Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 24/05/2015 02:00
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La amistad que, entrañablemente, me une a ‘Chinchorro' viene desde antes que naciera. Yo, por supuesto, porque con su característico ingenio sirvió de cupido a mis padres. Al pasar de los años, lo seguí en sus quehaceres y lo admiré como a un hermano mayor, porque su padre era uno de mis tíos favoritos y su madre era mi madrina.
Ya con el diploma de bachiller lasallista en la mano, me acerqué a su oficina del Chase National Bank en Catedral para comentarle que viajaría a estudiar en los Estados Unidos. ‘Aprovecha estos días que te quedan para reforzar tu inglés en el Junior College de Balboa, a mí me sirvió bastante', me aconsejó, y así lo hice.
A mi regreso temporal, derrotados dos veces mis bien encaminados planes de estudio por la política partidarista, nos acercamos más, al calor de la sangre inquieta que nos legaron antepasados españoles de La Pintada, cerca de Penonomé.
Despertaba en él la vena política del Frente Patriótico, y en nuestros viajes frecuentes al interior, ya sea para asistir a una feria, a un tambor de orden en Penonomé, o a algún encuentro con los organizadores del partido juvenil, en los que, sin inscribirme ni participar activamente, trabé amistad inolvidable con César Quintero, ‘Dicky' Bermúdez, Jorge Illueca, Rodrigo Arosemena, entre otros, nos estrechamos más. ‘Dios los cría y el diablo los junta', hubiera dicho la abuela.
Un día — terminaba yo entonces con mi compromiso de trabajo de agrónomo en el Gobierno por igual período de beca—, me llamó Chinchorro para decirme que el Gerente del Chase quería hablar conmigo. Se inició así mi carrera bancaria, y una más estrecha relación con mi ‘cuate'. De allí en adelante incursionamos juntos en interesantes actividades del agro, de la banca, del Gobierno, de los ejecutivos de empresa.
La trascendente iniciativa del banquero visionario, Gerente General del Chase en Panamá, Don Edward Healy, planteada en brillante conferencia en la Universidad de Panamá en junio de 1951, y que dio inicio a la incursión de la banca extranjera en el interior del país y a su estrecha relación con el agro, dependió en mucho del entusiasmo y apoyo efectivo de Chinchorro.
En la exitosa ejecución de ese programa, que fue orgullo de David Rockefeller y merecedor de exportarse a varios países, conjugamos esfuerzos por muchos años con Chinchorro, una pléyade de técnicos, algunos de los que aún siguen dejando huellas positivas en el acontecer nacional.
Desde las toldas oficiales, por casi cinco años, de 1989 a 1994. la Contraloría y el Banco Nacional cerraron filas contra la corrupción y la ineficiencia. No siempre estuvimos de acuerdo, pero siempre se impuso la sensatez y el interés general.
En los ejecutivos de empresa, la voz y la intención de servir se fortalecen a dúo.
Por todo esto, me resulta gratísima su invitación, que al mismo tiempo me honra, para participar en este acto de presentación de su nuevo libro.
Y digo su nuevo libro, porque esta no es la primera ni única obra en la que expone su pensamiento, su acción y su vasta experiencia en el amplio y complejo campo de la economía y de la administración; pero sí la primera en la que nos permite conocer y discurrir, como debe ser, sobre el orgullo que siente de sus orígenes, de su evolución como hombre honesto y formal, como ciudadano comprometido con el progreso y bienestar del país, como político de altos propósitos y miras, como franco luchador de causas enaltecedoras, como entusiasta gestor de proyectos comunales.
De las páginas de El ayer está presente brotan, no sólo su inimitable personalidad y su actividad incansable, sino que se revelan también, de manera incontrastable, la estirpe de su vocación docente y su devoción por la historia, como faro, como émulo, como prevención.
