritu de todos los presos políticos. He decidido no salir de mi celda hasta la noche y pasar el día leyendo y escribiendo. Un día grávido. Totalmente denso. Este año ha sido cruel con mi patria. Se culminó la quiebra institucional. Un largo proceso degenerativo hizo crisis, como jinetes de salvación los mismos militares autores, cómplices y encubridores de todos los actos y de todas las omisiones que crearon esa misma crisis. El odio ancestral a Arnulfo Arias ha hecho que muchos hombres públicos se hayan cegado tanto, hasta el punto de reeditar el pasaje de la Biblia en el que demoledoramente se exclamó: “Muera Sansón con todos los filisteos”. Ahora dijeron: “Muera Arnulfo con todas las instituciones”.
Es que ignoraron que un país sin instituciones deja de serlo, para convertirse en cárcel o en mercados de conciencia. Acabaron transitoriamente con Arnulfo Arias, pero al acabar con él, acabaron instituciones, y al acabar con las instituciones, acabaron con todo, incluso con ellos mismos.
Dios ciega a quienes quieren perder, y los civiles que participaron en el cuartelazo, los que dieron sus nombres vírgenes de crítica pública, por inéditos, o los que tenían algún prestigio, pero escondían un oportunismo morboso, quedarán por siempre herrados, con duro fierro. Porque las crisis institucionales del país no las superaba un burdo golpe militar, de insatisfechos, sino una revolución ideológica o un proceso de profundo contenido transformador en el seno pacífico de la sociedad.
Este año de 1968 también han soplado sus vientos helados sobre amigos, llevándoselos de en medio de nosotros. La figura ácida y vertical de Manuel María Valdés, la presencia vital de Manuel F. Zárate, todo canto y amor por su patria; la diminuta y jovial expresión de Carlos Guevara, juez y amigo, la personalidad penetrante, díscola, pero amorosa de José María Guardia Ruiz, la taciturna y tranquila vida de Horacio Lombardo, la dicharachera y amable humanidad de Julián Tejeira, estos, y muchos otros, los arrancó 1968 de un cuajo y de raíz de la tierra para convertirlos en polvo y en recuerdos.
Instintivamente paso mi mano sobre mi cabeza, abrumado de nostalgias, y del casillero de la memoria saco las tarjetas de cada uno de estos muertos y repaso episodios vitales, que conviví junto a ellos o que simplemente los tenía grabados, por dignos de ser grabados.
En la mañana volvió a la celda hospital el padre Pérez Herrera. Lo veo muy afectado. En la noche hablaré con él. Esta noche es Año Nuevo. Solicitaré permiso para pasar la noche con los presos comunes.
Ha llegado la noche. Únicamente han dado libertad a Jorge Prosperi. Al salir de la celda quiso ensayar un discurso de despedida. Cuando ya iba a decir cuatro palabras contra sus carceleros, alguien le gritó: ¡Cállate y vete!
Fundamentalmente nervioso, apasionado y tropical, Prosperi casi pasa el Año Nuevo en la cárcel. La alegría de sentirse libre luego de un largo cautiverio produce reacciones muy diversas, según el temperamento del libertado. En Prosperi, hombre nervioso, el anuncio de su libertad le produjo tal excitación y tal pena por dejar a sus compañeros, que la arenga que quedó trunca tenía todas las trazas de ser un llamado a las armas.
Son pasadas las 10:00 de la noche y me encuentro instalado en la celda-hospital, con algunos presos políticos y con algunos comunes. Aquí me encontrará la primera hora de 1969.
Nos asomamos a la ventana y vemos un gran movimiento en las calles y en las casas. Cada hombre vive su mundo. El libre, su frivolidad o su responsabilidad. El preso, su propia desgracia. Pero el libre, el que pasa frente a la cárcel, no tiene para el preso ni una sola mirada. Y los moradores de los multifamiliares que se ubican junto al cuartel, viven sin ninguna consideración ni por el panteón de los muertos, que les queda al lado, ni por el panteón de los vivos (la cárcel), que les queda al frente.
Esta noche es Año Nuevo y los libres preparan su gran noche, y también los libres vecinos del cuartel.
Faltando pocos instantes para las 12:00, suspendemos el juego de dominó. Jugábamos Cubillas, Lombana, Mon y yo. Suena la algarabía en la calle. Las bocinas, las sirenas, los gritos. ¡Son las 12:00! Pero, las 12:00, ¿y qué?
Ven, me digo a mí mismo. Asómate a la ventana, y mira como si fuera una película, como si fueras un espectador, como si estuvieras soñando. Ven a ver cómo ve el hombre al mundo desde una cárcel una noche de Año Nuevo. Ven a ver, ven a ver la película del año.
Me acerco a la ventana y veo al padre Pérez Herrera agarrando fuertemente los barrotes. Una lágrima surca su mejilla y a título de explicación me dice: –Pienso en mis hermanas. Es la primera vez que paso un Año Nuevo sin ella, y ellas sin mí–. Se refiere a su madre, fallecida recientemente.
Les doy mis abrazos y mis parabienes a todos. Las galerías retumban en gritos muy nítidos: ¡Viva Arnulfo Arias! De la galería 41, surge mi nombre: ¡Viva el Dr. Zúñiga! Los comunistas gritan por su partido. Los arnulfistas por el suyo.
Retorno a la ventana y la alegría impera en todos los hogares. Los niños de ahora, como cuando era niño, salen a las calles, tumban tinacos, amarran latas en las colas de los gatos, y veían todo esto, y recordaba todo, que era lo mismo. Levanté mi mirada alta, muy alta, y brindé por los míos: ¡Salud! ¡Felicidades!
Bien sabía que, en ese instante, en mi hogar y en los hogares de todos los presos, se vivía un duro momento. Pero yo había preparado a los míos. Les había mandado una carta pidiéndoles, entre otras cosas, que a las 12:00, en el mismo instante en que yo decía en la cárcel ¡Salud! ¡Felicidades!, ellos debían decir en la casa, todos juntos al recuerdo, ¡Salud! ¡Felicidades!, con una mirada muy alta, la propia de quienes no tenemos manchas en el alma.
Miércoles 1 de enero
Muy cerca de la 1:00 de la mañana se fue perdiendo toda esperanza, entre los reclusos, de recobrar la libertad. De pronto, sin embargo, sonó el teléfono de la Enfermería y todos quedamos pendientes. La voz del Guardia surge imperativa: –¡El padre Pérez Herrera, con todo!–
Esta vez sí era su libertad. Muy grande fue su alegría. Se despidió de todos los compañeros y al instante, otra vez el teléfono. El guardia ocupa nuevamente su papel: –¡Marco Pérez Herrera, con todo!–
Son los parientes del comandante Torrijos. Luego supimos que estas llamadas las hacía el referido comandante desde la residencia de un familiar común de los detenidos Pérez Herrera y de Torrijos Herrera. Allí se encontraba festejando el advenimiento del Nuevo Año y seguramente la presión familiar fue ablandando el corazón del jefe militar.
Todos quedamos pendientes del teléfono para ver quién sería el próximo escogido; unos 45 minutos después, el teléfono volvió a sonar y el guardia, con no disimulado entusiasmo, recibió el mensaje y lo repitió voz en cuello: –¡Chivo Sanjur, con todo!–
El Chivo Sanjur, un entusiasta panameñista no tuvo la ocurrencia de recoger sus bártulos, y no bien el guardia había abierto la puerta cuando ya el Chivo, en franco honor al sobrenombre, brincaba escalera abajo. El teléfono no volvió a sonar y bien entrada la madrugada comenzamos a conciliar el sueño.
Hoy es 1 de enero. Para mi tiene una significación especial. Hoy cumplo 43 años. Es la primera vez que paso un aniversario en la cárcel. Mi último cumpleaños lo pasé muy feliz, porque habíamos acabado de aprobar el presupuesto nacional y había logrado aumentar la partida de la Universidad en $680 mil en efectivo y $200 mil en bonos para completar la suma necesaria para la construcción del edificio de la Facultad de Derecho. En la legislatura anterior había logrado medio millón de dólares para esa obra. Era mi gran obra como profesor de esa facultad. Ahora, un año después era víctima del derecho escarnecido.
Mi esposa y mis hijos me enviaron unas tarjetas de felicitación y algunos regalos. Todos mis hijos y sobrinos se hicieron presentes y desde el frente de la cárcel me cantaron el “cumpleaños feliz” al estilo de Rogelio Sinán. Desde luego, cuando estaban en lo mejor del lindo espectáculo, un guardia se hizo presente, pero no logró callarlos.
