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- 08/07/2021 00:00
Silencio
Desde que de la nada apareció esta fulminante infección, quedamos frente a un sinfín de eventualidades que contradicen la evolución favorable de esta enfermedad comunitaria universal, que cada día nos atiborra de novedades. Lo han dicho todo, pero sin decir nada. Empezamos con una epidemia que se volvió pandemia y que se enfila a lo largo de dos años y mientras nos entretuvimos en la búsqueda de la vacuna, lo que en teoría demora como dos años, pero que en varios lugares del planeta se encontró antes, y que la producción, distribución y aplicación osciló en los términos ofrecidos por las casas farmacéuticas y la capacidad de entrega en cada país. A nosotros nos tocó la vacuna Pfizer junto a otras y con ello nos distrajeron con cada llegada por vía área con anuncios prevalente de la llegada congelada en aviones, la descripción del aparato y su estado físico, la cantidad del desembarco. Lo mismo se debió repetir en cada país sin saber cómo se pega.
Así, entre olas infecciosas, se empezó a distribuir e inocular en dos fases por edades, las condiciones de vulnerabilidad y mientras en paralelo, se ha dado un bombardeo de noticias falsas sobre lo nocivo de su aplicación, en abierto desafío de lo dispuesto por nuestras autoridades de Salud ayunas de credibilidad por sus desaciertos en las estrategias, para el control de la población con una retahíla de recomendación de separación de dos metros laterales, como si el bicho maldito supiera de medidas, cuando debiera ser 16 metros. Sobre esto se presume que el contagio se logra a través de microgotículas salivales, de allí los tapabocas con pantallas faciales y el silencio absoluto durante el trasbordo. Se supone que la infección penetra con la respiración y se anida en parte de la laringe, que luego pasa a los pulmones. Por eso el famoso hisopado.
Ha pasado el largo tiempo junto a las portentosas vacunas y el arreo de la población en busca de la inalcanzable inmunidad de rebaño, empero la maldita cepa evoluciona en otros sitios para peor, y la mortandad avanza en ese diezmar de la población mundial. No hay tregua, y menos existe una curva descendente, a pesar de los cercos sanitarios, y lo que se ocurra, para separar a la gente por género de día, porque en la noche la naturaleza de la especie la junta para sus arrumacos, a parte de los parqueos que terminan en sexo y que en previsión se cobijan en la antesala del toque de queda. Han dicho que los vacunados se deben cuidar de la infección que ahora no los mata ni hospitaliza, al igual que las personas que se pueden infectar varias veces. En otras o, con otras palabras, seguimos en la misma frente al enemigo microscópico. Si no hay medicina, menos esperanza que si se agrava, venga la muerte.
Las hirsutas actividades por parte de la autoridad competente son erráticas, a pesar de que se deduce el contagio por la fórmula matemática exponencial que resulta al sumar los contagios diarios, que si cada vez son menos al final decrece de pandemia a epidemia, lo que sube y baja en cualquier sociedad y que se agrega a las olas de contagio que se presentan. Todos sabemos que, si se aísla a la persona sana de la enferma, se controlan los brotes que evolucionan en 14 días y que para esto hay que hisopar a través de los orificios nasales para determinar si hay contagio, inclusive entre los asintomáticos, si podemos infectarnos de una persona que no muestra síntoma de la enfermedad, y pulula entre la gente que contagia a su paso y que no es fácil lograr esta trazabilidad de un sujeto prácticamente invisible. Antes desesperaba la falta de oxígeno y de camas en cuidados intensivos, ahora es el balance en la recuperación luego de la entubación de laringe. Hay que adoptar la conducta del sordomudo con manos lavadas.
El otro agregado es que junto al macroprograma cabalga la corrupción con el abuso en los cargos de lograr que se vacunen personas a destiempo o que se comercie con el producto o que se profane el presupuesto para programar pago de bonos dizque para afrontar las necesidades que nunca debieran estar por debajo del salario mínimo. Nos burlamos de nosotros mismos. Otra de las eventualidades nocivas está cimentada en el efecto económico que medra con los cierres del comercio y que nos trae una desazón, si la gente sin poder trabajar no puede cobrar y el empleador tampoco paga los impuestos, con las consecuencias del cierre definitivo de empresas.