En este momento, por afecto y por respeto, como componente esencial de las raíces de Chinchorro, no puedo dejar de recordar la vida meritoria de Don Rubén, del patriarcal tío Rubén, educador, ministro, de los que tenían siempre los pantalones bien puestos, embajador, político de mano firme y ancho corazón, amigo afable y leal, autor de decenas de obras, desde Quiero Aprender (con el que no sé cuántos panameños aprendimos a leer, y recibir al mismo tiempo la sana y elemental infusión de principios y valores, tan lejos hoy del común acontecer de la educación nacional, y que distinguían al maestro Rubén como modelo que había que imitar); hasta Victoriano Lorenzo, el Guerrillero de la Tierra de los Cholos , Horror y Paz en el Istmo, Homenaje a la Ciudad Centenaria de Colón , y muchos otros.
En la Biblioteca Nacional se cuentan ciento veintisiete ejemplares de sus muchos testimonios.
Esa es la cepa de que hablo, y que Chinchorro, el ministro, ha honrado en Memorias que son cual textos o tratados de administración de funciones públicas desempeñadas con la debida dedicación y transparencia, para encender en el funcionario público el celo y el civismo que corresponde a todo buen panameño.
No es pues este, que se presenta esta noche, el primer y único compendio del Profesor Carles. Hay que buscar en los olvidados archivos de los Ministerios de Hacienda y Tesoro, de Desarrollo Agropecuario, de la Contraloría General de la República, los faros que han guiado esas naves a través de aguas, con frecuencia turbulentas, en manos dedicadas, expertas y bien intencionadas.
Las Universidades deberían extraer de esos anaqueles polvorientos las prácticas lecciones profesionales que contienen esos legados, que la tecnología no ha podido sustituir, porque son parte de la naturaleza humana.
Por eso duele y mortifica que los pueblos, en la incesante y frustrada búsqueda de su propio bienestar, no sepan o no quieran descubrir y apoyar el talento y la disposición para servir sus urgentes necesidades con disciplina, eficiencia y honestidad, aunque la acción de los selectos escogidos incomoden como un remedio, por eficaz indispensable, ni tengan la malicia, ni la voluntad, ni la perspicacia para percibir la solidaridad y el desprendimiento que ofrecen buenos panameños en su afán por engrandecer al país, indudablemente, por el camino de seguros sacrificios, porque su interés es el de la comunidad.
El ayer está presente apronta su vehemencia en el relato al referirse a los veintiún años de dictadura militar que Chinchorro, junto con muchos otros, junto a casi todos los panameños en diversas formas e intensidad, sufrió en carne viva. Sus sentimientos, envueltos en firmeza de convicción, en estoica resignación, en propósitos inclaudicables, sin dejos de venganza ni amargura. Sólo el dolor de estar lejos de lo que se quiere, de estar privado de una libertad que es parte de sus derechos inalienables y de su naturaleza integral.
Nunca me acerqué a Omar Torrijos en solicitud de nada, ni como empresa bancaria, ni como funcionario de la misma, ni por motivos personales. Pero, en la primera ausencia de Chinchorro, basado en la pública apelación del Comandante para el retorno de talentos exiliados dispersos, en mi condición de Gerente del Chase, previa consulta con la Institución y la familia, reclamé su presencia. Tras meses de espera, sin instancias, ni negociación, ni condiciones de ninguna clase, porque el derecho no se implora, se exige, fui a buscar a Chinchorro al aeropuerto. Tras su segundo exilio, porque el Profesor es inquieto e irreductible, sus amigos del Chase constituyeron una red de apoyo ( Panamá, Caracas, Miami, New York) para ofrecerle una segura y productiva estadía en Tegucigalpa, como él, con emoción, relata en el libro que hoy presenta, llena de satisfacción por la cálida acogida a todos los niveles, por los aportes valiosos a la banca, a la cátedra, a la empresa centroamericana, y sobre todo, por el cultivo de la rosa blanca de la amistad, sincera, entrañable, fraternal, que, sin borrar la tristeza de la ausencia, amplió sus horizontes de utilidad y de afecto legítimos.
Esta es la noche, el momento de Chinchorro para revivir en sus recuerdos las alegrías y las penas que conjuga toda vida intensa, todo sano deseo de servir. No detrás como arrimo ni como sombra acogedora ni como aliento refrescante, sino como fuerza determinante, como apoyo incondicional, como celosa e inspiradora compañera, ha estado Querube, siempre a su lado, fina, inteligente, incansable y leal.
‘Lucho, hay que escribir —me insta, siempre, Chinchorro—. Hay que dejar claros los acontecimientos, el comportamiento de los hombres públicos, para que los jóvenes conozcan la historia de su país; para que puedan discernir lo acontecido, para que la malicia no los confunda, para que podamos todos vivir con transparencia y con orgullo—.
Y por ello me hace volver a los últimos días aciagos de la dictadura, y especialmente a un ensayo de cincuenta páginas, ¿Dónde estamos, a dónde vamos? ', que, por invitación, primero de los ejecutivos de empresa de Azuero, preparé y leí el 13 de octubre de 1989 en Chitré, y después en la sede nacional, el 26, a menos de dos meses del cruento desenlace de la más triste y vergonzosa etapa de nuestro devenir republicano.
En él vertí, acongojado y en detalle, el increíble estado de deterioro en que había caído Panamá en treinta meses, como consecuencia del desborde de la antipatria durante veintiún años.
El 10 de junio de 1987 se encendió, con visos de violencia, la alborada de una larga noche. En esa oscuridad sucedieron cosas inimaginables y dolorosas. A partir de ese resquebrajamiento producido por cuña del mismo árbol, que siempre resulta la peor, se trastocaron todo el orden y la vida de los panameños, y más aún la de los responsables directos; y el valor y la dignidad fueron entonces enarbolados con mayor fervor.
En esas situaciones, la economía es la primera y la que más rápidamente se afecta, con todas las secuelas de perjuicio social.
A los seis meses del estallido, para diciembre de 1987, 650 millones de dólares de depósitos locales, y 9,000 millones de extranjeros, habían salido precipitadamente del país.
Desde ese momento, el total de activos del Centro Bancario Internacional, contabilizados en 41,000 millones de dólares en junio de 1987, disminuyeron sin tregua hasta 15,000 millones en junio de 1989. La presencia alerta y el apoyo de la banca privada en la mayoría de las decisiones tomadas de emergencia, ayudaron a prevenir las catástrofes que produjeron factores aún menos agravantes en otros países, Venezuela, México, Argentina, Perú, por ejemplo, donde el Gobierno no tuvo otra alternativa que nacionalizar la banca, para asegurar principalmente los fondos de depósitos confiados, en su gran mayoría usualmente de pequeños ahorradores.
Por nueve semanas cerró la banca; por veintisiete meses permanecieron restringidos los depósitos de ahorro y plazo fijo; hecho insólito que no registra paralelo internacional. Los empresarios grandes y pequeños superaron la astucia y la tradición de centros financieros más acreditados.
Superamos a los suizos. La triangulación se volvió el mejor instrumento financiero para cubrir deudas, para transferir recursos, para obtener urgente capital de trabajo. La intención de imprimir balboas, repetidas veces analizadas, retrocedieron ante la agobiante iliquidez general. El Producto Interno Bruto disminuyó en un total de más de 17% en dos años. Recesión técnica y real.
Las medidas restrictivas y sanciones que impuso el Gobierno norteamericano cortaron la fuente de nuestro sistema monetario, y debilitaron nuestras finanzas en exceso. Mucho se ha debatido sobre la ausencia de éxito, aquí y en otros lugares, de esas medidas de sanción, aunque el propósito de postrar al Gobierno fuese compartido con casi todos los panameños Lo cierto es que la inversión pública y privada prácticamente se agotó. Y surgieron más problemas de los previstos, relativos al manejo transparente de los fondos, su rédito, su legalidad.
Para muchos, vino al recuerdo la vieja versión del ingenioso Gil Blas Tejeira, cuando especulaba sobre la ausencia en las tiras cómicas del legendario cegato Mr. Magoo, para sugerir que, de seguro, estaba dirigiendo el Departamento de Estado. Hasta la prudente Cámara Americana de Comercio en Panamá, y representantes de iglesias en Panamá y en los Estados Unidos, hicieron conocer su disconformidad ante esas medidas. Más de cuatrocientos millones de dólares congelados pesaban en la economía. La intención era encomiable, pero los efectos fueron devastadores.
Se nos privó de importantes apoyos y ayudas pecuniarias y políticas. Se nos aislaba internacionalmente. Se nos excluía del Grupo de los Ocho, que se había conformado justamente en Panamá. También de las magnas Cumbres Presidenciales, como la celebrada en Costa Rica en 1989.
