• 15/12/2023 16:39

El centenario de Eneida Cedeño

El legado musical de Eneida es tan impactante que aún las cantantes de conjuntos que acompañan al acordeón lo hacen al estilo de la pedasieña

La voz de Eneida Cedeño (1923-2006), la recordada Morenita de Purio, marcó la historia musical de Panamá. Nacida el 13 de diciembre de 1923, vivió sus primeros años en Purio, comunidad de la austral y santeña población de Pedasí. Ella fue otra campesina que tuvo el coraje de asumir como propia una profesión que no era bien valorada por aquellas calendas. Porque al decir de los comprovincianos, no estaba bien que una mujer estuviera cantando en conjuntos musicales por diversos pueblos.

Sin embargo, la visión de Eneida era otra, porque desde siempre sintió el llamado de Euterpe, la diosa de la música que le traía en los vientos alisios los sonidos lejanos de un mundo por explorar. Y el llamado parece que era cuestión de familia, porque en esa misma aldea habitaba un familiar que haría historia: Francisco “Chico Purio” Ramírez.

Las condiciones sociales y culturales estaban dadas para que descollara una personalidad como la de ella. El violín estaba en su mejor época y el acordeón se abría paso con fuerza y terminaría dejando en segundo plano al primero de los instrumentos. Todo haría eclosión en la década del cuarenta, porque por esos años se abren paso figuras como Abraham Vergara, José de La Rosa Cedeño, Clímaco Batista, Artemio Córdoba y otros miembros de la pléyade de ejecutantes del aristocrático violín. Y como si ello fuera poco, se crea, en el año 1949, el emblemático Festival Nacional de La Mejorana, evento que recogería en su seno la cultura popular.

La amistosa disputa musical se resolverá, como queda dicho, con los decisivos aportes de Rogelio “Gelo” Córdoba y Daniel Dorindo Cárdenas, como figuras cimeras del instrumento de pitos y fuelles. Por eso, Eneida, casi sin proponérselo, pasa de acompañar al violín a cantante del hegemónico instrumento de origen teutónico.

Podríamos decir que la Morenita de Purio supo leer los signos de los tiempos, o al menos no opuso resistencia a ellos, porque la saloma de los campos pasó de la ruralidad a un plano mayor para convertirse en identidad cultural istmeña. Ella realiza en la música lo que ejecuta Ofelia Hooper Polo con las cooperativas, dando el paso de la junta campesina a otra forma institucional y empresarial. En la misma medida que lo que observamos en la literatura con las sagas mitológicos o en los relatos de eso otro paisano suyo, Antonio Moscoso Barrera, con su Buchí del valle del Oria.

El legado musical de Eneida es tan impactante que aún las cantantes de conjuntos que acompañan al acordeón lo hacen al estilo de la pedasieña, olvidando que el estilo de su cantar no obedece a una moda, sino al registro vocal de una soprano. Sí, es tan valioso su aporte que el mismo puede analizarse desde diversos ángulos, no solo desde una perspectiva de género, sino como propio de alguien que de manera temprana promueve rupturas sociales desde el fondo de su garganta, como si se tratara del heraldo de la orejanidad.

La vida de Eneida Cedeño debiera ser conocida y valorada por las nuevas y viejas generaciones. En este centenario de su natalicio debemos recordarla, porque hasta los vientos alisios de la temporada permiten que su memoria renazca, para saludarla y agradecerle el don de haber nacido en la tierra del Canajagua.

El autor es sociólogo.

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