El hecho sirvió para que todos los presos se enteraran de mi cumpleaños y comenzaron a felicitarme con gran afecto. Seguramente me creían con la “moral baja” y se mostraron más comunicativos y solidarios. Me enviaron frutas, alimentos, y la coincidencia de encontrarme preso el día de mi cumpleaños, el primer día de enero lo pasé entre palabras y sonrisas amables de todos los detenidos.
El Año Nuevo tiene una trascendencia menos espiritual que la Navidad. El día de Navidad el hombre es más sentimental, como que se trata de una fiesta eminentemente familiar y de hogar. Pero el Año Nuevo deja de ser de hogar y familiar, tiene más de mundano, de jolgorio. De suerte que el día de hoy ni la noche de ayer, 31, ha tenido el impacto psicológico del 24 de diciembre. Además, ya se llega el 1 con la experiencia del 24 y uno como que pone a funcionar mejor los mecanismos de defensa. Lo esencial para estos casos es dejarse convencer de argumentos del rango de las “uvas verdes”, y pasar esos instantes o desconectado de los recuerdos familiares o conectado a ellos autoconvenciéndose de que nada se puede hacer distinto a comer las 12 uvas solo, o a almorzar solo, o a escuchar los coros de salutación desde lejos. En otras palabras, la resignación debe surgir no espontánea, sino dirigida. Llegar a la resignación tras un proceso de voluntad donde juega un papel básico el concepto que se tenga de la dignidad personal, de lo varonil y también de la miseria humana de los carceleros. Esa resignación resulta entonces cívica, altiva, mientras que, si llegara espontánea como que el preso resulta triste, digno de piedad.
En la cárcel el carácter se torna seco y no se admite la mínima debilidad. Los presos no gustan ni del preso llorón ni de los familiares que traen llantos a la cárcel. En la cárcel sí se puede hacer de tripas corazón y todos aplauden ese cambio de vísceras. Así las cosas, hoy día de mi cumpleaños, lo he pasado realmente feliz y todo gracias a mi proceso de racionalización a tono con las normas de la psicología. Hice mis mejores bromas y brindé, con la pura agua, por un nuevo año y por un año más.
En la tarde escuchamos de pronto un fuerte murmullo que salía de la celda 41. Nuevamente se abrían las puertas y entraban los hermanos Pérez Herrera. Al pasar junto a mí, el padre me dice: –Me urge hablar con Ud. Venga a la celda-hospital.
En la primera oportunidad salgo de mi cuarto y entro en contacto con el padre. Me relata en detalle cuanto le ha ocurrido. Una vez en su hogar en las primeras horas de la mañana de hoy, el comandante Torrijos los regresó al cuartel. El jefe del Estado Mayor Boris Martínez, al enterarse de que los Pérez Herrera habían sido puestos en libertad por el comandante, ordenó la captura de los dos inmediatamente. Y también la del Chivo Sanjur.
–Se trata de un confrontamiento. De un reto– me dice Pérez Herrera que le dijo Torrijos. –Yo ahora no estoy en capacidad de hacerle frente al reto. Si tú no regresas al cuartel o te exilias, soy destituido por Boris (Martínez), quien con su actitud me indica que se sabe más fuerte que yo y que desea medir fuerzas. Ahora, yo no puedo. Me vence.
Yo aproveché, me agregó Pérez Herrera, para decirle que no iba a ser la causa de su caída. Ni sobre mi va a recaer el reproche de la familia por tal caída. Pero le advertí que si él no dejaba la vida de tragos y de frivolidades que le caracterizaba, y más desde que se consolidó el golpe del 11 de octubre, Boris lo tumbaría.
Si las cosas son así, se confirma lo que venimos observando es este cuartel, donde, según parece, los mandos responden a Boris, aun cuando se dice que el C. Ayala es de Torrijos. En todo caso, lo ocurrido al padre Carlos y a Marco indica que el reto está planteado entre los dos militares y el desenlace lo determinará el más astuto para aprovechar el mejor momento.
Le indagó por la causa de mi prolongado arresto y se limitó a contestar que yo organizaba dos huelgas: una en las bananeras y otra en la universidad, y que por medidas de seguridad permanecería en la cárcel. Al menos hoy, 1 de enero, de modo indirecto he llegado a saber la causa de mi detención. Soy un hombre peligroso para la junta militar.