El buen trato en casa y una vida sin violencia son algunos mensajes incluidos en las letras de las ‘Chiquicoplas’, una versión de las tradicionales coplas...
Imagínate un país donde un trovador pueda ser arrestado por modificar una décima. O un DJ pueda ser censurado por fusionar un tamborito con reguetón. O una poetisa pueda ser amonestada por mezclar versos en su lengua indígena con toques de inglés gringo. En ese país, la creatividad y la innovación son un delito. Los delincuentes culturales son exhibidos en todos los medios de comunicación con la excusa de la preservación cultural. Pero en realidad, el Gran Hermano, que decide cuál es la combinación de expresión cultural correcta, solo busca asegurarse de que nada cambie. Al controlar la interpretación de qué y cómo entendemos nuestras tradiciones, se manipula la realidad y se amontona poder, creando un país soso, pero estable. Un país sin sueños, pero con buenos prospectos económicos para el Gran Hermano. Esto no es una distopía futurista, sino una realidad que se refleja en el reciente comunicado del Ministerio de Cultura sobre el uso indebido de un canto tradicional de la cultura congo, Ola de la Mar. Según el comunicado, esta otra expresión cultural -no aprobada por los que están en el poder- se da en un contexto urbano con contenido que los oídos prístinos del Ministerio consideraron explícito y ofensivo. Según los funcionarios, este uso inapropiado se considera una transgresión a los valores y el legado de la cultura congo, reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde 2018.
Si bien es fundamental proteger los derechos de autor de los artistas y garantizar que sus obras no sean explotadas sin compensación, el enfoque del Ministerio va por otra cosa. Los funcionarios están asumiendo un rol de policía de tradiciones. Proteger los derechos de autor es crucial en un mundo donde la tecnología, como Copilot y ChatGPT, puede utilizar material intelectual protegido para generar contenido sin compensar a los creadores. Sin embargo, el comunicado del Ministerio de Cultura se centra en la preservación de una versión específica y estática de la cultura congo. Busca imponer una visión monolítica e inmutable de la cultura. Nuestra historia reciente nos ha mostrado que la narrativa de la protección de las tradiciones puede convertirse en herramienta para decidir qué es apropiado y qué no lo es. Es una lógica que hace que una mujer trans sea atacada por llevar una pollera en un desfile, que un mural feminista sea borrado por atentar contra la moral, o que se prohíba un libro en las escuelas por hablar de la historia colonial desde la perspectiva indígena.
En América Latina, ya fuimos víctimas de políticas culturales implementadas para crear la ilusión de una sola nación, una sola cultura. Una política cultural que silenció las tradiciones indígenas, impuso el español como lenguaje sagrado y nos mantuvo convencidos de que la cultura española era superior a la de los pueblos originarios. La diversidad cultural es una riqueza que debe ser celebrada y protegida, no controlada y restringida. La diversidad cultural es importante para asegurarnos de que exista igualdad y equidad entre todos los grupos que nos hacen el país que somos. En lugar de actuar como la policía de tradiciones, el Ministerio de Cultura debería fomentar una política de patrimonio inmaterial que contribuya al desarrollo de las personas y la sociedad. Bien enfocada, esta política puede ser un acto altamente revolucionario. La valoración y asignación de recursos de manera equitativa a la gran variedad de tradiciones y conocimientos locales pueden promover la resiliencia comunitaria y su desarrollo personal y material. Sin duda, la protección del patrimonio cultural es esencial, pero debe hacerse de manera que respete la evolución y la diversidad de las tradiciones. Debemos promover un enfoque inclusivo y dialogante que permita que las culturas se desarrollen y adapten, en lugar de imponer una visión estática y controladora. Dejen de estar escribiendo comunicados policíacos, y cumplan su función de ente promotor de desarrollo económico y social para todos en Panamá. No luchamos por un Ministerio de Cultura para que nos censure, sino para que nos impulse. La cultura se protege permitiendo que evolucione, no encarcelándola en una prisión de tradiciones ruborizadas.