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- 05/03/2025 00:00
El carnaval y la cultura negra
Las festividades relacionadas con el carnaval terminan en un miércoles llamado de ceniza, que, según la creencia religiosa, es una apelación a la conciencia sobre el carácter perecedero de la vida y a que ella termina en polvo; de allí la alusión metafórica. Pero aparte de los aspectos festivos en sí, estos días de celebración y culto a los dioses Baco y Dionisios implican un profundo significado cultural, sobre todo para las comunidades negras.
Algunos autores plantean que las poblaciones esclavas tenían vedado el acceso a los bailes y celebraciones durante la colonia. Esta prohibición estimuló la adopción de viejas costumbres que provenían de las culturas clásicas y como celebración al comienzo de la cosecha. Por tal razón y al inicio de la emancipación racial durante los años treinta del siglo XIX, los grupos celebraron: salieron a las calles “completamente desinhibidos” para satirizar a sus amos mediante disfraces, mascaradas y canciones.
Ezequiel Adamovsky, en su libro La fiesta de los negros, expone que “el carnaval ofrecía cada año una rara ocasión para el roce entre personas diferentes”. Evidentemente que era la oportunidad para alegrar las calles, agrega este autor: “... la fiesta les daba oportunidades para mostrar esas diferencias, para juntarse con los suyos, apuntalar las identidades e incluso para afirmar el lugar de jerarquía que cada uno tuviera o creyera tener”.
Es curioso apreciar cómo en este país ístmico tales festividades pudieron reunir a los sectores campesinos en provincias centrales y en las ciudades terminales a ambos extremos del Canal de Panamá. Aquí hubo el encuentro festivo de antiguos trabajadores de ascendencia antillana con grupos populares del arrabal, pero también con miembros de la burguesía, que en sus clubes sociales daban rienda suelta a la celebración.
Algo muy singular fue esa especie de retorno de la comunidad negra que había migrado a los Estados Unidos alrededor de la mitad del siglo XX, precisamente, para esas fechas en que utilizaban lugares muy especiales para congregarse con familiares y amigos locales. En Calidonia, Río Abajo y otros sitios se daban estos encuentros y allí se reiteraban los nexos socioculturales afines.
Poco a poco en la ciudad de Panamá estos encuentros fueron concentrándose en los barrios de San Miguel y aledaños, así como en el centro de la ciudad de Colón. Luego, por asuntos de espacio, las congregaciones fueron en el patio del Museo Afroantillano y en Mi Pueblito (cerro Ancón), que al cabo de algún tiempo se hicieron muy estrechos para la gran afluencia. El público congregado se deleitaba con la oferta musical y los espectáculos presentados.
Por esa razón, en los últimos algunos, se ha optado por situar la Feria Afroantillana en las instalaciones del Centro de Convenciones Atlapa para concentrar la oferta artística, la degustación de platos, bebidas y postres propios de los grupos afroantillanos, así como la artesanía de adornos, textil, bisutería y de cosméticos. Por último, la oportunidad es útil para la promoción turística, que llama la atención a los visitantes.
Quizás el rasgo más significativo es que la coyuntura posibilita un espacio de diálogo y comunicación entre quienes se han ido hacia otros confines y el resto de la sociedad panameña sobre valores comunes que trascienden el tiempo. Además, se constituye en una forma de traspasar ese patrimonio inmaterial a nuevas generaciones, pues esto consolida una identidad propia al país y a sus ciudadanos.
Esto resulta paradójico y se manifiesta en un tipo de enseñanza no formal, que con toda seguridad no suele plasmarse en los textos escolares. El carácter de crisol que distingue a la nación se debe a la presencia histórica y aportes de migrantes que aquí se establecieron según variados y muy específicos propósitos. En esa medida cada uno ha brindado su contribución al país.
El carnaval cumple un papel fundamental para forjar esa identidad nacional y las comunidades afrodescendientes lo saben aprovechar.