La total inaccesibilidad al crédito exterior, privado e institucional, por la prolongada morosidad de 540 millones de dólares, a nivel sin precedentes de la deuda, veinticuatro veces mayor en 1989 que en 1968. No sólo no se invertía, se desinvertía.
El abultado déficit fiscal afectó profundamente las finanzas y los servicios públicos, que aún no se recuperan del todo, tras años de abandono. El Gobierno se vio precisado a pagar con ‘pagarés' a los empleados públicos, que luego eran hechos efectivos, anterior a su vencimiento, con descuentos abusivos, que luego el Banco Nacional se encargaba, en transacciones delictivas, de redimir a amigos del Régimen, con igual anticipación, más de una vez, al valor nominal total.
Se desconoció la institución del sufragio. Se violó el concepto de la democracia. Los centros de investigación medían científicamente el desplome de la moral ciudadana.
‘La experiencia histórica universal —apuntaba yo en mi ensayo de 1989—, casi indefectiblemente, da cuenta de que, cada vez que las fuerzas armadas de un país incursionan en la política y en el ejercicio del poder gubernamental, se producen hondas turbulencias y conmociones políticas, económicas, sociales y morales, que alteran, al final, la vida de los pueblos, confundiéndolos, corrompiéndolos, frustrándolos, retrasándolos y empobreciéndolos. Tiene razón el Presidente— concluía—: el Gobierno y el Estado están agobiados. También lo está la nación. También está la patria'.
Las negociaciones de personalidades, instituciones, eminencias religiosas, panameñas y extranjeras, en busca de un final digno a esa hora de conflicto, preocupación y pesar, cuando no fueron infructuosas, llegaban casi a lo ridículo. No puedo olvidar las televisadas sesiones de la Organización de Estados Americanos, y las diligencias, casi imploradoras del Presidente Bush. La opción de las ‘leyes de guerra' y el absurdo reto militar, llevaron al país al precipicio, y una madrugada, al estilo de Neruda en España en el Corazón, ‘todo estaba ardiendo'. Todavía nos duelen los muertos incontables, porque de estos desvaríos de poder, casi siempre son los humildes los que más sufren. Y todavía duele también la lacra moral que se vivió con el saqueo de tan amplia y variada participación.
Al día siguiente la democracia se organizaba para la reestructuración física y moral de la nación. La actitud seria y serena del Presidente Endara frente al inmenso reto que se le presentaba, no le dejó lugar para la revancha estéril y para el juego político en el apremiante, sobrio y efectivo manejo de la cosa pública, que era lo que el momento demandaba. Todavía bajo el silbido de las balas y los peligros de las confrontaciones armadas callejeras, el Presidente armó su equipo de Gobierno confiando a cada cual la autoridad que su responsabilidad conllevaba. La hora era de austeridad y disciplina, de experiencia y propósitos patrióticos. Fue la hora de Chinchorro, el norte de esa jornada de control.
Afectadas por las precisas bombas disparadas, las oficinas de la Contraloría y de los Ministerios de Hacienda y Planificación no podían ser ocupadas. Lo primero que tuve que hacer al llegar a mi despacho, en compañía de José Chong Hon y Carlos Bolívar Pedreschi, para legitimar mi encargo de una institución en la que se maneja fondos, fue ordenar el desalojo de dos camiones llenos de pertrechos militares, estacionados en el sótano. Me tocó, entonces, brindar la hospitalidad del Banco Nacional de Panamá para reuniones diarias del equipo económico: Chinchorro, Mario Galindo, Billy Ford y quien escribe. Nuestra primera tarea no fue fácil, por cierto. Hacer frente al pago en efectivo, por más de 60 millones de dólares, prometido por el Presidente a los empleados públicos, con apenas 23 millones en las arcas nacionales, al mismo tiempo que se comenzaba a analizar los 933 millones de dólares que mantenía el Gobierno, sin debida documentación, en cuenta de sobregiros y préstamos en el Banco.
