“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
- 15/09/2024 00:00
Mundo, hombre y acciones
Como han notado diversos autores, el ser humano posee, de un modo más o menos consciente, concepciones fundamentales que ayudan a responder a tres preguntas: ¿cómo es el mundo? ¿Qué lugar ocupa el hombre en el mismo? ¿Cómo se insertan las acciones que realizamos en el horizonte del mundo?
Sobre el mundo, las teorías divergen. Quizá en el pasado dominaba la opinión de quienes pensaban el mundo como algo originado por dioses todopoderosos, con una orientación hacia una meta definitiva (por ejemplo, el cielo, o diversas reencarnaciones cíclicas).
En nuestros días, ha alcanzado una enorme difusión la tesis según la cual el mundo no tendría ningún origen divino, sino que se explicaría perfectamente con leyes descubiertas gracias al método científico. Tales leyes excluirían cualquier significado “profundo”, cualquier origen divino de lo no material, y cualquier dirección hacia una meta.
Sobre el puesto del hombre en el universo (título de la obra de un pensador del siglo XX, Max Scheler), existen diversas teorías. Quienes admiten la existencia de un Dios creador, sostienen que el ser humano tiene un origen no casual, pues habría sido creado por Dios con un acto concreto de predilección, acto que incluiría una meta (el cielo, como ya vimos).
Quienes se colocan en una visión de tipo evolucionista y mecanicista, en la cual solo tiene valor lo que explican las ciencias empíricas, el hombre sería el resultado de procesos cósmicos casuales, sin ninguna finalidad concreta, y siempre sujeto a las leyes de los procesos evolutivos.
Si miramos a las teorías sobre las acciones y los comportamientos humanos, notamos en seguida que tales teorías dependen de los dos puntos anteriores (cómo se entiende el mundo, cómo se autopercibe el ser humano en su propia visión del universo).
Quienes admiten una teoría creacionista, donde el mundo y el hombre son queridos por Dios, admitirán que nuestros comportamientos, para alcanzar la bondad y plenitud propias de nuestra humanidad, deberían ajustarse a lo que el Creador ha indicado al darnos una naturaleza racional, o también (si Dios lo quisiera) a través de una revelación.
Quienes optan por la visión mecanicista, que ve al mundo y al ser humano como resultados “casuales” de leyes de la física que no pueden ser derogadas, pueden sostener que nuestras acciones no serían libres, sino que resultarían de interacciones entre nuestro sistema biológico (muy complejo, sobre todo a causa del sistema nervioso) y los diferentes eventos que ocurren a nuestro alrededor.
Es posible encontrar entre los defensores del mecanicismo y del evolucionismo (en algunas de sus formas) autores que consideren que habría cierta libertad en el ser humano, la cual explicaría comportamientos que parecen ir más allá de las leyes de la física y de las otras ciencias experimentales.
Pero un observador crítico notará que, si uno defiende una teoría mecanicista y determinista, tendría que admitir que no existen actos libres, y que imaginarlos sería una especie de ilusión o autoengaño, pues al fin y al cabo todo lo que hacemos estaría sujeto a procesos naturales inmodificables.
Resulta oportuno reconocer las implicaciones mutuas que existen entre nuestros modos de pensar el mundo, de comprender nuestro lugar en ese mundo, y de explicar la naturaleza de nuestros comportamientos y acciones. Al mismo tiempo, necesitamos evaluar si las diferentes teorías sobre estos ámbitos sean correctas, o si existan datos y perspectivas que nos lleven a poner en duda algunas de ellas, o incluso nos inviten a buscar otras nuevas.
Lo importante en este tema radica en tener una actitud de amor continuo y bien orientado hacia la verdad. Porque en temas como estos, un error puede desorientarnos y llevarnos a acciones dañinas para nosotros mismos, para los demás, e incluso para nuestro planeta.
En cambio, un acercamiento a la verdad en estos temas, permite entender mejor lo que somos, nuestro lugar en el mundo, y cómo orientar nuestras acciones hacia horizontes de bien que nos lleven a la plenitud que corresponda a nuestra condición humana.