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- 21/12/2021 00:00
Pretensión de superioridad moral
Hoy, más que nunca, somos vulnerables a creer que tenemos mayor autoridad moral que los demás y, como consecuencia, nos aislamos y dejamos de construir ciudadanía. Es decir, al creer que tenemos una mayor autoridad moral que la persona frente a nosotros, cerramos nuestra mente y defendemos a muerte nuestras propias interpretaciones. Pero ¿de dónde viene realmente esta pretensión de superioridad?
Por ejemplo, cuando creemos que nuestra forma de vida es mejor que la de nuestro vecino, estamos siendo engañados por los trucos de nuestra propia mente. Así mismo sucede cuando creemos que solo la religión que nosotros profesamos, tal y como la profesamos, es la única vía hacia la salvación.
Advertía Howard Thurman, en 1949: “Es el pecado de la arrogancia, el que ha tendido a viciar el impulso misionero y a hacer de él un instrumento de superioridad moral”.
Thurman, interpretando a Jesús de Nazaret (Lucas 18: 9-14), advertía cómo el cristianismo volvía a caer en su pretensión de superioridad moral, esta vez para justificar el racismo en EUA.
Thurman, además de ser mentor de Martin Luther King Jr., fue el encargado de traer el concepto de Ahimsa, la resistencia no violenta, de India a América.
También visitó a Mahatma Gandhi durante sus viajes como misionero a la India en 1936. Juntos, sostuvieron varios diálogos que le sirvieron de inspiración para escribir su libro más famoso: “Jesús y los desheredados”. El libro que Martin Luther King (supuestamente) llevaba consigo durante las marchas por los derechos civiles.
Ahora bien, ¿qué dice la ciencia sobre esta trampa psicológica?
Jonathan Haidt, profesor y psicólogo moral, analiza la raíz de la moralidad de los liberales y los conservadores, para tratar de entender de dónde viene esta pretensión de superioridad moral que todos llevamos dentro.
Haidt explica que “las personas liberales abogan por proteger a los débiles y los oprimidos. Su prioridad es el cambio y la justicia, incluso si eso implica un poco de caos”.
Por otro lado, “los conservadores abogan por proteger las instituciones y las tradiciones. Su prioridad es el orden, la lealtad y la autoridad, inclusive si eso implica dejar atrás a los que están peor parados”.
Ambos argumentos son igual de importantes, porque juntos crean un balance social entre el cambio y la estabilidad que mantienen a nuestra civilización en pie. Seamos de derechas o de izquierdas, tal vez deberíamos aceptar que ambos tenemos algo de razón.
Tal vez, un primer paso para eliminar nuestra pretensión de superioridad sería aceptar que somos diferentes. Un segundo paso, sería entender que siempre existirá por lo menos una cosa en la que estaremos de acuerdo. Y por más mínima que sea, debemos esforzarnos en encontrarla.
Por ejemplo, Haidt explica que todos, tanto liberales como conservadores, estamos de acuerdo que, para conservar nuestra civilización, son necesarias la justicia y la compasión. Pero, una vez identificadas aquellas cosas en las que sí estamos de acuerdo, ¿qué podemos hacer?
Tal vez, aceptar que la verdad no tiene partido político ni ideologías ni viene de textos sagrados. Pero también hay que reconocer que estructuras como la religión son cruciales para unirnos en familia y sociedad, mantener el orden y crear vínculos de comunidad.
Antes, cuando una persona no entendía algo sobre política, se reunía en la plaza de la ciudad con personas expertas en el tema. Estando todos juntos, comenzaba un diálogo constructivo donde se presentaba la evidencia de los argumentos, se hacían preguntas y se respetaban los puntos de vista hasta llegar a lo más cercano a la verdad. No se imponían pretensiones, se escuchaba y se cultivaba la humildad moral.
Sin embargo, hoy ya no existen plazas públicas ni lugares de encuentro para el diálogo ciudadano constructivo. Cada día hay menos parques y más estacionamientos. Incluso, hay más centros comerciales que bibliotecas y auditorios.
Entonces, ¿qué hacemos cuando Twitter y WhatsApp se convierten en la plaza pública, cuando la distancia se convierte en nuestro refugio, y cuando la evidencia carece de importancia?
En vez de convertirnos en predicadores de ilusiones, debemos mirarnos al espejo y aceptar que somos víctimas de nuestras propias pretensiones de superioridad moral.
Hoy, más que nunca, debemos comenzar a cultivar la humildad moral. Y esto solo podemos hacerlo reconociendo que nos falta mucho por aprender. Una solución es reunirnos semanalmente en espacios de educación ciudadana. Espacios que inviten al diálogo, aceptando y respetando nuestras diferencias. Pero, sobre todo, reconociendo nuestra mutua capacidad.
También podemos educarnos en bibliotecas digitales gratuitas, donde encontraremos charlas TED como: “La raíz moral de los liberales y conservadores” de Jonathan Haidt.
Así como también podríamos atrevernos a leer libros que desafíen nuestras convicciones, como lo son: “Jesús y los desheredados” de Howard Thurman, o “Moralidad: restaurar el bien común en tiempos de división” de Jonathan Sacks.