• 11/10/2024 00:00

El príncipe don Carlos de Viana

Los dramas familiares son comidilla para las masas. Nos encanta ver el colapso, el quiebre de las relaciones ajenas, porque así sentimos que nuestras propias miserias son nimiedades, nos vemos como estables y regulares. Nos regocijamos, escondidos en la bruma de nuestra propia mente, del descalabro externo, porque nos comparamos con todos y con todo. Sacamos petróleo del más mínimo detalle con el que poder ponernos en la cima de la jerarquía moral. Por eso adoramos el chisme y la habladuría, por eso nos desatan los rumores. Somos animales chismosos y entrometidos, capaces de aprendernos párrafos de rumores solo para poder regurgitarlos perfectamente ante un público que escuche. Y uno de esos chismes, de esas crónicas familiares que nos hacen sentir un poco mejor con nuestra situación actual, es de lo que hablaremos en esta columna.

El príncipe Carlos, hijo de Juan II y Blanca de Navarra, era un muchacho dedicado más a la lectura y los placeres de la vida fácil que a otros menesteres. Heredero al trono de ambos reinos, vio cómo su vida dio un giro de 180° después del segundo matrimonio de su padre con Juana Enríquez, madre de un joven sagaz y estratégico llamado Fernando. Con la entrada de ambos al campo de las relaciones políticas, y después del fracaso de diferentes pactos y tratados. Fernando, que años más tarde tomaría Granada, junto a su esposa Isabel; su madre y su padrastro, consiguieron encarcelar al primogénito y heredero del trono, el príncipe Carlos. Carlitos, viéndose en desventaja y abandonado por su propio padre, huye de España hacia la corte de su tío Alfonso V en Nápoles, donde se recluye en una vida de meditación, lectura y retiro.

De este momento sale la imagen que pintó Moreno Carbonero. Un príncipe abandonado, derrotado y solo, que se halla en medio de una habitación llena de manuscritos, polvo y zozobra. La totalidad del peso de la obra recae única y exclusivamente en la imagen solitaria de un hombre caído en desgracia, con el rostro abatido por la traición y la mala suerte. Sentado sobre un sitial gótico, rodeado por el desorden de la habitación y los lomos de los manuscritos envejecidos, Carlos se encuentra en medio, sumergido, adormilado y vestido con gruesos ropajes. El can que duerme a su lado representaría la esperanza de que nunca lo abandonó, esa esperanza que parece no hacer nada, pero siempre estar ahí. El sitial y todo lo que se encuentra en la habitación, viejo y sucio, podrían describirnos en el que sigue la mente del príncipe, anticuado y olvidado. El rostro, lo más imponente de la obra, refleja el cansancio, la frustración y el hastío de un hombre que vio cómo su propia sangre lo desamparó. La historia del príncipe Carlos de Viana termina de manera trágica, como todas. Regresó a Barcelona, ovacionado por las masas que veían en él un cambio de paradigma, pero poco le duró la fiesta a Carlitos. Su padre lo mandó a encerrar y falleció un año más tarde en la cámara alta del Palacio Real de Barcelona.

A Moreno Carbonero la obra lo catapultó a la fama. La representación exquisita de la tragedia del príncipe Carlos lo llevó a convertir su obra en un clásico instantáneo. A nosotros nos quedan tres cosas: la obra, la historia y la satisfacción de no estar tan mal como el pobre Carlos.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones