• 20/11/2024 02:31

La mentira como instrumento

Teorías como las de Goebbels sobre: ‘una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad’, ya no son necesarias. Aunque persiste la ‘personalidad narcisista’ que caracterizaba a este genio de la propaganda nazi...

La enseñanza o información sobre la mentira está presente en la realidad de los individuos desde muy temprano en la infancia. Padres y madres suelen advertir en tonos enérgicos a sus hijos sobre mentir y la necesidad de no hacerlo o de servirse de la falsedad. En ocasiones, se llega al castigo y también a las ‘rejeras’ como producto derivado del uso inocente o con propósito de este tramposo aparejo de las manifestaciones verbales.

Todos aprenden muy temprano, entonces, sobre la prohibición y las consecuencias de este mal que se enquista en las costumbres y adquiere una consistencia creciente conforme avanza la estructuración del lenguaje y su aplicación en la conducta de la gente y, sobre todo, en las prácticas sociales. “Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”, dice la Real Academia Española de la Lengua al rescatar la vigencia de su vehículo estrella: el discurso.

Este rejuego de palabras adquiere, como se puede precisar en las leyendas, mitos y narraciones, un carácter poliédrico, determinado por un conjunto de términos comunes: engañar, inventar, fingir, ‘macanear’, ‘boletear’, ‘guayabar’, ‘pajear’, bailarse, ‘carnear’, falsificar y calumniar, con que se expresan variantes específicas de la manifestación y la acción que infiere este concepto.

Hay que tener en cuenta su etimología, ‘mentira’ viene del latín mentis y este del indoeuropeo, que alude a mente. Es por eso que desde tiempos inmemoriales la retórica la incluye entre sus argumentos, pues sirve de apoyo a la construcción de mensajes elocuentes, que impresionan, emboban y atraen a las audiencias. Tanto el lenguaje político, el publicitario y el religioso, la incluyen en sus estrategias.

En la actualidad y con el desarrollo de la tecnología y, por tanto, en las redes sociales, la mentira puede aparecer con su disfraz de verdad, tanto como el lobo encarna a la abuelita. Pero también, y como lo han demostrado recientemente varios escenarios políticos, se puede trabajar con juicios falaces y luego construir con ellos una argumentación en que traslapan la realidad y se sustenta su necesidad de existencia.

En la reciente campaña electoral estadounidense, los candidatos del Partido Republicano utilizaron una figura para respaldar su propuesta, al referirse a una práctica de haitianos en una comunidad del estado de Ohio de ‘comerse’ a los animales domésticos de los vecinos del poblado. Al demostrarse que esto nunca fue cierto, entonces los políticos que propalaron el libelo reconocieron la falsedad, pero aduciendo que era necesario llevar el tema de los inmigrantes a discusión.

Esta es una nueva imagen de la mentira: los falsos argumentos se esgrimen y la realidad se escamotea un tiempo y luego se vierte en un capítulo posterior del debate o la propuesta discursiva. Es así como ya los políticos no requieren esconder su faz con ningún velo, sino que presentan su desvergonzado rostro y terminan por ser aclamados por la impresionada multitud que los escucha.

No es necesario en la actualidad ni una figura convincente ni un manejo exquisito de las palabras, ni siquiera del énfasis actoral que requiere ensayos. “Te voy a contar una mentira y dejaré el mensaje colgado hasta encantarte y luego te aclaro para que sepas cuál es la verdad escondida, pero tú tienes en consecuencia que creerme”. Así, más o menos, es como funciona esta nueva herramienta.

Teorías como las de Goebbels sobre: “una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”, ya no son necesarias. Aunque persiste la ‘personalidad narcisista’ que caracterizaba a este genio de la propaganda nazi. Quienes ahora aparecen ante un podio o ante las cámaras o un micrófono, solo necesitan una locución lo suficientemente inflamable para dejar pasmada a su audiencia y, en consecuencia, regar su pegajoso mensaje. Ideas como “la privatización del IRHE abaratará la luz”, quedaron en el recuerdo. Las mentiras siguen siendo instrumentos; ya no son disimuladas, sino absurdamente descaradas.

*El autor es periodista

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