• 18/07/2024 14:36

Balas que matan la democracia

[Columna publicada originalmente en el Nuevo Dia de Puerto Rico]

Donald Trump está vivo por suerte y el destino. Apenas a un centímetro de su cerebro, la bala que impactó su oreja le hubiera causado la muerte instantáneamente al expresidente y candidato a presidente si hubiera entrado en su cabeza o cuello.

Ese disparo el sábado pudo haber resultado en una tragedia no solo para él y su familia, sino para toda una nación. Refleja una nueva manifestación de la terrible violencia que se está generando por la política nuevamente en los Estados Unidos cuando el civismo se pierde y la polarización pasional, irracional y descabellada se apodera de la interacción humana.

La imagen de un Donald Trump herido, con sangre corriendo por su rostro, nos recuerda lo frágil que es la paz en una nación dividida. Todos debemos condenar de la forma más enérgica posible la violencia política en Estados Unidos. Independientemente del apoyo o no a las ideas de Donald Trump, del nuevo Partido Republicano o del Tribunal Supremo conservador, no puede haber espacio nunca para ataques físicos contra ningún candidato -del partido que sea- en ningún momento y por ninguna razón.

Similar polarización fanática y miedos infundados en la década de los 1960 llevaron al asesinato del presidente John F. Kennedy, del líder de los derechos civiles Reverendo Martin Luther King y de Robert Kennedy, hermano de John, quien se perfilaba como candidato a la presidencia por el Partido Demócrata en 1968.

Ese mismo clima de intolerancia y violencia física desafortunadamente está de vuelta y se sigue desarrollando hoy en los Estados Unidos.

El atentado contra el presidente Trump es una manifestación distinta pero análoga a la perpetrada el 6 de enero de 2021 contra el Congreso de los Estados Unidos y al martillazo en la cabeza del esposo de la Speaker Nancy Pelosi en San Francisco, California en 2022. Violencia es violencia y hay que condenarla venga de donde venga.

En un mundo ideal, lo lógico sería que las denuncias unánimes que se han escuchado de todos los sectores del espectro político condenando el ataque a Trump pudieran calmar los ánimos. Pero sospecho que eso no pasará; habrá hambre de venganza. Me temo que ese acto vil y cobarde contra el presidente Trump generará más violencia.

Los fanáticos seguidores del expresidente andan sueltos, bien armados y listos para actuar. Que nadie piense que los “proud boys” han desaparecido, o que están sin rifles y balas en una nación que rehúsa controlar la venta de armas. Démosle tiempo al tiempo, pero hay que estar alertas a la forma en que los extremistas responderán al ataque a quien consideran su líder máximo.

El estruendo del disparo no solo hirió a Trump, sino que resonó en el corazón de la democracia americana. La única manera de reducir la polarización, bajar los ánimos ya caldeados y exaltados y lograr la paz social y política es con la participación masiva de voces de personas en el espectro completo que hacen opinión pública (“influencers”) llamando a renunciar a la violencia como forma de atender las diferencias, a deponer las armas y a promover un clima de paz. Ese abanico de opiniones y acciones ejemplares tiene que incluir no solo al liderazgo político, sino también al liderazgo religioso, empresarial, laboral y hasta artístico.

El peligro es real: lo que está en juego es la democracia pacífica en los Estados Unidos. Demasiados historiadores y analistas políticos serios ya han levantado bandera y enumerado los síntomas de deterioro del civismo americano que pueden desembocar pronto en una modalidad de guerra entre ciudadanos. Celebremos que el ataque al presidente Trump no logró su cometido.

Pero idealmente anhelemos que sea el detonante para que todos los sectores en Estados Unidos -incluyendo al propio Trump- logren entrar en razón, depongan la violencia y abracen la convivencia serena. Se gana con votos, no con balas.

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