Debo mencionar que, a los pocos días de constituido el Gobierno, recibí llamada telefónica del buen amigo David Rockefeller, quien me expresó su complacencia por la asignación de Chinchorro en la Contraloría y la mía frente al Banco. ‘ It makes me very happy. That is good for Panama. What can I do for you? ' (‘Esto me hace muy feliz. Es bueno para Panamá ¿Qué puedo hacer por ti?').
Le mencioné entonces la enorme suma de dinero retenida por el Tesoro de los Estados Unidos, en concepto de sanciones aplicadas. ‘Nos urge ese dinero', le dije. No sabemos qué injerencia tuvo en este asunto. De lo que sí podemos dar fe es del pronto recibo de una remesa de 50 millones de dólares. Y, por otra parte, del cumplimiento de la promesa del Presidente Endara en el pago del mes de diciembre a los empleados públicos. Los norteamericanos me informaron, también a los pocos días, del encuentro de más de 5 millones en casa del General Noriega en El Golf que entregaron formalmente a la institución.
A Chinchorro se le avisó igualmente de un buen alijo millonario de billetes en el Edificio de la Lotería Nacional.
Los depósitos crecieron rápido, no sólo en el Banco Nacional, sino igualmente en el Sistema Bancario.
Para fines de 1990, sólo un año después, los activos totales del Centro Financiero aumentaron 3,000 millones, o 20 por ciento. Cuando terminó el Gobierno de Endara, esos activos ya estaban cerca de los 33,000 millones, más del doble de 1989.
En igual proporción aumentaron depósitos y créditos locales y externos. Después de mucho sopesar las condiciones monetarias y psicológicas, después de escuchar diversas propuestas de bancos para respaldar una pronta eliminación de restricciones sobre depósitos congelados por más de dos años, y después del gradual fortalecimiento del Banco Nacional, el Ministro Ford y yo tomamos la decisión de liberarlos en junio los de ahorros y en julio de 1990 los de plazo fijo , con un tangible aumento posterior de los mismos.
Una de las más penosas tareas en las que tuvimos que enfrascarnos bajo la guía de la Contraloría General, fue el inicio y tramitación, durante 1990, de 149 informes de auditoría por una suma de 76 millones de dólares.
El Banco Nacional presentó al Ministerio Público 24 denuncias por 169 millones de dólares. Frente a serias irregularidades y asignaciones selectivas que se encontraban en todas las actividades y departamentos, la Controlaría diseñó un plan para revisar y modificar métodos y sistemas para la compra seguros, contratos de arrendamientos, servicios, claves de descuentos, exoneraciones. La economía creció 3.8 % en 1990.
Las exportaciones se recuperaron 11%; la Zona Libre de Colón 17% sobre el 1989. La inversión en maquinarias y equipo aumentó 69%. La construcción, que estaba paralizada, registró 42 millones en permisos.
El Gobierno no registró créditos externos. Se reactivó 4% la actividad agropecuaria. El comerció, lastimosamente golpeado por los saqueos, aceleró su ritmo con el ágil acceso al crédito bancario y el consumo. La producción industrial se estimuló en un 8%. Se cancelaron en gran parte saldos morosos con las IFIS. Se redujeron los salarios y gastos de representación, comenzando por los más altos. La estabilidad de precios se mantuvo en una tasa de 1%. El déficit fiscal de 269 millones en 1989, se tornó en superávit de 190 millones de dólares en 1990.
Mucho más podría escribirse sobre el memorable rescate del país, bajo la Presidencia de Guillermo Endara, en el que ocupa prominente lugar indiscutible el Contralor Carles, sin dejar de mencionar el papel vital que jugó en ese resurgimiento la empresa privada, complacida ante el empeño de recuperación integral del equipo gubernamental, que en lugar de competidor, jugó un equilibrado papel de facilitador, con un mínimo de interferencia, y un máximo de honestidad.
Tú eres responsable, Chinchorro, de la extensión de esta disertación, que hago con el mayor agrado y orgullo, en uno de tus mejores momentos, cuando sin detentar poder ni hacer promesas políticas, tu trayectoria te merece el mayor de los galardones a los que los hombres de bien pueden aspirar: el respeto de sus conciudadanos, y el afecto sincero que te profesamos quienes te queremos bien.
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Rubén Darío Carles
Luis h. moreno jr.