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- 18/10/2020 00:00
El perdón en medio del dolor
Si Ud. fuera el padre de dos hijos, donde uno sea bueno y el otro malo, siendo padre de ambos, ¿qué haría?... ¿Los amaría a los dos, o solo al bueno, y al malo lo aleja de su vida?... Difícil esta decisión, que es parte de la vida de un padre de familia, pues quienes son madres y padres saben que el amor les dice que, a pesar de todo, ese amor por un hijo no muere, sino que sigue ahí, intacto.
Este amor del que les hablo lo podemos ver y entender en la película La Cabaña, la historia trata de un hombre que tuvo una niñez difícil, siendo maltratado por su padre. Este hombre crece con mucho dolor y negación ante lo que representa amar a los demás al ciento por ciento.
Su hermosa familia, compuesta por una devota y firme mujer que cree en Dios y lo siente como un padre amoroso, una pequeña hija que siempre ilumina con preguntas especiales y mensajes positivos, y dos adolescentes que viven una etapa especial junto a sus padres.
Esta familia, casi perfecta, se ve fragmentada cuando, en un paseo familiar, Mack, el protagonista de esta historia, viendo que uno de sus hijos corre peligro en un lago, donde cae luego de una travesura de su otra hermana adolescente, pierde de vista a su hija pequeña, que es raptada por un misterioso hombre al que nadie ve.
El rapto concluye en el asesinato de la pequeña a la que nunca llegan a encontrar, esto quebranta tanto a Mack que se queda sumergido en el dolor, sin ver la afectación de sus otros dos hijos adolescentes y su esposa que, firme en su fe, no deja de recordarle que su familia lo ama.
Mack intenta ir a buscar al asesino de su hija, luego de ver un mensaje que lo invita a la cabaña donde encontraron la ropa de la pequeña. Pero lo que Mack no sabe es que el mensaje se lo envió Dios, precisamente para lograr ayudarlo a sanar su dolor y superar esta terrible pérdida.
Una combinación de emociones y sentimientos se entrelazan en esta historia, donde Mack vive un encuentro especial con la Santísima Trinidad, vista en una forma más cercana para ayudarle a superar su dolor.
Ese encuentro lo lleva a ver a su padre y perdonarlo, entender que Dios no es quien nos castiga, sino nuestros pecados, que muchas cosas suceden, pero no es Dios quien las provoca, suceden por las elecciones que cada uno tiene en sus vidas y por eventos que no podemos controlar. Estas acciones de otras personas, que también son hijos de Dios, provocan las tragedias que después lamentamos y que no representan la decisión de Dios.
Ese mensaje nos muestra a un Dios padre, que, en medio de todo, nos enseña a no juzgar ni tomar decisiones por las vivencias, tragedias o dolores personales, sino que seamos misericordiosos. Además, que entendamos que, a pesar de una pérdida o dolor por una vida difícil, Dios nunca nos abandona, siempre estará allí, a través de la sonrisa de una persona, en las acciones de un hermano, en el compartir con un jefe o compañero de trabajo, en la convivencia con nuestra familia.
Sanar las heridas, cambiar nuestro dolor por paz y misericordia, a pesar de la experiencia que vivimos, nos transforma, nos nutre, nos llena de amor. Ese amor que Dios tiene por nosotros, cuando seamos heridos, no miremos la herida, sino quién, y qué la provoca. Aprendamos a tener misericordia, a entender que mucho de lo que vivimos o viven otros es producto de la inocencia, el injusto actuar de otros.
El perdón es una ventana de salvación que transforma nuestras vidas, aun el ladrón más grande reconoció al Hijo de Dios y este vio en él su humildad y arrepentimiento, por ello le perdonó y aseguró un espacio en el Paraíso. Limpiemos el alma de la insana, oscura y miserable ira que nos llena de dolor, vamos a llenarnos de paz y misericordia.