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- 21/07/2020 00:00
¿Y las estatuas?
En las últimas semanas, las estatuas convocan al debate público, como consecuencia de las protestas contra el racismo. Al ser erigidas con una intencionalidad política y en un momento histórico, las estatuas poseen identidades cambiantes o “presentes múltiples”, a pesar de tener un carácter de permanencia y pasar desapercibidas en las plazas. Explicar por qué permanecen como referentes o relatos del pasado, atendiendo a las razones de su contextualización histórica, es prioritario para el debate.
En Panamá una disposición municipal, de septiembre de 1903, aprobó inmortalizar mediante un monumento al general Tomás Herrera, “Benemérito de la Patria”, y escribir su biografía. Tres años después, se autorizó la remodelación de un parque para erigir un monumento al “héroe auténtico” Balboa, Arosemena y Fábrega. Balboa se inscribe en una revalorización de lo “hispano” como visión de nación que se intentaba imponer a inicios del siglo XX, como mecanismo para atenuar las críticas continentales sobre la independencia de Panamá de 1903 e íntimamente relacionado con la promoción del país como espacio estratégico del comercio mundial. Situar el contexto histórico de quienes promovieron su estatua constituye una tarea necesaria. Forjar la historia del país a través de Balboa, no estuvo exento de críticas. El día de la inauguración de su estatua una glosa puntualizó “dudosa la personalidad del Gran Adelantado como ejemplo digno para las presentes y futuras generaciones de Panamá y la promoción de tan cuestionable personaje hubo de hacerse con ciertas reservas”. Críticas expresadas también a raíz del proyecto de la Cinta Costera, y en 2013, por la conmemoración del V centenario del “descubrimiento” del Mar del Sur. Ante la deuda histórica con el general Tomás Herrera, en 1926 se apeló al sentimiento nacional para concretar en una escultura la “figura del egregio guerrero y estadista”, virtudes del héroe nacional. En esos años una estatua a Cervantes se había develado en el barrio de la Exposición, y sin concretar un proyecto de monumento donde se verificó la batalla de la Negra Vieja, durante la guerra de los Mil Días. En 1928, un busto para enaltecer como héroe nacional a Urracá se integró al trazado urbano y simbólico de la ciudad de Panamá. Rebeldía, valentía y “amor patrio” sobresalen en la narrativa de sus promotores y una conexión con el presente de Panamá: la ocupación extranjera. En la segunda mitad del siglo XX, un decreto de 1971 reivindicó a Victoriano Lorenzo, como “mártir de la causa emancipadora y héroe de la revolución libertaria” y se exhortaba levantar en su honor un monumento. Es el tiempo del proceso de descolonización del país. La conmemoración del 9 de Enero de 1964 -sus monumentos- recuerda esa aspiración colectiva.
Debatir la historia del país a través de las estatuas y monumentos constituye una forma de educación y reparación, si aspiramos a construir una sociedad justa y democrática. Antes que borrarlas, es oportuno una discusión ciudadana sobre su significado histórico. Es más, que sirvan de dispositivos para una reflexión social sobre nuestros referentes históricos, propicien diálogos, en una sociedad pluriétnica y multicultural, promuevan consensos sociales e iniciativas culturales y artísticas, respetando la pluralidad interpretativa, para dar paso a memorias incluyentes.
Quizás repensar el pasado sirva para construir un proyecto que dé prioridad a quienes siguen reclamando por un presente y un “futuro” sin olvidos ni ser olvidados; también librarnos de ese pesado equipaje: la profunda desigualdad del país y las deudas históricas con la mayoría de los panameños.