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- 21/05/2024 23:00
Valoración de la biodiversidad
En las últimas décadas, algunos países han comenzado a aplicar con éxito métodos de valoración económica para los bienes y servicios proporcionados por los ecosistemas. Sin embargo, la mayoría de estos bienes y servicios aún carecen de una valoración económica definida. Esto resulta en la pérdida de recursos biológicos valiosos que no impactan el Producto Interno Bruto (PIB) de los países, ya que no se incluyen en los sistemas económicos actuales. En otras palabras, el valor de existencia de la biodiversidad en sus tres escalas no se contabiliza como parte del tesoro nacional. Por ejemplo, para las cuentas nacionales, lugares como el Parque Nacional Darién o el Parque Internacional La Amistad no se reconocen como riqueza del país, aunque provean agua y custodien biota clave. Cabe aclarar que no se trata de mercantilizar la biodiversidad, sino de reconocer su valor y proporcionarle la protección adecuada como patrimonio natural para las presentes y futuras generaciones.
La economía tradicional, desfasada, no solo ignora el valor intrínseco de la biodiversidad, sino que también subestima ampliamente el concepto de servicio ambiental, limitándolo parcialmente a agua, aire limpio y algunos productos forestales. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente subraya la urgencia de desarrollar un criterio económico más eficaz que el producto interno bruto (PIB) para evaluar el desempeño de las economías. Asimismo, insta a que los sistemas de contabilidad nacional sean más inclusivos para medir los beneficios sustanciales que los ecosistemas y la biodiversidad aportan al bienestar humano.
Este desdén hacia los valores naturales sigue causando pérdida de biodiversidad en todo el mundo. Predomina un enfoque cortoplacista y miope, según el cual solo lo que produce dinero líquido de manera inmediata, como en una transacción de compra-venta, merece protección. Este enfoque relega a un segundo plano las funciones vitales que los ecosistemas desempeñan para la vida en nuestro planeta. Por ello, surgen preguntas claves. ¿Es posible prosperar en una sociedad que carezca de agua, aire limpio y los diversos servicios de los ecosistemas terrestres, acuáticos y marinos? ¿Podría la especie humana subsistir aislada de los ecosistemas, confinada en burbujas de confort, ignorando el valor de su entorno? Economistas, ecologistas y ambientalistas coinciden en que estos recursos poseen también indiscutiblemente un valor tangible e intangible, aunque no estén integrados en el sistema de mercado tradicional. Sin embargo, no se ha logrado un consenso metodológico debido a la complejidad y la escasez de estudios ecológicos o económicos, o ambos, que permitan evaluaciones económicas confiables y estandarizadas. Hay un reto de la ciencia al respecto.
Actualmente, diversos actores comprometidos con la conservación de ecosistemas demandan una metodología de valoración económica que asegure neutralidad y validez científica, aplicabilidad práctica, simplicidad, multidisciplinariedad, rentabilidad y una adecuada orientación hacia bienes y servicios no comercializables. Es necesario revisar muchos conceptos propuestos por economistas y ecologistas, que aunque políticamente útiles, han sido simplificados bajo los términos de “servicios ambientales” o “servicios ecosistémicos”. Estos conceptos no abordan completamente los verdaderos riesgos asociados a los elementos y funciones de los ecosistemas. Este problema se evidenció durante la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, llevada a cabo por más de mil científicos y lanzada por la ONU en 2005, cuyas conclusiones advierten sobre la alarmante pérdida de biodiversidad en el planeta.
La cuantificación plena del valor de los elementos, estructuras bióticas, funciones y servicios ecosistémicos es crucial para su reconocimiento social y la aceptación de su manejo en diversas escalas geográficas. Sin embargo, los datos necesarios para estas cuantificaciones, así como los modelos dinámicos que proyectan los cambios de políticas en el futuro, están actualmente dispersos e incompletos, lo que dificulta su utilización. En este contexto, surge una nueva propuesta: la emisión de bonos de biodiversidad. A diferencia de los bonos de carbono, que se centran en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, los bonos de biodiversidad se enfocan en la protección y promoción de la diversidad biológica y los servicios ecosistémicos. Esta iniciativa, aún incipiente y susceptible de mejoras, propone medir y proteger la naturaleza mediante métodos científicos estandarizados. Si se logra normalizar la medición y la certificación de la contribución de los ecosistemas al bienestar humano y se consideran los indicadores de biodiversidad como clave en este proceso, podría representar una solución significativa.
En el Día Internacional de la Diversidad Biológica, el 22 de mayo, es imperativo recordar e impulsar y no detener los esfuerzos para una justa valoración de la importancia de los ecosistemas para la calidad de vida de la sociedad y la conservación del tesoro de vida que tiene el planeta. ¡No hay tiempo que perder!