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- 04/11/2022 00:00
'Espanglish'
La lluvia azota el país de una manera feroz. No recuerdo haber visto tanta lluvia, en los años que tengo. El agua es un milagro. Es una bendición. Pero todo en exceso es malo. Inundaciones, pérdidas materiales, proliferación de mosquitos, y un largo etcétera de problemas asociados inundan las redes sociales y los medios de comunicación.
Si bien la lluvia es un fenómeno natural, las afectaciones que su mal manejo y su mala disposición causan, tanto en ciudades como en el campo, son resultado directo de la mala planificación, del estancamiento estructural de planes de mejoramiento, y de la inexistente cultura de mantenimiento, que, aunados a las pésimas prácticas de muchos ciudadanos, terminan por saturar un sistema obsoleto, infradiseñado, en ruinas, o simplemente inexistente.
La mala planificación es el resultado de que tenemos políticos a cargo de decisiones técnicas. Pero no son políticos educados, no. Son lo peor de lo peor. Gente con poca, o ninguna cultura académica, sin reales experiencias laborales mal puede saber cómo se calcula el flujo óptimo para maximizar el caudal en una línea de tuberías. Eso aplica no solo a ministerios y asambleas, sino también a los Gobiernos locales y entidades regionales. Por demasiado tiempo se ha permitido construir al que se acerque a los entes responsables de velar por mantener las normas constructivas, con la capacidad de “engrasar” el engranaje normativo y legal. Esto genera proyectos construidos en áreas inundables, sin capacidad real para abastecerse de agua potable ni de tratar las aguas residuales, y sin la generación de potencia suficiente para que el servicio de energía eléctrica sea estable. Ojo, que no defiendo a nadie, menos a las distribuidoras de energía, que son unos bellacos protegidos por los Gobiernos. Pero eso es otro tema. No nos desviemos.
El estancamiento estructural de los planes de mejoramiento es otro problema. Todo cambia. Hay que adaptarse. En las ciudades y países, eso se traduce en crecimiento demográfico. Así, una línea sanitaria, potable, o de cualquier servicio básico, debe estar diseñada con un porcentaje de “crecimiento” para poder adaptarse a una mayor demanda con el paso del tiempo. Aplica también a todas las vías de comunicación. Pero no sucede así.
Acá, nuestros politicuchos son incapaces de ver una buena obra por lo que es. Ellos simplemente lo ven como la obra de “otro político”, cual si el dinero para desarrollarlas saliera de sus bolsillos.
El resultado es que, nuevamente, malos políticos, malos funcionarios, y malos empresarios truncan obras que podrían mejorar las infraestructuras que tenemos, beneficiando a una población que las necesita de manera urgente. Tiran millonadas de dinero público a la basura, porque no pueden ponerles sus nombres a las placas conmemorativas. Vaya complejos de inferioridad, y necesidad de atención que tienen.
La inexistente cultura de mantenimiento de las infraestructuras es la cerecita del pastel desastroso que conocemos como administración pública. Sistemas de alcantarillados, sistemas de agua potable, puentes, carreteras, y edificios, de la mano de millones en equipos perdidos, son el resultado de que los Gobiernos sean pésimos administradores. Las calles del país son en realidad huecos con tramos de asfalto de mala calidad, como resultado de que los responsables tienen la cara más dura que el concreto que necesitamos para pavimentar las vías, y salen a decir que no hay dinero para que hagan su trabajo. ¡Entonces renuncien! Aceptan públicamente que no están haciendo el trabajo, pero siguen allí, costándonos a todos un platal.
El vergonzoso hecho de que seamos una ciudadanía con hábitos de higiene pésimos no ayuda. Nos encanta comprar bebidas y alimentos mientras estamos fuera de casa, para tirar el envoltorio a la calle. Más allá, tiramos cualquier desecho al sistema de alcantarillados, creando sedimentos y saturándolos, o peor aún, directamente a los cuerpos de agua naturales. Luego llueve y nos inundamos, y salimos a cerrar calles porque es culpa del Gobierno. No del todo. La culpa es compartida.
Para lo que sí hay dinero es para darles a los copartidarios.
Eso no es nuevo, pero no deja de ser otra bofetada a la población que sí trabaja. Los que aportamos con impuestos el dinero que los Gobiernos malversan, no podemos conseguir auxilios económicos. Pero familiares, compadres y queridas del poder, solo tienen que abrir la boca, y allá va esa plata.
Desigualdad e injusticias, que encima tenemos que pagar. Malos administradores, y malos ciudadanos.
Buscaba una manera de explicar esto, y mi “espanglish” vino al rescate.
Estamos llenos de gente “men-heces”. Funcionarios y ciudadanos que pertenecen a la raza humana, pero actúan como si fueran excremento, ensuciando todo aquello que tocan. Profesionales que saben que lo que hacen está mal, pero, aun así, salen a defender a sus jefes, porque “yo trabajo aquí”.
Los “men-heces” saben que respaldan a un delincuente, pero igual botan su voto esperando que les toque algo del pillaje.
A los “men-heces” les gusta vivir en la fosa séptica. Han hecho de ese sitio tóxico su lugar feliz. No se pueden imaginar viviendo a la luz, que ya les afecta. Todo a su alrededor debe ser opaco, sin transparencia alguna.
Al igual que una abeja jamás podrá convencer a una mosca de que el polen es mejor que la basura para alimentarse, así mismo los “men-heces” jamás verán el delito en su actuar.
¿Somos panameños, o somos “men-heces”? “Omaigá”.
Dios nos guíe.