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- 25/03/2025 00:00
San Oscar Romero: esperanza o nostalgia en el Panamá actual
El 24 de marzo último se conmemoró el 45º aniversario del vil asesinato de nuestro santo de América, monseñor Óscar Arnulfo Romero. Algunos lo recuerdan con mucha nostalgia, lo que en la cultura judeo-cristiana es un contrasentido, porque remite a la crítica del orden social de aquel momento histórico, a fin de cuentas, promueve el quietismo, que impide transformar lo existente, que siempre demanda cambios en el camino del perfeccionamiento de la dignidad humana.
Hay quienes no descansan en descalificarlo, aduciendo que se alió a los “comunistas” o “izquierdistas” de la época, pero esto como que me suena también en Panamá, dejando a un lado su función eclesial, que según estos difamadores debía ser mantener en la total opresión y manipulación a las clases pauperizadas salvadoreñas por parte de las clases oligárquicas de ese país, concentradas en las famosas “14 familias” más ricas de aquel entonces.
¿Qué cabe asumir hoy como actitud, para seguir el modelo de san Óscar Romero? En la casi totalidad de América Latina y el Caribe, esta estructura de explotación y por ende de dominación, no ha cambiado en lo sustancial, en lo que tiene que ver con el contenido de las relaciones entre las clases sociales, no se ha dado ningún cambio para bien. Prácticamente, se mantiene el mismo esquema de colinealidad que aceleró la muerte cruel de nuestro mártir de América. En este sentido, la única actitud que cabe tener entre los hombres y mujeres de buena voluntad de nuestra Abya Yala, a ejemplo de monseñor Romero, es la de la esperanza.
Téngase presente aquí que asumir el camino de la esperanza implica lo contrario del quietismo, de la nostalgia. Conlleva asumir positivamente el compromiso de la transformación de todo lo que impida el desarrollo de las potencialidades humanas o lo que es lo mismo, la satisfacción de las necesidades humanas, bajo principios que lo potencian como la justicia social y ecológica y el bien común. Esto es lo que no aceptaban los que ejercían el poder en la época de vida física de monseñor Óscar Arnulfo, pero hoy es lo mismo que siguen negando los actuales ejercientes del poder económico y político de allá y de acá.
Acá, esto es lo que se deduce al ver que las viejas aspiraciones de la fracción financiera de estas élites de hacerse del control directo de las reservas monetarias de los seguros de vejez, invalidez y muerte -cuotas de salarios- parece haberlas alcanzado (hasta ahora) gracias a la Ley 462 recién sancionada por el presidente Mulino.
Solo observando la complacencia de los agentes y adláteres de los dueños del capital financiero en nuestro país, ya tenemos un indicador aproximado de a quiénes beneficia buena parte de esta ley. Complementa este indicador la difusión de “ideología viciosa” (ver mi artículo en esta sección del día 18 de marzo último) que busca descalificar a los que objetamos las supuestas bondades de dicha ley, afirmando que el proceso de elaboración y aprobación fue harto democrático. Bueno, lo que todo el mundo vio a través de los medios televisivos de la Asamblea de Diputados y otros canales no convencionales fue, que dentro de la hojarasca de muchas quejas y lamentaciones de ciudadanos/as en el supuesto “primer debate”, hubo varias propuestas económicas y actuarialmente sustentadas y ni una sola de ellas fue contemplada.
Los apologistas de esta ley aducen que la edad de retiro se ha mantenido igual (artículo 138, Ley 462 de 2025), cosa que demandaban los trabajadores. Lo que no dicen es que con las condiciones para retirarse a la edad de 57 años (mujeres) o 62 años (hombres) y la aplicación del “factor de pensionamiento” que resta lo que tocaría recibir si fuera en un sistema realmente solidario -eliminado por la Ley 51 (de Martín Torrijos) del año 2005- obligan a los futuros pensionados/as a seguir trabajando para “aumentar sus ahorros” o retirarse con una pensión menor, ya no de hambre, sino de miseria completa. Todo esto para que existan mayores montos de los salarios de los trabajadores que puedan ser susceptibles de utilizarse por los dueños de los grandes negocios financieros para su lucro privado.
Frente a esta realidad, en el fondo similar a la que generó la guerra de clases salvadoreña y en la que monseñor Romero apuntó su intervención comprometida con la esperanza activa, solo cabe emularlo por el bien común y la justicia social.