• 17/11/2016 01:00

Educación, divino tesoro

Puede decirse que avanzamos a alta velocidad sin saber con certeza a dónde queremos ir

Redundando sobre el tema de la educación nacional, sobre la cual mejores talentos han expresado sus inquietudes e ideas, me arriesgo a expresar las mías, que mucho se asemejan a lo que otros y otras ya han expresado.

Parto por decir lo que todo el mundo sabe. Esto es que durante casi dos décadas nuestro país ha venido mostrando un desarrollo económico muy significativo, visiblemente superior al de todos los países de la región, con exclusión de Chile.

Sin embargo, estos logros no han estado exentos de fuertes bandazos económicos y políticos que han hecho fluctuar el rumbo de la nave del Estado, sin identificarse un derrotero consensuado que conduzca a eliminar los repudiables abismos y barreras culturales y económicas que se perciben en la sociedad panameña, donde algunos tienen mucho y muchos tienen muy poco, no solo en lo económico y material, sino, más grave aún, en lo cultural.

Puede decirse que avanzamos a alta velocidad sin saber con certeza a dónde queremos ir.

Para identificar ese puerto de arribo socioeconómico tenemos que identificar, en primer lugar, dónde están las distorsiones que se aprecian a simple vista dentro de toda nuestra estructura humana y material, tarea que debe ser objeto de un estudio profundo que permita identificar los males que nos aquejan y de ello determinar los remedios que sería necesario aplicar a corto, mediano y largo plazo para salir de ese entorno traumático en que vivimos.

Parece evidente que para lograr tal o tales objetivos, la tarea primaria más importante y trascendental es brindar a nuestra juventud una educación que le permita juzgar, decidir y actuar con conocimiento inteligente de lo que mejor conviene a su superación moral y material; es decir, de lo que puede producir mejores ciudadanos, mejor capacitados para aprovechar las oportunidades que los rodean, cuyo aprovechamiento es la base sobre la cual elevar su nivel y calidad de vida, personal, familiar y social en general.

El análisis y posterior tratamiento de los problemas educacionales requiere de una participación y acción coordinada de todos los estratos socioeconómicos del país, de modo que la cohesión y el impulso que los lleve hacia delante puedan romper las barreras obstruccionistas que la educación nacional ha venido enfrentando por décadas.

Dentro de esta visión del problema, los principales agentes de la lucha deben ser los sectores obreros y aquellos que son representativos de las bases de la pirámide social, pues lo que está en juego es el futuro de sus hijos. Habría que preguntar a esos conglomerados si desean para sus hijos una perenne subordinación socioeconómica y cultural o si aspiran a que ellos salgan de esa condición, para avanzar y elevarse hacia niveles de vida ética, cultural y materialmente superiores a los que ahora soportan, en gran medida como consecuencia de sus grandes desventajas y falencias científicas, tecnológica y humanista de que adolecen sus integrantes.

ABOGADO

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