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Esta semana que la cristiandad llamamos “Santa”, sería bueno reflexionar sobre ¿cómo mantenernos cerca de nuestro Señor Jesucristo? Esta pregunta no es nueva para la fe, lo importante tal vez, es cómo hacerlo con fe, fuerza, positivismo y con un sentido de alegría pascual.
La Iglesia cristiana en general, nos enseña que, entre más somos descuidados en nuestros “votos” hechos a Dios el día en que fuimos bautizados, somos más vulnerables a situaciones de pecado. Es decir, al no cumplir con amor y libertad ese “pacto bautismal”, nos colocamos automáticamente en una posición de vulnerabilidad, fragilidad y nuestra salvación personal se puede encontrar en serio peligro.
El pacto bautismal es la clave para mantenernos en Jesús; recordemos sus palabras cuando nos dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada”. (Juan 15:1-5).
Permanecer en Jesús es la clave de las respuestas a nuestras oraciones personales dirigidas a Dios Padre: “Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará”. (Juan 15:7). Es correlacional, hay que permanecer en él.
Podemos señalar que existen herramientas para lograr estar unidos siempre a Jesús, señalemos cuatro de ellas. Yo las identifico como los cuatro puntos cardinales del permanecer en la presencia permanente de Jesús, son: la oración personal, el cumplimiento de los votos bautismales, la praxis de la vida sacramental y la conversión sincera diaria.
No cabe duda, que la oración es la llave por excelencia de comunicación del hombre con Dios; sobre todo si es contemplativa. Y es a través de esta acción sencilla del hombre, que es don, la misma permite un canal directo para unir ambas naturalezas en una sola y misteriosa realidad con Dios Trino. Cuando un hombre en lo profundo de su ser se dispone a orar con sinceridad y verdadera humildad, las puertas de la trinidad se abren de par en par para ser escuchado por y en lo sagrado.
“Orar es comunicarse”, hay un emisor y existe un receptor, normalmente en nuestras oraciones personales tomamos el papel de emisor, pero tenemos también que asumir el papel de receptor con respeto y humildad, estar callados en esa oración para que nos convirtamos en recipientes de lo que la otra voluntad desea decirnos. En nuestro caso específico, oramos a Dios ¿para qué?, para lograr un reconocimiento mutuo y gozar de esa presencia en constante adoración espiritual. Nuestra mente y espíritu se interconectan a la acción directa de Dios sobre nosotros; queremos “ser de Dios”, queremos que “Dios nos posea”; queremos “ser todo suyo”, haciéndonos uno. Pero también queremos que Dios nos guíe, nos ilumine, derrame siempre su espíritu sobre nosotros para que lo imposible sea una verdad en nuestras vidas y esto es sobre todo vivir en santidad.
La oración reflejada en la vida de los hombres y mujeres de la Biblia, por ejemplo, se puede describir de muchas maneras, desde la adoración hasta la misma agonía son descriptibles en ella, pero una cosa es cierta, tienen un común denominador entre todos: “La contemplación a Dios”, en esa comunicación, con suma confianza y lo consideran como un amigo respetable, donde su palabra se escucha y no se cuestiona, ni se pone en tela de juicio; para ellos Dios no es solamente lo santo, sino que es el único Dios “amigo” y “verdadero” a donde se puede acudir en todo momento de súplica. Súmase a esto el regocijo de saberse en esa presencia viviendo la salvación y siendo acrecentados en la esperanza de una redención total y final gracias a esta amistad.
Nuestra oración en esta Semana Santa, los invito a contener estos elementos fundamentales que son don de Dios: fe, confianza, compromiso evangélico, bendición, esperanza y salvación. La oración profunda y contemplativa será siempre la clave en nuestra vida de fe, ella finalmente nos fortalecerá enormemente: “No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo” (Efesios 6.18ss.).
Que en esta Semana Santa podamos, contemplar esa vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, a través de un silencio que se transforma en una oración profunda y contemplativa para que nuestra praxis de la fe esté basada en el amor de Dios hacia el prójimo y la casa común.