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- 14/10/2020 00:00
'Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!'
“Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!, a partir de esta paradoja, el maestro de la literatura Carlos Fuentes presentó una de sus obras sobre la historia de la novelística Latinoamericana”. No obstante, el ingenioso novelista fue lo suficientemente generoso para permitir a sus innumerables lectores, indagar sobre el significado de esta provocativa frase; cuya autoría se atribuye al actor mexicano Mario Moreno “Cantinflas”.
Cualquier reseña de Mario Moreno “Cantinflas” pasa por resaltar su aguda inteligencia y el más alto sentido de justicia social. Estas virtudes le permitieron sensibilizar la conciencia de las innumerables generaciones de latinoamericanos que fueron testigos estelares de su extraordinario talento histriónico. Como ninguno, aprovechó cada espacio de la plataforma que le brindó el séptimo arte para mimetizarse junto a la popularidad y el mito del personaje que logró forjar. “Cantinflas”, al hacernos delirar con su fino humor, pudo, al mismo tiempo, ensayar novedosas formas para denunciar las profundas contradicciones e injusticias sociales de su época.
No todos comulgaban con esa particular forma de expresión verbal. Para la crítica, la jerga cantinflesca no aportaba ningún valor en el ámbito comunicacional ni, mucho menos, poseía la virtud de transformar las estructuras de una sociedad caracterizada por la desigualdad y los cacicazgos políticos. Insistieron en que aquella filigrana idiomática, solo formaba parte del laberinto sin salida dentro del juego de la insignificancia que identificaba la vocinglería del actor mexicano.
Una mirada más atenta nos sugiere que lo dicho por Mario Moreno “Cantinflas” en la forma “Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!”, es el reflejo de su constante activismo político y social. Es la respuesta ante el dogmatismo que propone la Agnotología; es decir, de cómo se produce la ignorancia bajo el imperio de la mentira y la desinformación para producir relatos históricos a conveniencia de los grupos de interés y de las élites gobernantes.
Recordemos que, en aquella coyuntura, se exigía que los disensos y las censuras en contra del poder se inocularan con el fino pulso de un neurocirujano. Los limitados márgenes de tolerancia, propios de las dictaduras civiles y militares de la época, permitieron que Mario Moreno “Cantinflas” ideara desde su arte, novedosas formas del lenguaje para visibilizar y denunciar las desigualdades del sistema imperante.
Si bien, esta particular forma de comunicación hoy se encuentra en franco desuso, en su tiempo, posibilitó la superación del oscurantismo mediante el franqueamiento de las aduanas institucionales que imponían la censura oficial. En esa vía, la paradoja cantinflesca se convirtió en un instrumento para la corrección ética, y a la vez, en el espacio de reflexión respecto a nuestra proclividad por renunciar a la memoria histórica.
Este paradigma nos acerca a una interesante encrucijada existencial. Acaso, ¡debemos ignorar o es preferible olvidar! Ya sea en los absolutismos irracionales, las aristocracias clasistas, los totalitarismos sangrientos, las dictaduras de todo ámbito ideológico y hasta las democracias enfermas y corruptas, se han requerido procesos o mecanismos transicionales, que, desde lo interno, definan los límites respecto a las dosis permisibles de olvido colectivo, en tanto no conlleven la desnaturalización de la propia existencia humana.
“La falta de ignorancia” o, mejor dicho, las altas cuotas de olvido que son propias de nuestra idiosincrasia han permitido que los factores reales de poder mantengan vigente un modelo constitucional vetusto, y a la vez, patrocinador del matrimonio espurio entre una clase política servil y clientelista, y los pequeños, pero poderosos grupos económicos que manejan los hilos del poder tras las bambalinas. Esa misma memoria selectiva y cortoplacista hace que desconozcamos la profunda crisis de nuestra justicia. Toleramos que en pleno siglo XXI siga secuestrada por el poder político y económico, al tiempo de presenciar la desesperanza de un pueblo que no encuentra en sus instituciones las respuestas de sus más anhelados valores e intereses.
Olvidamos los robos, tropelías, fraudes, mentiras, engaños, ineficiencias y sobre todo, los acuerdos de recámara que propician la impunidad de quienes se aprovechan cada lustro para enriquecerse a costa de los que nada tienen. En fin, nos olvidamos olímpicamente de las políticas públicas fallidas, de la membresía clientelista que conforman los partidos políticos; de los servidores del Estado que, equivocadamente, presumen que la “Res Publica” les pertenece y, por ende, están legitimados para ensanchar y profundizar su voracidad patrimonial.
Quizás, “nos hace falta más ignorancia”, pero el tiempo y la paciencia se agotan y las pesadas cargas que nos imponen las históricas frustraciones sociales, no podrán sostenerse con el solo analgésico de la rampante ignorancia política ni, mucho menos, con las hipnóticas cuotas que resultan del olvido colectivo. Abrazo la esperanza por mejores días, pues, la nación y su conciencia, definirán en su momento culminante la llegada de nuevos liderazgos, de gente decente, honesta, cívica e inteligente, pero, sobre todo, sensible y empática a las necesidades más acuciantes de su pueblo. Pero que quede claro: ni el servil olvido ni la cruda ignorancia, salvarán del juicio de la historia a quienes han traicionado a nuestra amada patria.