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- 13/05/2017 02:01
Los ideólogos de la democracia
Se pierde en el oscuro laberinto de la historia la época en que el rumbo de las sociedades se discutía y decidía en la plaza pública. La democracia entendida como el Gobierno de las mayorías, dejó de existir desde el momento mismo en que unos cuantos se creyeron autorizados para pensar en nombre de todos. Ese dominio político pronto conllevó a la creación de una ideología que lo justificara, es decir, que hiciera digerible la sumisión de todos al nuevo poder de pocos. Así surgieron los ideólogos de la democracia recién inventada, los padres de los cuentos de camino, que defienden las bondades del sistema echando mano a la igualdad, la libertad y la justicia, representada en la ‘autoridad', como las bases fundamentales que sostienen esta forma insuperable de Gobierno.
Todos los seres humanos son iguales, señalan los ideólogos de la democracia y añaden, con cierta sorna, que a la igualdad hay que guardarle respeto. No se entienda que cuando los ideólogos hablan de ‘igualdad', significa que para la subsistencia del sistema se debe ser igual económica o social o física o intelectualmente. Nada de eso. Los ideólogos han enseñado, con éxito hasta ahora, que se trata de una ‘igualdad' ante la ley o, dicho en otro giro, igualdad en el papel. Le basta a la democracia que todos seamos iguales ante la ley o, lo que es lo mismo, en el papel. El solo hecho de que las normas jurídicas consagren el principio de igualdad, es suficiente para que los ideólogos nos hagan creer que existe la democracia. La presencia de desigualdades económicas, por ejemplo, es una cuestión coyuntural o momentánea, razonan, propias de este mar de lágrimas donde el humano, ser terrenal y transitorio, reposa para su viaje al paraíso. Los ejemplos de personas que han podido salir de la pobreza son sus mejores banderas para pregonar que la democracia es sinónimo de iguales y abundantes oportunidades para todos. Sin embargo, cuando se habla de los crecientes índices de pobreza y desnutrición, de desempleo y corrupción, les atribuyen a otros demonios tales pecados ‘veniales'.
Temas puntuales como el mito de la igualdad ante la Ley, cuya realidad supera toda ficción, hacen tambalear a la democracia y les exige a los ideólogos encontrar otras justificaciones que llenen el vacío conceptual que actualmente sufre el sistema. Hoy en día nadie cree, por ejemplo, que un campesino es igual o tiene iguales oportunidades que un empresario pudiente ni siquiera ante la ley. Esto lo reconocen hasta los propios ideólogos en sus cavilaciones de alcoba. Su labor ahora es encontrar razones para justificar el secular engaño y por esos caminos dirigen sus angustiadas reflexiones.
‘LOS IDEÓLOGOS DE LA DEMOCRACIA SABEN QUE CUANDO SE REFIEREN A LA LIBERTAD, ESTÁN HABLANDO NO MÁS ALLÁ DE LA LIBERTAD QUE TIENE UNA MOSCA EN UN VASO. VUELE LIBRE, DICEN, PERO NO SE SALGA DE SUS TRANSPARENTES PAREDES, PUES PUEDE CORTARSE LAS ALAS'
Los ideólogos no encontraron mayores dificultades para que se concediera la libertad política cuando a sangre y fuego se la reclamó en las calles. Es necesario que se sepa que la libertad es un derecho sagrado, dijeron entonces los ideólogos. La democracia exige la libertad para todos, por lo que se requiere incluir en las constituciones los derechos y garantías para su pleno uso y disfrute. Ahí están consagradas las máximas libertades individuales y sociales, para que la democracia no baile coja. El tema, estimo, no es detentar derechos en el papel, sino el poder ejercer esos derechos en la vida cotidiana. El derecho al trabajo, a la educación, a la salud, o a una vivienda digna, por mencionar solo algunos, no son más que simples anotaciones de rango constitucional que no pueden ser ejercidas libremente por los amplios sectores empobrecidos. No lo ejercen por cuanto no pueden, aún teniendo el derecho en el papel. Nada se lo impide, dirán los ideólogos, convencidos que la libertad debe vivir enclaustrada en las páginas de un código. Los ideólogos son los alumnos del diablo, que cuando así lo quieren nos convencen que este es un mito, una broma pesada inventada por nuestros propios miedos.
Los ideólogos de la democracia saben que cuando se refieren a la libertad, están hablando no más allá de la libertad que tiene una mosca en un vaso. Vuele libre, dicen, pero no se salga de sus transparentes paredes, pues puede cortarse las alas. Así entendida, todo cuestionamiento que se le haga a la democracia no puede dirigirse contra la democracia misma. Por esto, la libertad política de la democracia actual está siendo objeto de reflexión y todo apunta por un cambio en su planteamiento. En este tema, por ejemplo, la libertad para ser sujeto de elección popular choca frontalmente con la realidad. Todos los ciudadanos, dicen los papeles, pueden postularse para ocupar un cargo político y con esto se nos pretende hacer creer que la capacidad económica nada incide en la elección. Esa libertad electoral es, simplemente, otra gran falacia que bien nos dispensan los ideólogos de la democracia. Por esto, la discusión sobre el concepto de la libertad y sus derivaciones es impostergable.
La justicia, como ya lo he señalado en otro artículo, no es otra cosa que una nostalgia colectiva, llena de héroes y desencantos. Luchar por la plena vigencia de una justicia que ellos no se interesan siquiera en definir, es un aplauso a la genialidad de los ideólogos y el mayor sometimiento a la autoridad de los pocos. Sin embargo, la sociedad sigue hablando de justicia, exigiendo justicia, muriendo por la justicia, y los ideólogos siguen felices, haciéndonos soñar que la justicia llegará de un momento a otro, como un familiar querido, extraviado en las brumas del pasado.
Lo que menos le interesa a los ideólogos es que se cuestionen las seculares andamios que sostienen el sistema, que se escruten los contenidos y se replanteen los conceptos sobre los que hasta ahora ha caminado la democracia. La gran tarea de los ideólogos es continuar embaucando a la sociedad para que siga persiguiendo ese fuego fatuo, esa quimera que emboba y desvela al humano y que lo conduce a ser mártir de sus propias ilusiones. La tarea inmediata de las mayorías es obligar a los menos a concurrir a las plazas públicas para discutir y decidir el destino de todos.
Es tarea de todos rescatar la verdadera y única democracia.
ABOGADO