Los próceres, padres de la patria

Actualizado
  • 26/10/2024 00:00
Creado
  • 25/10/2024 19:05
Discurso pronunciado el 2 de noviembre de 2001 ante la tumba de los próceres de la patria, por designación de la presidenta Mireya Mosocoso

La tormentosa época que cobijó la independencia nacional, en la que también se daba la expansión estadounidense en tratados leoninos y en intervenciones humillantes, el político panameño, el hombre panameño no abjuró de su confianza en las redenciones que traería el porvenir y en el progreso que sobrevendría por la existencia de la República. En esos momentos oscuros, enrarecidos o de intenciones difusas, el panameño, como decía Octavio Méndez Pereira, se inspiró en la fe de la semilla que cuando está en la profundidad del surco es feliz, a pesar de la opacidad del instante o del ciclo de germinación, porque sabe que mañana será una espiga dorada al sol. El doctor Pablo Arosemena, egregio príncipe de la palabra, el 10 de enero de 1911, como presidente de la República, transmitió a la Asamblea Nacional un saludo de optimismo en el futuro de la patria con palabras ingeniosas y previsoras que, sin duda, sirvieron de estímulo sensato a los grandes impulsos iniciales. Decía el doctor Arosemena:

“En cuanto a progreso, yo me coloco en el punto medio resueltamente; ni statu quo ni saltos. Es lo primero el vegetar infecundo y oprobioso, la indolencia oriental, el desdén del porvenir, la ausencia de la calidad que es, a mi juicio, la espina dorsal del hombre, la ambición legítima, el mirar con envidia hacia la cumbre, con el anhelo de escalarla. Los saltos son peligrosos y quien los da, en vez de acelerar, de ordinario se aleja de la anhelada ribera. In medium it est virtus (en el medio está la vida). La marcha lenta, pero sostenida y firme, es siempre la más rápida. El proceder de no pocos panameños muestra desgraciados conceptos: el pensar que la República de Panamá de 1960 será la misma que nació a la vida independiente el día 3 de noviembre de 1903, el progreso es fruto vedado y que será nuestro futuro una situación persa, una especie de vivir muriendo. Todo esfuerzo les parece vano y toda aspiración el resultado de la insana fantasía. Otros dominados por patrióticos anhelos, pretenden hacer en meses, de esta nación en la cuna, sin experiencias, sin energías ambiciosas, una Bélgica o una Holanda o una Suiza, pueblos que han conseguido el más alto grado de civilización. Ni lo uno ni lo otro. Pensar, meditar y marchar con fe entera en nuestro destino y con la esperanza de realizarlos; he aquí nuestra tarea. En este segundo término hemos de colocarnos, con confianza en los resultados de nuestra labor inteligente y constante”.

Estas fueron las palabras de los hombres por cuya actual condición de difuntos reciben el reconocimiento de los panameños. Son los hombres cultos de ayer que transmitieron una fe racional en el mañana y dejaron claros mandamientos para que el porvenir resultara risueño a la sociedad panameña. Eran hombres serenos, equilibrados. Próceres de un pueblo anhelante de progreso y libertad. Es el legado que los presidentes anteriores dejaron a los dirigentes de hoy para continuar escalando, sin pausa, hacia la cumbre del progreso y la democracia.

Este 2 de noviembre de 2001 encuentra al país sometido a duros quebrantos económicos. En otras épocas de la historia, como en la década del treinta del siglo pasado, o en la década del ochenta del siglo XIX, Panamá sufrió crisis semejantes. Aquel gobernador Facio, de Veraguas, indicaba por el año 1880 que, por la hambruna existente, todo lo que nacía, moría prematuramente.

Entonces, como ahora, una crisis económica estremecía al mundo y abatía con mayor intensidad a los pueblos pobres. Esa crisis mundial nos afecta hoy porque tenemos grandes problemas acumulados y muchísimas obligaciones pendientes de cumplimiento que constituyen anclas que dificultan nuestro desarrollo. La impresionante suma que debemos pagar, mil quinientos millones de balboas por el servicio de la deuda pública en el año 2002, revela la gravedad de la acumulación de los males, males de arrastre, que enfrenta el gobierno y que padece la sociedad. El monto actual de la deuda pública, cuyo pago es de obligatorio cumplimiento en sus fechas de vencimiento, constituye un reto mortificante para el gobierno y para los gobernantes de los próximos períodos.

Las causas de las crisis son múltiples y en los países como el nuestro, la imposición de una globalización en el manejo de la economía ha contribuido grandemente en los desajustes internos que confrontamos. En un momento del actual gobierno, los adversarios políticos y las fuerzas económicas que conocían el fenómeno, que lo permitieron y que previeron en su hora los resultados, pretendieron endosar a este gobierno los males de la economía. Sin embargo, la floración creciente de la misma crisis en la economía de todas las naciones de América, en particular, el crecimiento del PIB no mayor al 1.5 % anual, salvo contadas excepciones y el idéntico o mayor porcentaje de desempleo que hace igualitario el déficit doméstico, son realidades que han evitado hacer política electoral por razón de la crisis y han convidado a un diálogo nacional para encontrar fórmulas de unidad en la percepción de los problemas, que se traduzcan en una Agenda de Estado para solventar la crisis.

El desarrollo de ese diálogo y la clara comprensión de nuestro pueblo de las causas de los actuales desajustes mundiales que tanto nos afectan como nación pobre, tienen un significado de madurez que no puede frustrarse y que cívicamente constituye un homenaje a los próceres, porque el gesto unitario se adecúa a las promesas de mayor bienestar para los panameños como uno de los compromisos de la independencia.

Seguramente, los participantes del diálogo podrán apreciar las palabras que dirigiera el doctor Manuel Amador Guerrero a la Asamblea Nacional, el primero de septiembre de 1906, como un mensaje para ellos:

“Vais a comenzar vuestras arduas tareas y espero que unidos, interpretando las aspiraciones populares, contribuyamos a que los frutos cosechados no redunden en nuestro propio daño”.

“Evitemos que las pasiones nos dominen y que, por el contrario, siempre nos anime el sentimiento de Patria, que debemos considerar superior a todos los demás”.

“Nuestra bandera a todos nos cobija y dentro de la República caben todas las ambiciones, siempre que tengan por norma el patriotismo más acendrado y la nobleza de las aspiraciones”.

Es obvio que todas las partes que integran la mesa del diálogo que nos ocupa deben comprender que, ante las grandes crisis colectivas, la austeridad, como modo de vida y como política pública y privada, es un afortunado elemento coadyuvante tanto para lograr la simpatía y solidaridad del pueblo como para dar un matiz ético a ese diálogo nacional.

Del gobierno de la excelentísima señora presidenta de la República, doña Mireya Moscoso, he recibido el honor de ser orador oficial en este acto de supremo patriotismo y espiritualidad. Ante la tumba de los próceres, os suplico que sigáis gobernando con tolerancia y respeto a las libertades públicas, pues cuando ellas están ausentes, como ocurrió durante los años del totalitarismo, es porque los gobernantes se alejaron del mandato de los pueblos, de los ideales de los próceres y de la razón primordial de la existencia de la República. El respeto a las libertades y la tolerancia como hábito o como actitud gubernamental, constituyen la piedra angular de la paz social.

El acto de hoy y la reiteración constante del afecto público por las ejecutorias de nuestros estadistas y nuestros mártires hará que no mueran en el olvido nuestros muertos ilustres que tanto hicieron en vida en la construcción del Estado nacional, a lo largo de la historia.

Sobre la tumba de nuestros próceres y sobre la tumba de los mártires de enero de 1964, depositamos esta oración, como si fuera un manojo de flores, concebida por un ciudadano agradecido que ostenta con legítimo orgullo su condición de panameño.

Publicado en ‘Testimonio de una Época’,

Volumen IV, 2 de noviembre de 2001, págs.175-183

Ante la tumba de los próceres, os suplico que sigáis gobernando con tolerancia y respeto las libertades públicas, pues cuando ellas están ausentes, como ocurrió durante los años del totalitarismo, es porque los gobernantes se alejaron del mandato de los pueblos, de los ideales de los próceres y de la razón primordial de la existencia de la República”.
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